“Una crónica de intáglios, armonías y notas largas”

“Una crónica de intáglios, armonías y notas largas”

"Roldanillo y su museo, escondidos tras los parajes de la cordillera occidental, nos enseñan algo importante y es quizá el mayor aporte del trabajo del maestro Omar Rayo"

Por: Crhistian Camilo Villa Velasco
mayo 02, 2017
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“Una crónica de intáglios, armonías y notas largas”
Foto: Catalina Becerra Torres

Intaglio: proceso de impresión en el que una imagen se transfiere a un papel con la tinta que hay en las incisiones grabadas en una placa de metal.

Roldanillo: Vanguardia del arte nacional, símbolo de la buena vecindad, del avance en medio de las adversidades y de la superación ante los malos vientos. Hogar del “rayo” que más fuerte ha aturdido al país.

Aquí cayó un rayo…y dejó huella. San Sebastían de Roldanillo es un pequeño poblado ubicado a la margen derecha del Río Cauca, en el lado donde los pueblos son un poco más frescos. Ya desde el siglo XIX, los cronistas y viajeros advertían de su valor y vocación: un lugar idóneo para que filósofos y artistas puedan retirarse en paz. Y no se equivocaban, aún, en pleno siglo XXI, no se pierden sus aires frescos y sus parajes coloridos de antaño, suficientes para inspirar a cualquiera.

Durante años, este paraje fue mi pueblo vecino y, quizá, nunca le había prestado la atención necesaria hasta ahora. Allá, fui a la búsqueda de una historia pero, por cosas del azar, terminé escribiendo otra. Actualmente, este resulta ser un sitio sumamente extraño, pero, si se le piensa en los términos impuestos por un país que trasciende siempre de lo normal a lo irracional: es un rincón que combina estilos únicos de pasados coloniales con formas modernas y contemporáneas, no obstante, si bien se resiste al paso del tiempo, le da paso a otras emociones y sensaciones que se convierten en una mezcla excepcional y excitante a los viajeros y cronistas actuales.

El museo Rayo, en ese orden de ideas, es quizá, el único sitio donde se puede apreciar un lienzo de Kokoschka y escuchar, al mismo tiempo, el cacarear de algunas gallinas, también, tal vez, el único que tiene como vecinos a un salón de belleza, una vivienda de vocación agrícola y una taberna abierta desde antes del mediodía, algo típico en los parajes de este remedo de nación. Resulta peculiar, entonces, como un sitio ubicado a más de 150 kilómetros de otro museo o casa de arte puede impregnarse de un sello tan local y particular y convertirse, a la vez, en uno de los íconos más importantes no solo del arte regional y nacional, sino de la pintura latinoamericana, compartiendo honores con Siqueiros, Botero y Rivera

En su interior contiene un trabajo que jamás pasará de moda: Las colecciones del maestro Omar Rayo, a las cuales, su creador, al parecer, salvaguarda incluso después de su muerte. Lienzos de colores fuertes, flexibles y a la vez hipnóticos atraen a públicos de todas las procedencias, cortejando espectadores sin importar ninguna diferencia de carácter socioeconómico. A su atractivo se le suman colecciones visitantes, como las de Oskar Kokoschka y su romántica Cantata de Bach, la cual introduce a paisajes de los cuales solo el Fausto de Goethe es testigo, o los cuadros de Antonio Samudio, en donde se refleja su particular visión del mundo, una en la que no renuncia a su fidelidad a sí mismo, cargada de expresionismos, esta nos enseña que, por más frívolo que resulte lo cotidiano, este posee, en su esencia, algo de gracia y encanto.

No está claro si es el pueblo el que le añade su tinte particular al museo o viceversa, pero, de lo que sí se puede estar seguro, o a menos a modo personal, es que ambos han logrado trascender las convenciones rígidas y castrantes de los cánones tradicionales del arte, brindando la posibilidad para que cualquiera, sin importar su origen, pueda acceder al museo, deslumbrarse en trazos armónicos y, al tiempo, disfrutar de una bebida (preferiblemente una cerveza), deleitar buenos aires y hasta de realizar un vuelo en parapente.

Los cánones tradicionales del arte, en sus diversas expresiones, nos tienen acostumbrados a salas de arte en formatos indescifrables con etiquetas rigurosas, cuyos visitantes son, en muchos de los casos, intelectuales entretenidos en disertaciones vacías y en críticas fuera del lugar, olvidando lo más importante: deleitar la obra. Roldanillo y su museo, escondidos tras los parajes de la cordillera occidental, nos enseñan algo importante y es quizá el mayor aporte del trabajo del maestro Omar Rayo: el arte no es meramente burgués, ni tampoco un objeto de deleite y exclusión por parte de los más adinerados, sino, que su finalidad debe de ser el ilustrar, cautivar y educar a todos, sin distinguir formación intelectual, títulos o cantidad de tarjetas plásticas en los bolsillos.

 

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