Cuando García Márquez andaba en búsqueda de una editorial para publicar “El coronel no tiene quien le escriba” envió una carta a una prestigiosa editorial argentina pidiendo consideren publicar su obra. La contestación del propietario de la editora fue contundente; le respondió diciéndole que carecía de talento, incluso le sugirió que buscara otro oficio.
Unos años después, García Márquez ganó el Nobel de literatura y a los pocos días el dueño de la afamada editorial lo buscó para ofertarse a publicar su obra. El Nobel le dijo que aceptaría con una sola condición: que la carta que le había enviado despreciándolo fuera en el prólogo. Obviamente el otrora humillante no aceptó.
La satisfacción de ver el asombro en la mirada de los que no confiaban en uno no tiene precio. Muy pocos creían que “garrincha” teniendo una extremidad más corta que la otra se convertiría en el mejor regateador del mundo; menos pensaban que Miguel Aceves Mejía siendo tartamudo, puso de pie a todo Mexico para aplaudirlo cuando cantó “la Malagueña”.
Hay que seguir adelante, no para demostrar nada, ni tampoco para dejarse contagiar en esta pandemia de narcisismo que golpea al mundo; solo para tener esa satisfacción de saber que todos los días vencemos; a veces sin contarle a nadie.
Al lado tendremos siempre a un envidioso; eso es algo casi consustancial a la existencia misma. Si fuésemos escritores seguramente nos sobraría material para exigir en los prólogos: desprecios, mensajes desobligantes y humillaciones. Sin embargo, a todos aquellos a los que siempre les ganamos tampoco aceptarían.