Una cosa es el dormir, otra cosa son los sueños
Opinión

Una cosa es el dormir, otra cosa son los sueños

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mayo 02, 2014
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Una cosa es dormir, actividad neurofisiológica con una interesante patología asociada a la que nos referimos en columna anterior (Recordar nuestros sueños nos mata). Otra cosa los sueños como irracional pero sincera conversación con nosotros mismos. O más bien lo que al despertar relatamos o nos relatamos de nuestros sueños es muchas veces una reveladora conversación con nosotros mismos. Y no es siempre hablar solos. Lo hacemos algunas veces con terapeutas que nos ayudan a enfrentar con esa narración algunas dolencias y sufrimientos personales que llamamos enfermedades. Que no son objetos ni siempre se operan sino muchas veces se conversan.  Lo que en inglés se llama the talking cure, el sanar hablando, término usado por Anna O, la primera paciente de Breuer y Freud.

Con gran dificultad la terapia psicoanalítica se fue aceptando en los últimos cien años como parte de la medicina occidental. Pero la cultura no médica del siglo XX (literatura, artes gráficas, cine) se apropió rápidamente las ideas de Sigmund Freud transformándolas y popularizándolas. Todo el mundo tiene conocimiento, quizás impreciso, del complejo de Edipo, el inconsciente, el superego y otros conceptos freudianos. En los EE. UU. se produce actualmente una serie de televisión con Freud como detective protagonista (El Mundo, 21 de abril, 2014)  Lo que lleva a preguntarnos sobre la verdadera importancia médica de las teorías freudianas (Does Sigmund Freud stillmatter?, BBC, 24 de abril, 2014)

Esta no es una pregunta nueva. La aceptación del psicoanálisis por la medicina ortodoxa y académica, siempre conservadora y a veces casi ciega a nuevas ideas, fue difícil. Pero debemos dar un paso atrás para entender la reacción a las ideas freudianas.  Cuando Freud asistió en París a las clases de Jean-Martin Charcot (el Napoleón de las Neurosis) la histeria, un diagnóstico muy común en el siglo XIX, era entendida médicamente como una enfermedad de los nervios. Freud paulatinamente llega a comprenderla como una enfermedad de la mente, algo muy distinto, que puede explicarse por las experiencias antiguas del paciente y conocerse a través de la interpretación de los sueños como se titula su clásico de 1899. Charcot mismo, a cuyas clases acudió también Evaristo García el médico caleño, aceptó después la histeria como enfermedad psicológica no neurológica. Me parece interesante la coincidencia de maestro en las vidas de Freud y García, pero uno fue el camino de Sigmund en Viena  y otro el de Evaristo en Cali.

De todas maneras todo hubiera podido quedar en el tratamiento con hipnosis e interpretación de los sueños para algunos pacientes particulares en aquella Viena rica y neurasténica (etimológicamente “débil de nervios”) de los años finales del Imperio Austro-Húngaro. Pero Freud como sabemos pasó a tener múltiples discípulos (Jung, su hija Anna y otros) con quienes desarrolló toda una teoría de la personalidad con implicaciones sociales, éticas y filosóficas.  Quizás esta extensión de lo médico y terapéutico a toda una gran visión del hombre y sus conflictos “friquió”, como dicen los muchachos ahora, a sus colegas. Conozco, por experiencia propia, la resistencia de los médicos a pensar por fuera de su oficio.

Pero llega el siglo XX y sus guerras.  Durante la I Guerra Mundial de inusitada crueldad ocurren rebeliones personales y masivas de los soldados.  Algunos se niegan a salir de las trincheras, otros desertan o participan en motines. Algunos salen de sus trincheras a abrazar al enemigo como en la no autorizada Tregua de Navidad de 1914 en Flandes.  Los soldados de un lado y otro se abrazaban, cantaban el villancico Noche de Paz, oraban con el salmo 23 (El Señor es mi Pastor: nada me falta…)  ¿Cómo reaccionaron los ejércitos combatientes ante esto? Procuraron que no volviera a ocurrir condenando a fusilamiento por cobardía a todo soldado que se negara a combatir.

Con los oficiales que se comportaran así la respuesta era diferente. Se hospitalizaban en casas o mansiones de reposo para tratar su debilidad de nervios (hoy se llamaría estrés postraumático). Se medicalizó la justa cobardía podríamos decir. Pero el único tratamiento disponible para esa “falta de fibra moral” como se decía en aquella época era la conversación, the talking cure, y un muy elemental análisis psicológico.  Esto llevó a la popularización de las ideas freudianas. Y las novelas y películas presentaron con frecuencia la figura del analista, preferiblemente de barba, que escuchaba historias y sueños del paciente recostado en el diván. Así pasó el psicoanálisis a la cultura popular.

La reciente nota de la BBC concluye que la importancia de Freud radica en su función como catalizador de muchas realizaciones artísticas del siglo XX. Yo diría que es un catalizador, palabra bioquímica, de toda la cultura del último siglo. Pero los médicos seguimos resistiéndonos a ver la medicina como parte de la gran cultura humana.

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