Decidí que era mejor empezar está columna con el principio y terminar con el final: Me atracaron y decidí escribir sobre confianza y esperanza, a pesar de que suena trillado, porque es importantísimo.
Me pregunto si la confianza es solo humana. Confianza, dice la RAE “es la esperanza firme que se tiene de algo o alguien” y, también según la RAE, la esperanza es “un estado de ánimo en el que algo que se nos presenta como posible lo que deseamos”. Qué enredo. Pero es algo como así: La confianza es creer con firmeza que algo que queremos va a pasar.
Lo cierto es que en la gran mayoría de los actos de nuestra vida diaria invertimos una dosis importante de confianza. Cuando nos montamos a un ascensor tenemos plena confianza de que no se va a caer (pero podría hacerlo, ¿no?) y cuando cruzamos la calle, tenemos confianza en que los carros van a respetar el semáforo en rojo y nos van a dejar pasar. También cuando hacemos negocios confiamos en que la otra parte va a cumplir con lo acordado y vemos la posibilidad de exigir el cumplimiento por otros medios como solo una posibilidad remota e indeseada: En principio, yo si creo el que me vende una casa me la va a entregar. Dudar de todo en la práctica haría imposible vivir. Hacer un trato con alguien es principalmente eso: un gesto de confianza.
Pero lo curioso es que no solo el derecho sino también buena parte del sistema económico está fundado en la confianza, en creer firmemente que algo que yo quiero que pase va a pasar. El crédito, por ejemplo: el banco me presta plata principalmente porque cree que le voy a poder pagar luego de un tiempo. Yo invierto tal empresa porque creo que a largo plazo estos van a poder darme un rendimiento mal que bien aceptable. Ambos, el banco y yo, investigamos a la otra parte y concluimos que sí, que es posible que nos pague, que es posible que pase lo que deseamos. Confiamos.
Pero la confianza es una forma de esperanza, dice la RAE. E inmediatamente me viene a la cabeza esa frase de Los juegos del hambre, en la que el presidente Snow (el dictador) le pregunta al joven Séneca (el organizador):
“Séneca, ¿por qué crees que tenemos un ganador? ¿Por qué no intimidar a los distritos, ejecutarlos a todos inmediatamente? Sería más rápido.”
Y ante el silencio incrédulo del joven le responde:
“Esperanza. Lo único más fuerte que el miedo es la esperanza. Un poco de esperanza es efectivo. Demasiada, es peligrosa. Una chispa está bien, siempre que se contenga.”
Así, la confianza es, creo, el motor de nuestra vida diaria, pero un poco de esperanza nos mantiene tranquilos, sirve como paliativo. En la medida en que pensamos que no todo está perdido, que todavía tenemos algo que perder o algo por ganar, estamos tranquilos. Por eso es que en Bogotá vivimos mal que bien tranquilos, a pesar de que a veces —como a mí— atracan, roban, etc. Porque no es siempre, porque es solo a veces, porque todavía puedo salir. Por eso también, de pronto, no hacemos mucho al respecto: muchas veces cuando roban a alguien la gente alrededor no reacciona (no fue mi caso, creo que nadie vio), porque no es conmigo, porque confiamos en que a mí, si me quedo tranquila, nada me va a pasar.
Por eso creo que es tan importante hablar de esperanza y de confianza. Porque creo que la pérdida generalizada de la confianza en los demás es el peor daño que se le puede hacer a una sociedad o comunidad, sin confianza es imposible relacionarse y los seres humanos somos seres sociales, necesitamos relacionarnos. Ese es el daño que hacen los atracadores, más que quitarme lo que tenía en el morral ese día. Es, también, el daño que hacen los políticos corruptos y, cuando llega a extremos, los gobiernos tiránicos.
Creo que algo así es lo que pasa en Venezuela y en Ucrania en este momento. La gente perdió la esperanza en el presente. Ya no ven como posible que pase lo que desean, ya no pueden soñar. Por eso están en la calle. Porque la confianza en los demás y, por supuesto, en el Estado, son el fundamento de toda sociedad humana y a ellos se las arrebataron. La esperanza que tienen ahora es que todo cambie.
Sinceramente les deseo suerte y fuerza. Ojalá no pierdan la esperanza, porque es lo único más fuerte que el miedo. Ojalá todas las partes entiendan que más que ganar o perder, o robarme, lo importante es restablecer la confianza: Dejarnos soñar y creer con cierta certeza que lo que queremos puede pasar.