Tras la declaratoria del presidente Petro acusando un apoyo irrestricto a la conformación de una Asamblea Nacional Constituyente para desbancar la constitución de 1991 y realizar las reformas que considere pertinente, los ánimos en el claustro del área política y legislativa están algo caldeados; algunos en contra y los de gobierno a favor, pero como toda realidad tiene sus grises y matices.
Jurídicamente idílica, pues los mecanismos para llevar a buen recaudo el plan no parecen ser tan fáciles de poner en marcha según lo estipulado en la constitución vigente, también la propuesta del señor Petro -que calificó como el único camino posible- demuestra únicamente el hambre de poder que posee, y espera en el termino de la distancia, que la fuente inagotable del elixir despótico no le sea arrebatado bajo las condiciones de unas elecciones libres y transparentes en una posterioridad.
Sin embargo, es labor de nosotros como colombianos frenar las ideas mesiánicas de este personaje. Reformar la constitución, siendo esta una de las más garantistas del mundo, es desde cualquier punto de vista, un despropósito que causará una desestabilización tal que el país quedará sumido en un desgobierno difícil de reparar; comenzando por la disolución del congreso.
Esta situación de incertidumbre en lo tocante al marco constitucional que existe en Colombia, desde la campaña Petro ya se veía venir, se sabía en los corrillos de la oposición que, en el caso de victoria, los tiempos de una reelección eran de atisbo en un futuro demasiado cercano ante el primer contacto de este personaje con el poder.
Pero ojo, Petro es de cuidado, mientras lleva a cabo su tosco y vetusto armatoste comunista pegado con babas y bastante verborrea barata, a los estudiantes de la Universidad de Cartagena que llevan bregando por un poco de atención del mandatario que apoyaron en campaña presidencial -tras la sentencia que condenó al Alma Mater a pagar una suma extraordinaria en favor de Ecopetrol- este simplemente se hace el de los oídos sordos ante los alaridos y la incertidumbre de todo el estudiantado Udeceista.
Para esta clase de personas, el fin justifica los medios, aunque eso signifique dejar de lado a los amigos menos importantes y comenzar una encarnizada lucha contra las instituciones para lograr la consagración casi perpetua e inalterable en un poder de fantasía; sin embargo, la población civil es merecedora de lograr la tan afamada autoconciencia de Hegel para transformar su realidad social y política. En resumidas cuentas, somos los únicos que podemos salvar a Colombia.