Seguimos condenados a tener una escuela y una educación para pasar el año, así no se aprenda ni enseñe lo esperado, y aunque cada año se vaya acumulando el déficit de conocimientos, que al cabo del bachillerato resulta irremediable. Somos prisioneros de los índices y las estadísticas educativas.
Cargamos con una escuela y una educación preocupada y dependiente de toda suerte de índices estadísticos: de deserción, de aprendizaje, de promoción, de cobertura, de calidad, de las pruebas Icfes y Pisa, de repitencia, de enfermedad mental docente, de suicidio escolar.
Andamos más preocupados de conseguir un resultado estadístico que en pensar en serio los problemas de la enseñanza, los procesos pedagógicos y formativos, en atacar los factores que están incidiendo en los pobres resultados de nuestros colegios y escuelas.
La Ministra Parody en el reciente foro sobre educación afirmó: “Hay un reto pendiente con mejorar el desempeño en las pruebas estandarizadas. Con miras a este objetivo se creó el Índice Sintético de Calidad. Una medición que ubica a todas las instituciones en una escala del 1 a 10. A nivel nacional, “estamos rajados, estamos en cinco”. “Para alcanzar a Chile en las Pruebas Pisa necesitamos estar en siete. Necesitamos mover nuestra pendiente de desempeño que hoy está muy plana. Podremos en 2025 alcanzar a Chile si continuamos con las políticas que estamos haciendo”.
En Bogotá, por ejemplo, la Secretaría de Educación señala que 12.000 estudiantes están en riesgo de perder el año y, sin ruborizarse, afirma que adelantará un programa llamado ‘A-probar’, el cual “tiene como objetivo ofrecer acompañamiento personalizado con clases extras a los estudiantes con dificultades en su desempeño escolar para continuar bajando las tasas de reprobación escolar en Bogotá”.
Es la mentalidad de gerentes y administradores de empresa, que de tiempo atrás orienta los destinos de nuestra educación. Los indicadores se han convertido en la razón de ser y en la obsesión de la gestión de las secretarías y el Ministerio de Educación. La OCDE y los organismos internacionales educativos vigilan con gran celo el cumplimiento de los compromisos adquiridos y exigen que estos sean reportados a través de un conjunto de indicadores. También determinan el lugar que ocuparán los colegios en el ranking establecido de los mejores y los peores de la ciudad y del país.
Unos malos índices e indicadores pueden poner en riesgo ganarse el mes de sueldo adicional que la ministra Gina Parody ofrece entusiasta a los mejores colegios, a los rectores pilos, a los maestros que se sacrifiquen en el empeño de sacar 10 para su colegio.
A los peores y a los que van muy quedados se les ofrece un curso remedial de ocho días para que asistan maestros y alumnos en busca del tiempo perdido y los conocimientos no adquiridos a lo largo del año. Que se remedien, que se curen, que se salven, que pasen este año, que después se verá. Pobres chinos. Lo importante es mejorar los índices de aprobación del año 2015 y reducir las cifras de reprobación o pérdida del año.
Una escuela para maquillar y elevar artificialmente las cifras y las estadísticas. Con razón una manicurista descubrió un día que su labor no era maquillar la imagen de las ministras o secretarios de educación, sino maquillar las cifras de las secretarías y los ministerios de educación.
Por eso estamos como estamos, por eso los políticos en esta época de elecciones ofrecen todo lo habido y por haber en materia educativa: refrigerios reforzados, laboratorios virtuales, útiles gratuitos, año sabático, comedores escolares pulcramente administrados, sobresueldos, salud al colegio, morrales de sueños, universidad y educación virtual, sedes de la Universidad Distrital por toda la ciudad, calidad y más calidad educativa, transporte escolar, cursos pre-icfes, educación para el trabajo, jornada escolar de ocho horas como en los colegios para ricos, derechos básicos de aprendizaje y un largo etcétera, conforman la mermelada educativa con la cual aspiran a quedarse con el voto de los ciudadanos y con la tajada presupuestal de siempre.
De eso viven: de ofrecer en campaña comida a los escolares, para luego quedarse con los contratos y servir raciones infames. En síntesis, de explotar las necesidades y las ilusiones educativas de los pobres.