Una costumbre histórica llamada corrupción

Una costumbre histórica llamada corrupción

"Como pueblo, señalar y juzgar se nos convirtió en excusa perfecta para desvincularnos de toda culpa"

Por: Jorge Zapata Gómez
junio 11, 2019
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Una costumbre histórica llamada corrupción

En Colombia, la corrupción ha sucumbido nuestra historia desde antes de denominarnos “República de Colombia”, inclusive mucho antes de tan siquiera convertirnos en un territorio independiente, esta maldición, y llamémosla de esta manera, pues sus inicios se remontan a la época cuando los coloniales quemaban mujeres acusadas de hacer brujería, y cómo no, si hace más de cuatro siglos, mientras en Alemania quemaban “brujas” en nuestro territorio uno de los altos mandos era acusado de corrupción.

Para el año de 1602, don Francisco de Sande, presidente de la Real Audiencia (una equivalencia a Presidente de la República para la época) regresaba de España con un encargo, y era el de consignar cinco mil pesos oro en efectivo en la tesorería del virreinato, y pues no muy alejado de la realidad actual, el dinero no aparecía por ningún lado; en esos días llegó también a Bogotá, gravemente enfermo, Andrés Salierna de Mariaca, enviado desde España a investigar dicho suceso. Al cabo de un par de días se divulgó el rumor de que Sande había sobornado al investigador para fallar a su favor, los rumores llegaron a los oídos de Mariaca que moribundo en su cama, exclamó su inocencia y agregó que antes de que pasen nueve días, tanto Sande como él, iban a comparecer ante el tribunal de Dios. El 18 de Septiembre, exactamente a nueve días de la muerte de Mariaca, el presidente Sande muere diagnosticado de un derrame cerebral, el dictamen se había cumplido al pie de la letra. Poco tiempo después se descubrió que Mariaca, junto con sus acompañantes, habían sido envenenados en el puerto de Honda ¡Qué bien hemos aprendido de nuestros antepasados!

Dicen que, quien no conoce su historia está condenado a repetirla, y esta frase tan popular como  subvalorada, describe perfectamente la indiferencia de un pueblo ante sus circunstancias, y como pueblo hago referencia desde los colombianos de a pie hasta los altos cargos públicos. Han pasado ya más de cuatro siglos desde que dio lugar el primer caso de corrupción en nuestro territorio, pero al parecer aun ignoramos el poder que poseemos de hacer un cambio.

Como colombiano de a pie, crecí viendo como para el año 2009, con 400 kilos de bienestarina eran alimentados cerdos en el departamento de Antioquia, como colombiano de a pie, vi cómo tan sólo un año después, para el 2010, estallaba un escándalo de corrupción denominado “el carrusel de la contratación”  y así año tras año, un escándalo tras otro, en ocasiones peor que el anterior, como aquel, en donde indiscriminadamente, el exgobernador de Córdoba, Alejandro Lyons, hizo pasar por hemofílicas a personas sanas con el propósito de que fuesen cancelados los servicios médicos por la supuesta atención prestada, o este otro en el que niños escolares en Bucaramanga eran alimentados como los mismísimos duques de Cambridge, con tamales de 30 millones de pesos, y así muchos casos más. Pero cómo pedirle peras al olmo, si en el país del sagrado corazón de Jesús, hasta el fiscal anticorrupción (Luis Gustavo Moreno Rivera)  es señalado y acusado por escándalos de semejante índole.

En términos generales la corrupción no es más que la acción de corromper y/o ser corrompido, y es esta misma concepción un pilar vigente en la cultura colombiana, como sociedad nos han vendido un significado erróneo que sin vacilar hemos comprado. Culturalmente hablando, (y digo cultural, pues es justo en ese punto donde se posicionan nuestras costumbres) este concepto se nos presenta cada vez más de manera continua que hemos llegado al punto de tergiversar su historial delictivo e inmoral, ha escalado tan fuerte en las últimas décadas que se nos convirtió en costumbre, debemos evitar normalizar la delincuencia solo por el hecho de que nos han acostumbrado a ella, hay que entender que no es normal estar agradecidos con un funcionario público cuando no participa en escándalos de corrupción, pues su deber está implícito en el cargo (y digo funcionario público, pues es justo el nivel al cual hemos permitido que lleguen nuestras “costumbres”).

Como pueblo, señalar y juzgar se nos convirtió en excusa perfecta para desvincularnos de toda culpa, hay quienes inclusive desarrollan un sentimiento rencor, pues invierten gran parte de su vida dando fuerza a la idea de que el Estado les debe algo, y bueno, sí, hasta cierto punto el gobierno debe garantizarnos derechos  y suplir cuando menos, nuestras necesidades más básicas, pero como sociedad se nos olvida que el Estado es construido por nosotros mismos, como sociedad hemos perdido valores morales que nos mantenían al margen de lo debido y lo indebido, como sociedad se nos ha arrebatado el sentido de pertenencia, al parecer, como sociedad, lo único que tenemos en común es que somos individuos que transitan sobre el mismo territorio, se nos olvida que tanto la corrupción como otros males son un problema que nos atañe a todos, así que el llamado es a que perdamos la costumbre que se nos fue impuesta, pero no perdamos la costumbre de construir sociedad.

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