Una cosa es una cosa, y otra cosa es otra: mi opinión sobre Piedad Córdoba

Una cosa es una cosa, y otra cosa es otra: mi opinión sobre Piedad Córdoba

Le agradezco a Piedad haber expresado de manera clara las injusticias estructurales y “estructurantes”, como decía ella, flagrantes en nuestro país

Por: Sara Moreno
febrero 02, 2024
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Una cosa es una cosa, y otra cosa es otra: mi opinión sobre Piedad Córdoba
Fotografía: Archivo particular

Una cosa es una cosa y otra cosa es otra, dijo María Jimena Duzán al final de la última entrevista que le hizo a Piedad. Se refería a que si bien era legítimo mantener dudas sobre sus vínculos con Alex Saab, no se podía desconocer su participación, definitiva, en la liberación de decenas de secuestrados y en los procesos de reconciliación y búsqueda de la paz y la justicia en Colombia. Eso constituye la primera cosa. Tampoco, desconocer las malquerencias del gobierno de Uribe y sus seguidores frente a esos eventos, ni la instrumentalización política de ellos y en contra de la paz. La segunda cosa.

Con todo estoy de acuerdo.

Crecí en Cartagena viendo un cuarto y baño pequeñitos en todos los apartamentos; allí dormían y se bañaban las muchachas del servicio. Las mujeres que se encargaban del aseo, la cocina y el cuidado de los niños. A ellas les correspondían esos cuartos pequeñitos que solían disponer de una cama sencilla y de sus pertenencias, las cuales iban y venían de sus casas en los pueblos o los barrios pobres de la ciudad cada quince días.

Tenía entendido que para no tener que trabajar en esos oficios ni ser inquilina errante de esos cuarticos, había que estudiar. Graduarse con buenas notas del colegio e ir a la universidad. Sin embargo, poco a poco me fui percatando de que tenía que haber algo más, porque la mayoría de las mujeres que trabajaba en ellos eran mujeres negras. Y las que no eran negras, eran campesinas, indígenas. ¿Por qué era una coincidencia, entre esas mujeres, no ir a la universidad? ¿Sería que a ninguna le gustaba el colegio? ¿Sería que ninguna estaba interesada en ir a la universidad? ¿Sería que todas eran “flojas”? ¿Serían todas  “brutas”?

Piedad Córdoba sabía que esas mujeres, al igual que la mayoría de los colombianos, no se graduaban de la universidad porque habían nacido en condiciones precarias para ello, y lo decía claramente y en voz alta. Pero también con simpatía. Hacia quienes correspondía escucharla para ayudar a que esas circunstancias cambiaran y hacia quienes veían en su voz esa esperanza. Por esa simpatía y por su tenacidad se ganó el cariño y el respeto de muchos de sus colegas y ser la presidenta del partido liberal.

Pero así como conquistaba a sus oyentes, también los enfurecía. Esto último era más común entre quienes coincidían en que esas mujeres, y demás colombianos, tenían las oportunidades que tenían, porque así lo habían elegido y no porque no habíamos logrado organizarnos de una manera en la fuera posible superar las divisiones y las desigualdades que surgieron de haber sometido a la esclavitud a negros e indígenas en la insaciable búsqueda del oro. Uno de esos enfurecidos llegó, incluso, a escupirla en un aeropuerto.

No puedo opinar más allá de los notorios resultados de sus años como congresista, entre los cuales destaco la ley 70 de 1993 que reconoce la propiedad colectiva de la tierra de las comunidades negras; su defensa, incansable, de las minorías raciales, étnicas y sexuales, y de los derechos humanos. Su papel en el desmantelamiento del paramilitarismo en la política y economía colombianas, y su participación en la liberación de secuestrados, de la cual ya hablamos. Y aunque estoy en desacuerdo con su defensa de la dictadura venezolana, entiendo que, hasta cierto punto, se tratara de una posición política, estratégica en su intermediación por la liberación de los secuestrados y la paz. Sin embargo, considero que en los últimos años, por una razón que desconozco pero que podría atribuirle a una mezcla de vanidades con una suerte de frustración y resentimiento, su posición rayaba en la indolencia con una población que ha sido víctima de graves errores, corrupción, y también caprichos, no solo de la elite venezolana, sino también del gobierno bolivariano.

Para mi es imposible saber si Piedad era inocente o culpable de las acusaciones que corrían en su contra; es posible, como lo expresó Mauricio Reina, que, efectivamente, Piedad haya entrado en contacto con los "reactivos químicos" del laboratorio social del poder excesivo, la delincuencia y "el dinero fácil". Solo ella conocía esas circunstancias y los motivos que le cruzaban la cabeza antes de irse a dormir cada noche. Sobre ello, siempre me pregunto ante estas figuras polémicas, a quienes, dicho sea de paso, es fácil convertir en blancos de acusaciones para desviar la verdad. (Ver Epílogo).

Le agradezco a Piedad haber expresado de manera clara, con voz alta y fuerte, las injusticias estructurales y “estructurantes”, como decía ella, flagrantes en nuestro país y que nos cuesta tanto trabajo reconocer. Piedad merece descansar en paz; es nuestra  responsabilidad mejorar el trabajo en la consecución de la justicia y la paz y llegar a la verdad.

Epílogo: Andrés Vasquez, ex empleado de Piedad y quien la acusa de haber hecho negocios con Alex Saab, no ha entregado ninguna prueba de sus acusaciones. Piedad Córdoba fue indemnizada por el Estado colombiano por una inhabilidad impuesta por el entonces Procurador Alejandro Ordóñez en el 2010. Al momento de su muerte, en la corte suprema de justicia cursaba una investigación en su contra por enriquecimiento ilícito.

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