En los próximos meses los colombianos tendremos la oportunidad de ir a las urnas para decidir si terminamos el conflicto armado más antiguo y destructivo del continente. Las campañas del Sí y del No ya empezaron y como en toda campaña los eslogan, las frases sonoras y los estribillos simplistas retumban por encima del análisis, las razones y las reflexiones. Como dijo Sandra Borda en la última Revista Arcadia: “una mentira fácil es más comunicable que una verdad compleja”.
Me distancio de quienes de entrada descalifican el proceso mismo al alegar, de manera tajante y a rajatabla, que un Estado no debe negociar con criminales. La Historia demuestra que la negociación, el diálogo entre un Estado y las personas por fuera de la ley que quieren reemplazarlo, ha sido la mejor estrategia para que la inmensa mayoría de los conflictos armados internos lleguen a su fin. Adicionalmente, algunos de los promotores del No, en diferentes momentos, se sentaron con las Farc y con los paramilitares y negociaron desde aspectos procedimentales, pasando por libertades anticipadas, hasta llegar a grandes amnistías de facto. Negar de plano la negociación ahora, no solo es incoherente con las acciones pasadas y con la experiencia internacional, también borra al otro como actor e interlocutor y nos enfrenta a una situación de guerra de exterminio. Para el enemigo la cárcel o la muerte.
La lectura de los Acuerdos, así como los preparativos de la misión internacional de verificación liderada por la ONU, dejan claro que las Farc se van a concentrar, luego entregarán sus armas y finalmente se van a desmovilizar. Esto quiere decir, en términos sencillos, que la Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia van a desaparecer como ejercito ilegal. A quien solo le sirva la eliminación física o la prisión para los miembros de las Farc, le resultará, sin duda, insuficiente, pero para quienes queremos fortalecer la democracia, significa un avance real e histórico. Una democracia que convive 60 años, hasta bien entrado el siglo XXI, con ejércitos ilegales y con un conflicto armado, tiene que sentirse avergonzada porque es claramente una democracia incompleta. Votar No es mantener a las Farc en su condición de ejército ilegal, con sus armas y sus estructuras, y a la democracia colombiana en un estado de confrontación interna.
A quien solo le sirva la eliminación física o la prisión para las Farc,
su desaparición como ejército ilegal
le resultará, sin duda, insuficiente
El fin del conflicto armado permitirá que por primera vez el Estado y la institucionalidad hagan presencia y ejerzan el monopolio de la violencia en grandes zonas del país. Lo cual no solo significa evitar los millones de víctimas que el conflicto genera en los territorios, (una razón humanitaria de peso), también se podrán asegurar derechos y desarrollar oportunidades para aquellos colombianos que han sobrevivido, durante más de medio siglo, en estado de necesidad, incertidumbre y violencia generalizada. Quienes no vivimos el conflicto de manera directa en las ciudades, tenemos que ser capaces de actuar para mejorar las condiciones de vida de estos compatriotas. La empatía, la ética y la solidaridad deben llevarnos a buscar el fin del conflicto armado lo antes posible.
Terminar el conflicto armado va a permitir que, frente a una Comisión de la Verdad, se sienten los victimarios ante las víctimas a repasar, aclarar, enfrentar y reconocer las responsabilidades sobre las tragedias acaecidas en todos estos años. El conflicto es un monstruo generador de mentiras, encubrimientos, desapariciones, falsos positivos e impunidad. En los acuerdos se establece la obligación a todos los involucrados de confesar la verdad sobre sus acciones criminales para acceder a la justicia transicional y sus penas serán de 5 a 8 años de “limitación efectiva de la libertad”. No reconocer la totalidad de los crímenes enfrenta al responsable a 20 años de prisión. Votar No es mantener el tema de la verdad y la justicia amarrado a la jurisdicción ordinaria que, a pesar de grandes esfuerzos y largas penas en el papel, tiene inaceptables niveles de impunidad. En mi experiencia, la inmensa mayoría de víctimas buscan verdad, reparación y no repetición.
Los acuerdos no son perfectos. Hay riesgos en la implementación y muchas preguntas sobre el futuro. Acabar el conflicto armado, no obstante, nos permitirá debatir, discutir y enfrentar esos riesgos y esos interrogantes sin la amenaza de las balas y sin la urgencia de la persecución y la amenaza. El Sí nos permitirá madurar en las preguntas de la democracia y dejar de lado las certezas dolorosas de la guerra. Aunque los partidarios del No afirman que no son guerreristas, (la gran mayoría no lo son), tienen que reconocer que un No victorioso nos enfrenta con la continuidad del conflicto armado y sus consecuencias. Quizás en algunos años (¿5, 10, 15, 20?), otro gobierno avance en otro proceso; pero hasta tanto eso pase, los jóvenes campesinos y de los estratos 1 y 2, continuarán matándose en nombre de la patria. Una estupidez innecesaria.