No me malinterpreten, comparto la importancia de velar por el respeto de los animales, y combatir el maltrato y el abuso contra ellos. Sin embargo, creo que hay algo contra producente en la lucha de los derechos de los animales.
Hoy en día no tengo mucho contacto con animales. Pero crecí con bastantes a mi alrededor. Teníamos perros y tortugas, pero eventualmente se murieron (y lloré mis ojos), mis papás quisieron que aprendiéramos a montar a caballo y mi abuela nos llevaba a ver ordeñar. Fui a un colegio en el que, cuando yo estaba, había chigüiros, patos, gansos, ovejas llamas, conejos, perros, gatos, una guacamaya iracunda y una raza extraña de gallina que no identifico. En vacaciones nos llevaban a tierra caliente y los niños concursábamos en la noche por el que más sapos recogiera y cuando llovía, en el conjunto en el que vivíamos, yo recogía lombrices y caracoles.
En una lógica contemporánea (y llevada a algún extremo), es posible que yo haya violado o participado en la violación de muchos derechos de animales: no se si tener vacas y perros en cautiverio esté mal (y exprimirles la leche), o montarse encima de un caballo y obligarlo a caminar en la dirección que yo quiera, o para ese efecto, capturar sapos y lombrices y caracoles y meterlos en baldes (ni hablar de cómo molestábamos a las ovejas del colegio, pero ellas mismas nos enseñaron a respetarlas…)
Sin embargo, no era con esa intención con la que se desarrollaban mis interacciones con los animales. Todo lo contrario. Era montar a caballo y jugar con perros y sapos y lombrices lo que me enseñó a respetar los animales, a quererlos, y lo que me hizo llorar cuando se morían. Uno no llora la muerte de un perro con el que no jugó.
Los animales salvajes los conocí en Discovery Kids (viendo los Hermanos Kratt, si alguien se acuerda de eso), películas de Disney y, directamente, en zoológicos y acuarios. Mis papás nos llevaban a cuanto zoológico y acuario había y ahí vimos tiburones, ballenas, tigres y gorilas.
Y entonces el efecto es que, creo, en los zoológicos y acuarios vi que los animales también tienen algo (vida, será) que merece reconocimiento y respeto. Vi a una leona cuidar sus leoncitos, de una manera más directa y real que en el Rey León y vi que las ballenas no son como las pintan pero que, igual, son espectaculares.
Hay una historia familiar de una prima, que vivía en Bogotá, y, muy chiquita, en una visita a la casa de mi abuela vio al perro de la familia, que era blanco y negro. Emocionada, desde lejos, gritó ¡Una vaca, una vaca!
El punto —que además es de mi mamá, así que créditos para ella— es que creo que los zoológicos y acuarios cumplen funciones educativas importantes. Me atrevería a decir, que esto pasa incluso con los circos. ¿Cómo si no en un zoológico va un niño normal a ver un elefante? ¿Y cómo, si nunca en su vida ha visto un elefante de verdad, le va a importar que hayan matado al más viejo en África por buscar marfil o que deje de existir una especie animal? ¿Cómo va a saber que quiere ser explorador, veterinario o biólogo marino?
Me dirán que hoy en día con internet y el HD es más fácil enterarse de esto sin ir a un zoológico pero yo creería intuitivamente que el contacto directo tiene algo de especial.
Por supuesto, regulen las condiciones en las que se pueden tener animales. Asegúrense de que no los encadenen, que no estén en jaulas sino en recreaciones de sus hábitats, que sean bien alimentados, que no los maltraten, etc. Pero, ¿prohibirlos? No sé.