Sólo un día después de haber cumplido uno de sus mayores sueños, graduarse de la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica Nacional, Nelson Andrés Junca Juyo desapareció en el barrio Garcés Navas el 5 de abril de 2016 y su cadáver fue encontrado dos semanas después en zona rural de la localidad de Soacha.
Su muerte violenta y las terribles condiciones en las que fue encontrado su cuerpo, no han suscitado las reflexiones que un caso semejante merecería. Resulta aterrador pensar en el destino de los jóvenes colombianos que rompen el molde de la comodidad y se cuestionan por su tiempo y por su historia. Aterrador el silencio de la gran prensa, del Gobierno Nacional, de los colectivos y de la sociedad que calla ante un hecho tan grave y elocuente, que cobardemente acepta la ignominia y la violencia como hechos connaturales que se deben ignorar. Aterrador que hoy muchos colombianos y colombianas prefieran mirar para otro lado porque es más cómodo y seguro o que intenten justificar lo que no tiene ni merece justificación. No faltarán quienes se atrevan a levantar el dedo acusador para encontrar responsabilidades en la víctima, para decir que se lo buscó, que leyó lo que no debía, que pensó lo que debía, que escribió sobre lo prohibido, o para buscar mezquinas razones que nos confirmen finalmente que la justicia en Colombia es el epíteto de una tragedia mil veces consumada. Si alguna voz se ha de levantar hoy que no sea para defender el crimen y la brutalidad sino para reclamar justicia, expresar solidaridad a su familia y a sus amigos, para rechazar este atroz crimen y para exigir una pronta y seria investigación que revele los rostros de los asesinos, los que ordenaron y los que ejecutaron.
No hay ni habrá recompensa para quien suministre información que ayude a identificar y capturar a los asesinos. Tampoco se declarará día de duelo ni habrán grandes titulares en la prensa nacional. Y no los habrá porque Nelson no era el hijo de un empresario adinerado que financia campañas y corroe al establecimiento. Tampoco era hijo de un político rico, ni de una figura de moda, ni de un congresista corrupto ni de un expresidente mafioso y tampoco aparecía en televisión diciendo estupideces, ni posaba en ropa interior para alguna marca reconocida. Solo era el hijo y el mayor orgullo de un obrero, la ilusión de una familia de escasos recursos económicos pero de enorme dignidad. Era solo un joven que cargaba puñados de sueños en sus bolsillos, que cuestionaba al mundo y que se había propuesto, desde la educación y la acción social, aportar a la transformación de un país que se desangra, que se alista a firmar la paz mientras apuesta, entre risas socarronas, cuántos muertos dejará la firma del Acuerdo Final; de un país que desprecia a los jóvenes sencillos que le quieren servir.
Palabras de duelo
Por Piedad Ortega
"Hoy amigas y amigos mis palabras están vestidas de duelo. Han asesinado a un Maestro de la UPN (no creo en el suicidio, ni en alguna situación aleatoria, contingente, casual). Nelson se graduó apenas hace unos cuantos días. Había recibido su diploma de Maestro.
Escuchar a su padre, don Carlos, me devolvió la acidez, el miedo, el hastío, la repugnancia, el pavor de saber que estamos en un país donde es tan fácil borrar a un maestro, eliminarlo, quitarle sus suspiros. Su padre está orgulloso de que su hijo se haya diplomado de maestro, lo nombró con tristeza infinita, con dolor de ausencia. Pero también lo nombró con rabia porque exige justicia, verdad. ¿Quién fue?, ¿por qué lo hicieron?
Don Carlos nombró a Nelson con insistencia con el brillo de las luciérnagas y les pidió a sus amigos presentes que no lo olviden, que recuerden su sonrisa; que sigan siendo maestros con altivez. Don Carlos es un albañil de días largos pintando paredes, arreglando andenes, reparando casas. Trabaja de día y noche a lo que le paguen. Nelson tiene un hermano, digo, un hermanito con problemas neurológicos a causa de un aneurisma que le dejó secuelas de por vida.
Don Carlos es viudo y quiere venir a la Universidad. Estar en el salón donde estudiaba Nelson, sentarse, caminar sus pasos, recorrer los espacios de Nelson. También quiere una mochila para que lo dejen entrar. Quiere contarnos sobre la infancia de Nelson. Quiere conversar con los maestros de Nelson. Quiere que la memoria de su hijo, su mayor orgullo, haga presencia en la UPN.
Nelson realizó su trabajo de grado sobre la FARC- EP. Hoy sus amigos de curso, y semestre con quienes escribió e investigó huyen, se esconden. Se sienten huérfanos de tuétanos y raíz. Y los profes de Sociales, son un puñado de sol que siguen insistiendo a pesar de tanta muerte, de tanta ausencia, de tanta vida arrebatada. Ay amigas, amigos… Duele ver y sentir a sus compañeros con sus vidas plenas hechas jirones… Me duelen las palabras, me duelen en mis entrañas de madre y de maestra… Palabras hormigas, palabras que saben a ceniza, palabras espanto.
Don Carlos necesita que le trasplantemos una pizca de esperanza. Don Carlos quiere que le regalemos color a su vida, el temblor de un apretón de nuestras manos; dignificar el nombre de su hijo con el nombre de MAESTRO. Le prometimos a don Carlos que le daríamos un carnet de la UPN.”
@mayamayas