Al llegar a mi lugar de trabajo —fortuna que no todos los barranquilleros tienen— un compañero muy preocupado se me acercó preguntando: “¿Cómo ves la cosa?” Enseguida entendí que se refería a las elecciones presidenciales y otra compañera que nos escuchó por casualidad nos interrumpió expectante, aplazando la discusión para la hora del almuerzo: también quería participar.
Apenas rayaron las doce del mediodía cuando se acercaron a mi escritorio muy preocupados a comentarme sus impresiones sobre los candidatos enfrentados en la contienda electoral, repitiendo el mismo sirirí que a fuerza de iteración intentan imponer una vez más, marchitando el proceso democrático.
De este modo empezó uno: “Es que ninguno de los candidatos tiene talla presidencial, les hace falta autoridad”. La siguiente lo acolitó y sostuvo: “Petro habla con seguridad, él mismo se cree sus mentiras y así convence a muchos despistados”.
Y así empezó la perorata propia de las vísperas electorales, que terminó, para los tres, en una profunda intranquilidad: Si Federico Gutiérrez o Gustavo Petro ganan las elecciones presidenciales, iremos rumbo al abismo, el país seguirá dividiéndose y viviremos 4 años más de dificultad —el ambiente se enrareció y subió la tensión por un momento—.
Después de las desprevenidas opiniones iniciales, que se constituyen en un verdadero desahogo, se empezó a decantar el asunto y nos preguntamos: ¿Qué es lo más conveniente para la democracia? Y dejamos de hablar de candidatos y elecciones, empezamos a hablar de política.
Discutimos acerca de lo que significa y se entiende por transmitir voz de mando o autoridad, que todo candidato presidencial debe tener. Sin darnos cuenta, en principio, caímos como muchos en la imprecisión de confundir el carácter con la imposición a través de la fuerza, nada más dañino para la vida en sociedad.
Nos acostumbramos a que los candidatos a presidente persigan a sus contradictores, los griten, le peguen coscorrones a su esquema de seguridad, insulten por teléfono, omitan responder preguntas serias con desfachatez: “¿de qué me hablas viejo?” todo ello sin ruborizarse y hasta con orgullo, pero lo peor del asunto es que a quienes actúan así son graduados como hombres de Estado con porte presidencial y los demás son despreciados como simples aspirantes que no merecen llegar al cargo político-administrativo más importante del país: presidente de la República de Colombia.
Así que reflexionamos un momento alrededor de ello y concluimos que el concepto de autoridad ha sido desdibujado adrede por quienes se han heredado el poder político por la cuna en la que nacieron o el apellido que en suerte tienen, sin importar de manera trascendental si son personas virtuosas o no en el arte de gobernar.
Entonces dejamos de emular el famoso adagio popular que dice: “el que manda ¡manda! aunque mal mande”, porque en realidad no necesitamos que nos manden, sino que dirijan el destino de la Nación a un puerto seguro, cosa que han sido incapaces de hacer los políticos tradicionales, que imponen la fuerza sobre la razón.De inmediato comparamos las hojas de vida de los 3 principales candidatos presidenciales, Fajardo y Petro como aspirantes alternativos, con sus notorias diferencias, pero ambos contra el continuismo o status quo que encarna Fico, observando que quien cuenta hoy con mayor estatura académica es el profesor Fajardo, convirtiéndose en una voz autorizada para evaluar los problemas de la Nación y señalar sus soluciones, con pleno rigor científico y con la experiencia en el ejercicio de la administración pública.
Sorprende gratamente que su preparación en el mundo científico, no lo convirtieron en un sujeto inalcanzable, muy por el contrario de la regla general, decidió vivir en Colombia para aportarle a su transformación, entendiendo el papel transformador de la educación en la vida de la gente.
Rechazar el todo vale para alcanzar un cargo de representación popular, es muestra tanto de su decencia, como de su coherencia para hacer política y ello se ve reflejado en la construcción de un proyecto que va más allá de ser presidente, lo que nos propone Fajardo es una forma distinta de hacer política y de reconstruir el país a partir de nuestras fortalezas, escuchándonos para llegar a los consensos necesarios, y unidos, lograr cumplir cualquier propósito que nos tracemos, sin trampas, ni exclusiones.
Necesitamos un buen dirigente político en la Casa de Nariño, un hombre decente y generador de confianza que conduzca el destino del país a través de la razón y no de la imposición.
Alguien que les dé garantías a todos los sectores políticos con unas reglas de juego claras a la luz de la Constitución y la ley: el único personaje político apto para superar todos esos dolores que lastiman a Colombia se llama Sergio Fajardo, el Profe.
¡Estamos hasta la coronilla de tantos malos jefes de estado de toda la vida! Es el momento del cambio y estamos a nada de serlo todo. Terminamos parafraseando poderosas ideas de Fajardo opacadas por los medios de comunicación, pero que, aun así, existen y cobran vida. Vamos con toda profe, con un trabajo sostenido llegaremos a segunda vuelta y ganaremos, depende de nosotros construir un país del tamaño de nuestros sueños bajo el acompañamiento de un presidente profesor, como usted. No deje de empujar y pedalear, lo estamos acompañando en la remontada.
Mucha fuerza, desde el Caribe inmenso lo saludamos convencidos que usted será al próximo presidente de Colombia.