La movilización de opinión que han generado los estudiantes con sus protestas ha sido, por decir lo menos, interesante. Obviamente, al hacer alusión a las protestas, no lo limitamos a las marchas sino que lo extendemos a las diferentes acciones creativas que han realizado.
Como suele sucedernos a algunos empedernidos del análisis de nuestra sociedad, esto merece atención y una interpretación, porque puede dejar importantes mensajes.
De hecho, el proceder de los estudiantes de estos días, sus diversos modos de expresarse y movilizar opinión difieren de algunas prácticas tradicionales y de antaño. A algunos que hicieron parte del movimiento estudiantil hace décadas, pueden parecerles, incluso, contradictorias.
Los estudiantes de hoy, manteniendo sus principios históricos, han sabido aproximarse a la interpretación de la sociedad, saber cómo piensa, qué piensa, a qué es sensible, qué rechaza y qué es susceptible de su aceptación. De este modo han desarrollado una actividad pragmática acorde a las exigencias sociales, pero siguiendo firmes en los principios que por décadas ha sostenido el estudiantado activo.
Por ejemplo, limpiar los grafitis de las estaciones de transporte masivo es una actividad que genera aceptación en la sociedad y solidaridad con la idea de mayor financiación. Esta tarea de limpieza en nada traiciona principios fundamentales de la lucha estudiantil.
Otro tanto podemos decir de la actividad ingeniosa de ubicarse en las vías aledañas al campus sin interrumpir del todo el tráfico, porque, con razón o sin ella, los ciudadanos y usuarios de transporte se quejan de los bloqueos.
No está en cuestión la justicia de la causa que pudiese llevar a rayar un muro o al bloqueo de la vía; se quiere, en cambio, destacar la importancia de buscar prácticas que generen más simpatías que rechazo, más adeptos que detractores.
La intención debe ser masificar la movilización y alcanzar la mayor financiación para las universidades, determinado por el principio político de defensa de la educación pública; mas no el hecho de hacer pintas o bloqueos, lo cual debe emplearse (más o menos) o prescindir de ello según convenga para acercarnos al objetivo más expeditamente.
No es un asunto menor, porque el principal dilema de la izquierda ha sido la imposibilidad de encontrar el punto intermedio entre la firmeza de principios políticos y la adecuación a los requerimientos sociales de cada época y contexto.
Para algunos la política es cuestión de romanticismo, por eso viven apegados a hechos pasados o prácticas en desuso. Sin embargo, nos debe interesar más alcanzar los objetivos, siendo siempre fieles a nuestros principios. Para eso es necesario revisar las formas y emplearlas de modo que nos permitan generar la mayor cantidad de adhesiones posibles.
No se trata de adelantar una política de quedar bien con todos y todas, se trata de entender el tipo de sociedad en que nos desenvolvemos, para transformarla siendo agentes intrínsecos de ella. Lo contrario es ser elementos ajenos al sentir social, lo que ni siquiera nos permitirá conocer la sociedad y mucho menos modificarla.
Yendo en contravía de ese sentir social más nos parecemos a bichos raros que la gente mira con curiosidad, temor o rechazo. Así hemos actuado por lustros, resistiendo estoicamente, pero lejos de una victoria contundente. Hacer lo mismo nos dejará los mismos resultados, tengamos en cuenta que el compromiso es vencer.
Tampoco se trata de denigrar de este u otro mecanismo, de rechazar de plano una u otra forma. Siendo válidas muchas de ellas, es necesario identificar cuál se ajusta más a la sociedad actual y al momento que vivimos.
Más adelante pueden variar las circunstancias, por lo cual quizá haya que echar mano de mecanismos de protesta de otras características, porque, al fin de cuenta, la forma para desarrollar una lucha es circunstancial.
La profundidad de una causa no está determinada por las vías que se emplean para llevarla a cabo, sino por los propósitos que persigue. Hacer discusiones sobre las vías, sin analizar el fondo y el contexto, es quedarse en la superficie.
En la capacidad de reinventarnos y renovar está la posibilidad de avanzar y triunfar. No es fácil, porque a veces los hábitos, costumbres y añoranzas pesan más en el subconsciente que el mismo deseo de vencer.
Entonces, los jóvenes, al tener una carga más liviana de prejuicios y conductas añejas, menos atados a maneras preconcebidas, con mentes abiertas a la creación, serán siempre los más dados a cambiar, es decir, a mejorar para avanzar.
Cuando una generación entiende esto y su fuerza es mayor a la resistencia que le presenta la costumbre y la comodidad de lo conocido, entonces se abren los horizontes para grandes transformaciones. En Colombia esta generación está en proceso de formación.