Jamás un ataque terrorista contó durante más de sesenta y cinco días con una amplia campaña publicitaria por las redes sociales, en los medios de comunicación, en la televisión y en los noticieros. Sus protagonistas: The Proud Boys, QAnon y Stop The Steal. Ellos aparecieron blandiendo sus hachas de guerra ante la mirada impávida del mundo.
A pesar de estar anunciando de manera exacta el día, la fecha y la hora, las autoridades fueron sorprendidas con las manos en los bolsillos y carecieron de un plan operativo para enfrentar la situación. Algo funcionó mal. Vaya usted a saber qué. Quizás los selfis de los policías sonrientes con los asaltantes revelen cómo pudo suceder tan atroz acto.
El Partido Republicano, bajo las decisiones frívolas y volubles de su líder Mitch McConnell, ha cerrado filas alrededor de Donald Trump. Exculpándolo con su voto, lo salva por segunda vez de un juicio político, y a su vez, le da una estocada mortal a la democracia norteamericana.
No fue suficiente el terror ocasionado por una turba fanática que como bárbaros se tomaron el Capitolio dejando en sus propios pasillos y en el sagrado recinto del Congreso, tras las arengas conspirativas de un magnate inmobiliario soberbio y estrella oscura de un reality de la televisión, las muestras de salvajismo y ferocidad que terminaron en destrucción y caos.
No bastaron cinco muertos y heridos por doquier para hacerlos entender que la legalidad debería sustituir las emociones, y que la primera debería prevalecer para salvaguardar los intereses del bien común, y finalmente, no vacilaron en sacrificar el futuro de una sociedad para sostener un poder basado en un nacionalismo tóxico, que ha demostrado a través de la historia ser el protagonista de las guerras más crueles de la humanidad.
El futuro de los republicanos es bastante incierto. Perdieron la presidencia, la mayoría en el Senado, y en la Cámara Baja su baja participación no pone a temblar a ningún demócrata, y para colmo, senadores líderes como Marco Rubio y Rand Paul, se dejaron llevar como borregos por el hipnotismo colectivo de Trump, y asumieron su defensa a sabiendas de que la historia les pasará cuenta de cobro por la felonía a la democracia, de un presidente que ni siquiera era miembro del Partido Republicano, sino que lo utilizó en su propio beneficio y en el de su familia.
El populismo no es una ideología, es el método que sirve para acceder al poder y mantenerse en él. Esto Donald Trump lo sabe y lo maneja con total sapiencia. Gracias a esta elasticidad semántica hará cuanto esté a su alcance para desprestigiar a Joe Biden y hacerle imposible los próximos cuatro años.