Al terminar las inagotables 471 páginas del libro que se nos presenta como una novela inspirada en la vida y obra del escritor tulueño Gustavo Álvarez Gardeazábal, queda uno tan extenuado que es difícil inhalar de inmediato una opinión ecuánime sobre el valor literario de la obra del jurista y catedrático Jairo Ramos Acevedo.
Advierto que mi análisis no es más que el de un lector desprevenido, que al no poseer una amplia formación literaria, más allá del gusto por la palabra hablada y escrita, se limita a lo que pretendo encontrar en un libro cuando decido aventurarme en sus páginas por el solo gusto de leer o el deseo de profundizar en un tema por el que siento particular interés.
Si bien después de las primeras 100 páginas la lectura alcanza un ritmo llevadero, llegar hasta este punto es ya un esfuerzo académico que implica cierto grado de obstinación; su estilo costumbrista y retórico plagado de recursos y términos en desuso, resulta algo pesado, por lo menos para mi gusto, a tal punto que retrasa en demasía la acción, adentrándose en narraciones que si se omiten nadie notaría.
Para un amante irrestricto de Fernando Vallejo, que gocé cada página de 'Almas en pena, chapolas negras' y 'Barba Jacob el mensajero', biografías sobre la vida de los poetas José Asunción Silva y Miguel Ángel Osorio Benítez, verdadero nombre del poeta Barba Jacob, es difícil desenmarañar 'El antifaz del escribano', dejándome la sensación inicial que se quedó a mitad de camino entre la biografía, el ensayo y la novela, ahondando en los vericuentos del trasegar de un escribano, bien estudiado, pero al que no se logra quitar el antifaz.
Los libros de Vallejo sobre Silva y Porfirio Barba Jacob son dos joyas deliciosas de leer, cuya riqueza tal vez radica, además de la virtud gramatical del autor, en el respeto y admiración que les profesa el escritor de Peroratas y Memorias de un hijueputa, por ello aunque narra sus desventuras personales y desnuda sus más íntimas debilidades humanas, lo hace con un tacto y cariño, que así no sea su objetivo, logra trasmitir este sentimiento al lector.
En el libro de Ramos Acevedo se siente un tufillo de revancha, dejando de manifiesto con reiterada frecuencia la necesidad oprobiosa de exponer y agraviar, pero sin la mordacidad y la agudeza necesaria para deleitar y seducir al lector, pues se agota en el señalamiento exagerado de la condición homosexual del sujeto de inspiración, quedando de manifiesto un tonillo homofóbico, que desconcierta tratándose de un académico.
En el extenso texto, la acción que es la esencia y motor de la trama, es un recurso literario ausente que se extravía en medio de largas y farragosas aclaraciones que terminan cansando y abrumando, ya que lo que es evidente en la construcción dramatúrgica no necesita explicación, cayendo en el error de sofocar al lector con datos y hechos que aunque evidencian un amplio conocimiento sobre el tema no aportan ritmo ni riqueza a la narración.
No se puede desconocer que hay oficio en el autor, y que Ramos Acevedo maneja el idioma con solvencia, también que si se quiere puede ser un buen ejercicio literario para aproximarse a la época y los acontecimientos que marcaron la vida del autor de 'Cóndores no entierran todos los días', pero termina reafirmando que todo el que sabe escribir no necesariamente es un buen novelista.
Adenda: si el alcalde de Tuluá John Jairo Gómez Aguirre quería congraciarse con Gardeazábal no debió boicotear la presentación del libro, pues muchos se privaron de adquirirlo y leerlo. ¡Líbrame Dios de los favores de un analfabeta!