En el 2010, muchos jóvenes que apenas cruzábamos por la edad de los dieciséis o diecisiete años, anhelábamos con todo el corazón tener la posibilidad de elegir en la contienda electoral más importante de aquel año; Antanas Mockus con su enorme carisma logró calar en la ilusión de una juventud que veía cómo una seria amenaza la continuidad en el poder de Álvaro Uribe a través de Juan Manuel Santos.
Ya bastante estábamos aturdidos con la gran cantidad de escándalos del gobierno de la ”seguridad democrática” que tenía entretenidos a nuestros padres. La candidatura de Mockus alimentó una ola de esperanza que se veía reflejada en las multitudinarias manifestaciones de acompañamiento con la que contaba el entonces candidato por el partido verde en la plaza pública. El épico discurso de “La vida es sagrada, los recursos públicos son agrados y el no todo vale”, nos hacían creer que este país por fin sería viable, pero al mismo tiempo nos confrontó con una enorme frustración; no podíamos ejercer el derecho al voto. La campaña de la ”Ola verde” tenía numerosos escuderos que no sumaron en las urnas, esa situación desalentó.
Pero ante ese escenario funesto, tratamos de verle la cara más amable a la situación, tal vez para levantar nuestro espíritu y confiar en que sí podíamos ser la generación que por fin logrará el cambio en nuestro país. Teníamos sólo que aguardar que pasara el tiempo y que llegara el día en el cual por fin las ideas ”innovadoras y oxigenadas” que rondaban por nuestras mentes, triunfaran democráticamente mediante el ejercicio del voto popular. La sorpresa no puede ser mayor, alcanzamos la tan anhelada mayoría de edad, y nuestro país sigue por el camino indebido, consecuencia de nuestras erróneas determinaciones en las urnas.
Esta generación que tanto aguardó para ser protagonista de la democracia colombiana, tuvo el deleite de ser partícipe de uno de los hitos de mayor trascendencia en nuestro país. El momento en el que vivimos, con plena seguridad quedará escrito para siempre en la historia de nuestra patria, y las futuras generaciones probablemente leerán de los aconteceres de una sociedad que tuvo en sus manos la oportunidad de emprender el camino hacia la reconciliación, después de habernos destrozado por múltiples factores a lo largo de nuestra vida republicana.
La derrota del plebiscito del 2 de octubre del 2016 no sólo estará en los libros de historia de los procesos de paz en todo el mundo, también estará en la memoria colectiva de una sociedad que con el pasar del tiempo se irá recreando, quizás nunca encontrará la explicación de cómo una juventud que en tiempos de antaño esperó para asumir las riendas del futuro y no tuvo la voluntad de apropiarse de ellas con responsabilidad y altura.
Los jóvenes que se regocijaron por la victoria con pretensiones políticas de esos veteranos que la ilusión y la esperanza les produce burla, que el progreso no es más que una utopía, y las mujeres que fueron supeditadas a la voluntad del patriarcado, junto con esos homosexuales que se dejaron seducir por sus mayores verdugos, y en general las comunidades más discriminadas, nunca entendieron lo que estaba en juego y se condenaron arrastrados por quienes nunca le importó el disenso.
La terminación del conflicto armado interno en Colombia lamentablemente fue tomado con vacilación por una mayoría relativa en las urnas, una pequeña porción de sociedad que le pareció irrelevante entender la génesis de nuestra crisis y distraída por voces con intereses particulares fue instrumento de manipulación. Lamentablemente los jóvenes fueron pieza fundamental de ese instrumento, ya que sus distracciones propias de los nuevos tiempos nublaron una mirada al futuro.
La incertidumbre de las víctimas que tomaron la decisión de perdonar a sus victimarios está latente, mezquinos sentimientos de individuos con vida citadina que no quisieron entender el contexto de otras vidas, las ponen en un limbo que les dificulta cerrar momentos dolorosos. Es cierto ganó el no, pero un número similar de personas también nos pronunciamos y no debemos ser invisibilizados, no podemos someternos a una tiranía de las mayorías relativas, máxime cuando es la integralidad de los sacrificados en medio de la guerra la que está en discusión. Los temas de la vida y la muerte no se imponen.
@andresmayorga