Una disertación para Margarita Rosa de Francisco

Una disertación para Margarita Rosa de Francisco

"Su aporte al Pacto Histórico puede ser más significativo si acepta la postulación a un cargo congresal, a la que usted, por razones de legítima sencillez, ha renunciado"

Por: Amado Ezequiel Osorio Valencia
abril 28, 2021
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Una disertación para Margarita Rosa de Francisco

Apreciada Margarita Rosa.

Con la humildad que me ha caracterizado, pero con mucha sinceridad y admiración, me he decidido, finalmente, a escribirle estas notas, que tienen como fin ofrecer algunas reflexiones sobre el que puede ser su importante papel político en el escenario actual y futuro de la historia de Colombia, y manifestar abiertamente mi modesto e incondicional apoyo a la causa justa y digna en la cual confluimos: contribuir a la fortaleza de un movimiento –en construcción– que lucha por los de abajo y que pretende reformas sustanciales que favorezcan a un pueblo dolorosamente subordinado, sometido y excluido por los grupos hegemónicos de egoísmo insaciable, que siempre han gobernado para su exclusivo provecho. Puedo agregar, asimismo, que en coincidencia con estos sentimientos y objetivos sociales –unidos a un clamor de millones de colombianos– queremos sinceramente aportar a que esta nación tenga un presidente comprometido con ideales que favorezcan lo público, que sienta dolor de patria, que sea sensible de verdad con los pobres, que lo ofenda la injusticia y que sea inconciliable con lo perverso; un presidente que gobierne a Colombia con el sentido de lo universal, comprometido con los derechos de la Tierra y la aspiración a la vida digna de las futuras generaciones.

Esto significa, pues, que una gran corriente de opinión está cobrando conciencia de que el pueblo se merece otro destino y de que todos los humanos, antes de morirnos, debemos ser lo más felices que podamos; de que la miseria es engendrada por las reglas económicas que impone la misma sociedad y que es la contraparte necesaria de los que aspiran a ascender en el protervo escalafón de los más ricos del mundo. Estas comprensiones nos llevan a pensar que la política debe ser de otra manera, como verdadero ejercicio de las bases sociales y que cualquier decisión tomada a nivel gubernamental debe responder a sus intereses. Y como una verdad incuestionable se tiene que saber hoy que la política no puede estar separada de la ecología, porque la existencia del hombre es lo que ha puesto en riesgo este capitalismo salvaje, de evidente obsolescencia, como lo sostiene el Premio Nobel, Joseph E. Stiglitz (quien quiere responder a la pregunta fundamental: “¿cuándo generan los mercados prosperidad no sólo para el 1 por ciento sino para la sociedad en su conjunto?), y cuyas nefastas consecuencias –las de un liberalismo ortodoxo de mercado, guiado por las “manos invisibles” de Adam Smith– son tan indudables, y que han sido censuradas radicalmente inclusive por la misma iglesia católica, como lo hace en la Encíclica Fratelli Tutti: Sobre la Fraternidad y la Amistad Social, el papa Francisco.

Cuando, Margarita Rosa, repaso sus páginas o escucho sus inteligentes y atinadas intervenciones, inclusive magistralmente agudas, creo leer en su corazón estos sanos fervores, las más sinceras intenciones, que coinciden con un entusiasmo generalizado y con un anhelo de cambio. Muchos nos hemos sumado –y vendrán más– a este proyecto político, en defensa de la mayoría, que es completamente diferente de aquellos otros que intervienen públicamente con la fachada de la defensa del interés general, pero que, en lo más íntimo, solo están movidos por cálculos de rentabilidad, afanados por tener acceso y apropiarse de los billones con que cuenta la chequera del Estado. La nuestra es una sinceridad sentida que nos debe animar. Por eso me atrevo a decir que el Pacto Histórico es genuino, porque no aparentamos; no mostramos lo que no somos, sino lo que somos. Considero que esta cualidad es lo más intrínseco del Nuevo Pacto Histórico y que es la exigencia para pertenecer a él, ya que los que tengan otras intenciones, diferentes a la efectuación del Programa que nos debe unificar, tienen otras opciones de participación y de realización personal. A nosotros, por el contrario, solamente en el bienestar del otro encontramos el sentido de nuestro yo, pues en la vida no necesitamos más, ya que con la alegría del humilde nos sentimos plenos. Como dice Octavio Paz en Piedra del sol: “Nunca la vida es nuestra, es de los otros,/ la vida no es de nadie, todos somos/ pan de sol para los otros,/ los otros todos que nosotros somos,/…”

¿A dónde conducen estas espontáneas líneas? Primero: a expresarle mi convicción de que su aporte en este proceso puede ser más significativo si acepta la postulación a un cargo congresal, a la que usted, movida por razones de legítima sencillez, ha renunciado. Esa posición la entiendo, pero me parece que, en este momento, nos obligan las circunstancias a asumir algunas responsabilidades históricas. Cierta descreencia de sí es propia de los no vanidosos, pero, en su caso, a pesar de su autenticidad, la creo inmerecida y excesiva. A veces, ante la magnitud de los retos y ante el calibre de las responsabilidades, nos consideramos ineptos para asumir obligaciones, lo cual es muestra de una genuina ponderación. Sin embargo, el contexto global y los hechos en su irremediable perentoriedad nos piden la asunción de compromisos a los que no podemos renunciar. En tantas ocasiones, no nos percatamos de que hemos madurado, de que nos hemos enriquecido culturalmente, de que en la existencia han emergido otras variables, de que hemos sido atrapados por una madurez intuitiva, de que nuestro yo ha dado importantes saltos. Por mi parte sostengo que, efectivamente, Margarita Rosa política y espiritualmente ha crecido bastante, y por eso aceptar una postulación como esa no es inferior a su rango formativo y cultural y a su intención ciudadana. Además, como no-soberbios, como sujetos intrínsecamente incompletos e imperfectos que reconocemos ser, estamos dispuestos a escuchar, a aprender, a rectificar, en consonancia con la claridad que tenemos de los límites que a todos nos atrapan. Y lo que le voy a agregar no es, de ningún modo, un argumento sustancial, porque lo que he subrayado como decisivo es entrañable a su (tu) propio ser. Lo complementario es esto: ni compararte siquiera con algunos incapaces e inútiles que ocupan inmerecidamente las sillas parlamentarias. Y no necesito decir nombres. En síntesis, solamente debo agregar esto que decía el gran pedagogo ruso Makarenko: “Hay diferencia entre dónde se piensa ir y a dónde le lleva a uno la vida.” Sí, la vida maravillosa y traviesa que nos sabe tender sus propias urdimbres, a las cuales nos sentimos atrapados, en casos, placentera y maravillosamente, y, en otros, como es normal en Colombia, con zozobra y riesgo, porque el establecimiento es implacablemente sancionatorio.

Margarita Rosa, por sus criterios renovados, poseídos de otra sensibilidad e inclusive de un genuino amor social, me atrevo a formularle estos argumentos en pro de su decisión positiva a un pedido que creo que tiene un importante arraigo comunitario. De aceptar esta bien ganada postulación, puede estar segura de que será bienvenida a esta nueva experiencia de representación popular en el escenario legislativo. Estoy convencido de que muchos colombianos –de esos por millones que necesitamos que no vendan su dignidad a las familias poderosas por unas tejas o por un almuerzo, por irreflexiva obediencia a la autoridad religiosa o al gamonal de turno–, se inclinarán a su favor, porque estarán votando por ellos mismos, por su propia suerte, por lo que merecen como seres humanos, y porque deciden zafarse de la mentira publicitaria y de la manipulación oficial.

Segundo. Impulsar proyectos de renovación social, que van contra el irracional statu quo del liberalismo económico a favor exclusivo del capital financiero –que cree tener derechos eternos y encarnar los ideales de todos–, acarrea normales reproches, furiosos ataques y solapadas acechanzas. Muchas de estas reacciones, inicialmente, se camuflan, pero, finalmente, se tienen que quitar la máscara y confesar su verdadero ser. Cómo conspirar desde adentro para entorpecer el camino de lo nuevo, el de las reivindicaciones populares, lo vimos en las pasadas elecciones con el comportamiento cómplice de unos que hoy reclaman para sí la meta de encarnar la “Dignidad”, cuando prefirieron el fascismo de sepa a una esperanza progresista; y, sin embargo, sin mediar ninguna autocrítica, tienen el desparpajo de quejarse de los males que ellos mismos propiciaron. Y de otros, que actualmente enarbolan la bandera de la “ética”, pero que, en el momento crucial, negaron, de hecho, el sentido del Ethos, que implica relación social y apuesta crítica, y no un deliberado aislamiento personalista satisfecho con el extasiado avistamiento de ballenas. Incluso me refiero a algunos otros que alardearon con la consigna de la paz, que se lucraron y recibieron honores a expensas de ella, pero que la dejaron en la estacada. Cohonestaron, pues, con el lema oficial de “hacerla trizas”.

Desde muchos flancos se quiere conspirar contra lo nuevo; se aprovecha cualquier resquicio y se ponen en acción todos los medios con que cuentan: la amenaza directa, la mentira desembozada, la información sesgada y calumniosa, el brutal silenciamiento, la palabra acomodada y maleable a favor suyo, el efectivo MID (Miedo, Incertidumbre y Duda), la imagen comprada, los jugosos contratos, el espectáculo sedante, etc., y los escritores que defienden con su pluma brillante, pero quebradiza y lánguida, el ya insostenible pero real modelo neoliberal. De estos últimos abundan los ejemplares, recubiertos con ingenio y sorna, revestidos de rica cultura y de autoridad profesional; igualmente, entran en escena, para confundir y para atacar, los otrora leídos columnistas por sus sugerentes páginas. Pero éstos se actualizan y vuelven a la palestra con su rostro cierto, porque no aguantaron más mantener en reserva su alma retrógrada y su compromiso con el poder. No sé si Antonio Caballero sea la esencia de este enervante periodismo, pero de lo que sí estoy seguro es de que él está cumpliendo un efectivo papel y de que es un magnífico modelo de la naturaleza propia de la prensa amañada.

Bien, Margarita Rosa, ya sabes por qué me refiero a él, o, más que a él, a los escritores subordinados al ostentoso poder y a la galantería del dinero, siempre éste tan embrujador y obsequioso. Sin embargo, debo decir que, por lo visto, es precisamente este personaje lustroso quien, como cabeza de playa literaria, se ha comprometido a atacar directamente, falsear y denigrar de ti y del Pacto Histórico; se ha encargado de fomentar, con su pluma, el desánimo y la confusión en sus simpatizantes; de desvirtuar el sentido de lo que se propone esta alianza de fuerzas y de quebrantar voluntades, ante el auge de una potencia transformadora. Su intervención, simplemente, apunta a que los pobres nunca alcancen la conciencia de su identidad, a que definitivamente acepten ser excluidos, de que con resignación se acomoden al hambre y a la subordinación; para que la miseria no la sientan y se emboben ante las pantallas sollozando frente al dramatizado cursi o suspirando por comer la deliciosa receta del día que le presentan en la TV. Por consiguiente, con esta evasión de su realidad se olvidan del desempleo y de la injusticia, de que aquellos lloriqueos son fantasiosos y de que tal receta no es más que una ingenua e indigerible ilusión.

Entonces, el linajudo escritor te ha hecho motivo de escándalo, ejemplo de la mujer ingenua, dúctil ante los cantos de sirena, sin criterios propios, que se comporta como simple cotorra gárrula de mensajes inducidos. Y vuelve y te repite ofensivamente lo de sirena, como ya lo hizo en un artículo anterior, como si tú fueras el único motivo de atención de este flamante y decadente periodista. ¿Sirena, una persona a la que le duele la menesterosidad de la mayoría de la población, que se olvida de sus privilegios y que con decisión y autonomía de conciencia expone su pensamiento y argumenta sus convicciones? Definitivamente están desesperados con tu ejemplar vehemencia, porque lo que le interesa al establecimiento son las posiciones endebles, tibias, sin columna vertebral. Recordemos, de paso, que el sentido de este término que tanto le encanta a Caballero y que usa insistentemente con la intención de desprestigiar, hace mucho tiempo que fue descrito por el ínclito Homero en la Odisea. En el regreso a su isla nativa, Ítaca, Ulises tuvo que soportar múltiples dificultades y acechanzas, entre ellas la de tener que afrontar la seducción de las sirenas, unas divinidades marinas –aves con cabeza y pecho de mujer, según una tradición, o seres mitad mujer, mitad pez, según otra–, que emitían dulcísimos cantos, para que los navegantes estrellasen las naves contra los arrecifes, y que devoraban a los sobrevivientes. Odiseo, sabedor de su estrategia y de los peligros que encarnaban, se hizo amarrar de un mástil del barco y tapó sus oídos con cera para no escuchar el canto melodioso, colmado de bellas promesas. Recordemos que la palabra sirena viene del latín siren y del griego seiren: sirena, y de seira que significa lazo, cuerda y cadena, para aludir a algo que tiene poder cautivador para atar, amarrar, esclavizar. Entonces, ¿es Margarita Rosa de Francisco la que está esclavizada al canto aturdidor, mientras el ilustre Caballero –poco caballero– es el liberado de cualquier trino encantador? ¿No estamos todos atados a algún tipo de sistema de representaciones y no profesamos creencias fundamentales?

Sí, para el susodicho escritor de aspiración tabáquica apresurada y de soso hablar, de correcta sintaxis y de puntuación bien puesta, de antigua ilustración de izquierda ya abandonada, pero de actual ideología entre escéptica y neoconservadora, todo lo que viene por el lado del pueblo es equivocado, influenciado, sin personalidad; Margarita Rosa es la recitadora más ingenua y Petro es el mayor oportunista del mundo. Según el apoltronado escritor, ella y él invocan, con insinceridad y truculencia, palabras como humanidad, vida, muerte, como vocablos con fines de exclusiva seducción electoral, para, como las sirenas, aturdir a incautos votantes. Claro que esto tiene que ser así porque el pueblo, por antonomasia, siempre tiene que estar eternamente alienado, porque no puede identificar sus males ni reconocer sus causantes; porque de todas maneras tiene que repetir incesantemente con la mayor felicidad –en este caso sí como sirenas– el gol caracol o las homilías de pastores anglicanos enardecidos.

Después de dos meses de silencio, de al parecer completa reconciliación con la derecha, de total sinceridad consigo mismo, como en las Meditaciones cartesianas, vuelve su yo para despotricar y para insultar; para difamar, para esparcir oscuridades y dudas. Jamás se le ocurrió, en este tiempo, escribir sobre las urgencias actuales de la humanidad, sobre su, tal vez, inmediata declinación por el cambio climático; sobre los riesgos inminentes de una guerra nuclear; sobre la aberrante realidad de Colombia; sobre los niños sin pan o sobre los afrodescendientes excluidos; sobre cualquier imaginaria invención literaria; sobre algo sobrecogedor e interesante: el plástico y las ballenas, la fiebre del oro, la desglaciación de los polos, o sobre la posibilidad de una nueva física que supere el modelo estándar (ME). Nada de eso. Su sesera se dogmatizó y no dio para más, porque ya la tiene irrestrictamente comprometida. Habló para despotricar de los miserables de Colombia y para denigrar de sus anhelos; se expresó para derramar pus contra la esperanza de los humildes y para tratar de inculcarles la idea de que es imposible su redención. ¿Para que aspiran a más si el hambre no es nada y si la matazón de los líderes sociales es pura fantasía? Habló y dijo, pues, de lo que tenía que hablar y decir, como periodista subordinado.

Pero, mi amiga, Margarita Rosa, no puedo callarme ante algo más que me toca el alma. Censura el hidalgo periodista, que hablemos del amor, de la vida, de la muerte; que esas palabras en nuestras bocas son puro oportunismo; que yo no sé quién, finalmente, es sincero con ellas, o si perdieron su semántica fundamental. Para él pareciera que pasan de largo y que no le tocan ninguna íntima veta. Pero, creo tener alguna explicación. El mundo de hoy está fraguando inteligencias artificiales, seres robóticos, corazones de piedra –de los que hablaba el gran poeta uruguayo, Benedetti-, sentimientos de silicio. Se perdió la sensibilidad humana, que es la consternación por el dolor del otro, porque equivale a mi propia conmiseración. La vida no vale nada y solo el dinero lo merece todo, parece ser la divisa absoluta de este mundo mercantilizado y utilitarista. Inclusive esos vocablos que deberían servir de referente absoluto son motivo de indiferencia y de admonición, como ocurre en el caso del señor de quien hablo.

Por eso insisto en lo siguiente. ¿Perdió la muerte su significación del eterno mal, como desde el poema babilónico Gilgamesh, hizo el duro reconocimiento la humanidad? Narra la hermosísima epopeya, la primera de la que se tenga información, que el Rey Gilgamesh de Uruk, ante la inevitable caída de su entrañable amigo Enkidu, dijo sollozante: “Aquel que conmigo soportó todos los peligros,/ Enkidu, a quien yo amaba entrañablemente,/ que conmigo soportó todas las labores./ ¡Ha conocido el destino de la humanidad!/ Yo he llorado por él día y noche./ No lo entregué para que lo sepultasen/ -Por si mi amigo se levantaba ante mi lamento-/ durante siete días y siete noches/ momento en que un gusano se deslizó de su nariz./ Desde que murió mi amigo no he encontrado alegría”. Se trata de las palabras de un rey ante las catastróficas consecuencias de la muerte, ante el supremo desastre de lo orgánico, que hunde a Gilgamesh en una profunda melancolía, porque presagia lo que sucederá inevitablemente con él. ¿Será, pues, este episodio de tal banal naturaleza para tratarlo de tan fría e indiferente manera, como si tornarnos en polvo cuántico fuera el episodio más irrelevante? Esto aconteció hace miles de años, pero puedo traer a colación un suceso más fresco, un testimonio actualizado, el de la hija del presidente del banco Santander ante la muerte de su padre por COVID-19, quien, según se dice, expresó su consternación con el siguiente trino: “Somos una familia millonaria, pero mi papá murió solo y sofocado, buscando algo tan simple como el aire. El dinero se quedó en casa”.

¿La pobreza y el hambre son solamente palabrejas para cazar incautos, que son para lo que sirven según el imperturbable Caballero con su vientre lleno y su indiferente pasar? Desde su insensible inmutabilidad le quiere arrancar a nuestro sublime proyecto histórico su sentido y su dignidad, a través de una literatura de formato pomposo, pero de barato e insustancial contenido; sin vísceras, igualito, en literatura, al ministro de hacienda neoliberal que tenemos, en economía, para quien su ciego desiderátum es este: solo me importa que los más ricos satisfagan su propósito acumulador, es decir, que se cumpla siempre el reincidente mito de Sísifo: mantenerse el insaciable egoísmo del tener en el ciclo de arriba abajo y de abajo arriba, sin que se colme esta maldición, como le acontecía, según el mito, a Sísifo quien fue condenado a subir una piedra a la cima de una montaña, que por su propio peso descendía. Y, otra vez, Sísifo destinado a llevarla pendiente arriba. Yo, por mi lado, no he sido infeliz por no tener billones y sencillamente me he atenido a los más simples criterios de vida. Verbigracia, al poeta griego Hesíodo quien sostuvo que la riqueza compartida con el hermano se acrecienta, o a Séneca cuando profirió, en sus Cartas a Lucilio, este principio de sobriedad: “Dame un hombre de fortuna moderada, y basta ya con ello”.

Hablo por usted, Margarita Rosa, y no porque usted no tenga la capacidad de quitarse esta cizaña perturbadora y poco grata. Ya, en relación con un escrito anterior, el personaje de marras recibió su merecida lección, ante su cuestionamiento, entre inquisidor y “paternal”, por sus (las tuyas) herejías políticas y por los acercamientos con Petro, en una respuesta, no solo elegantemente sutil sino admirable, al orgulloso y parsimonioso periodista.

La conclusión final de todo esto es para mí una sola: aún el hombre no ha encontrado su verdadera senda, sigue enceguecido con el poder y el dinero, no ha admirado la grandeza del más acá; le ha quedado difícil entender la altísima significación de la Tierra en el conjunto de lo existente; ¡La Tierra!, este inigualable planeta que como una diminuta aldea se mueve en la Espuela de Orión, en la Vía Láctea; no ha logrado saber lo que es la grandeza de la vida en general, un real milagro cósmico, porque, para llegar a este extraordinario acierto se tuvieron que dar millones y millones de favorables circunstancias; más aún, no ha comprendido, comparativamente con el resto del universo, la maravilla de una orquídea, la sublimidad de un beso, el encanto de un nuevo amanecer, la voz de consuelo de un amigo, no estar sumido en la desgracia por la que está pasando el otro, reconocer que nuestra enfermedad cede ante las terapias, o, algo que requiere remontarnos a cierto nivel abstractivo: la excelencia del sorprendente concepto, una entidad absolutamente excepcional con la cual atrapamos en nuestra cabeza la infinitud, y que es la que le permite a Caballero llenar sus cuartillas de ideas, y al hombre, en general, formular teorías y hacer ciencia.

Entender esto le queda grande a este soberbio escritor, pero no a usted que ya se ha hundido en los admirables misterios del universo y del hombre, que son los asuntos fundamentales de la filosofía, la cual con orgullo y de frente profesamos, porque es la autoconciencia suprema del prodigio óntico que somos, sin par en lo que hasta ahora conocemos. Eso, pues, de lo humano no es una cantinela vacía, sino el reconocimiento de la dignidad del otro, reconocimiento en el que, de corazón, hay que persistir; pero que es diferente de aquella metáfora del “corazón” que se ha mostrado en su inautenticidad. El amor al hombre es a la humanidad entera, incluso a los esclavos ya desaparecidos, de quienes hoy nos debe doler su miserable suerte. Se trata de un humanismo ferviente que bien podemos entenderlo como aquel que predicaba san Francisco de Asís y que recoge como fundamento el papa Francisco, en la Encíclica ya citada, Fratelli Tutti, escribía san Francisco de Asís para dirigirse a todos los hermanos y las hermanas, y proponerles una forma de vida con sabor a Evangelio. De esos consejos quiero destacar uno donde invita a un amor que va más allá de las barreras de la geografía y del espacio. Allí declara feliz a quien ame al otro «tanto a su hermano cuando está lejos de él como cuando está junto a él». Con estas pocas y sencillas palabras expresó lo esencial de una fraternidad abierta, que permite reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite”. También el estoicismo profesaba este mandamiento, cuando el emperador Marco Aurelio alentaba con estas palabras: “Ama al género humano”.

Profesar este amor universal implica hoy sacar del abismo a los de abajo, pero nunca conspirar con los de arriba, solo que en los límites de una economía racional y justa deberán ceñir sus ansias monopolísticas. De ponerse a funcionar este proyecto, al que con seguridad se le van a tender todos los obstáculos, se tendrá como meta –así creo entenderlo y por eso me uno a esta causa– la redención de la mayoría, pero sin la exclusión de ningún sector social. Para mí esto quiere decir que no le quitaremos un peso a los pudientes, ni jamás se les importunará la vida, pero que tampoco les regalaremos billones sacados de las arcas de los impuestos públicos para engordar su patrimonio.

Margarita Rosa, le ofrezco disculpas por esta disertación, pero me ha ofendido en el alma tal malquerencia frente a usted, que para mí solo merece aconsejarle a quien la profesa la visita oportuna a un psicoanalista. No me inquieta saber por qué insiste en esta reiteración obsesiva, como si no existieran más personajes en este país para denigrar de ellos. Pero, con sinceridad, sí me preocupa que, con vergonzosas y secas afirmaciones, sacadas del más infame prontuario, se le quieran anular al pueblo, por una especie de mágico encantamiento literario, sus esperanzas. Considero que Petro encarna grandes ideales y que es una efectiva esperanza, un bienintencionado político, a pesar de los normales defectos de todo hombre, y que el concepto de lo humano no es tan despistado e insignificante. Bienvenido, pues, si puede ser plasmado efectivamente, un verdadero humanismo y enhorabuena la realidad que nos haría auténticamente hombres y realmente pueblo colombiano.

* Exprofesor universitario.

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