Una catástrofe llamada periodistas

Una catástrofe llamada periodistas

Ciudadano indignado por los medios de comunicación

Por: Javier Guerrero-Rivera
marzo 28, 2014
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Una catástrofe llamada periodistas

Salvo respetados y respetables periodistas de los monopolios y los que trabajan en los medios alternativos de comunicación, los que fungen como tal en los medios comerciales como Citytv, El Tiempo, El Espectador, RCN, Caracol, Semana, Blu Radio, La W, Olímpica, Candela… y similares que emiten desde Bogotá o en las capitales departamentales, son una catástrofe. Son una tragedia, una desgracia, un sacrificio tener que oírles, leerles o verles sus peroratas vacuas, paupérrimas y precariamente ideologizadas. Lo tristísimo es que se les ‘pega’ por contacto, por arribismo, por sus abominables ansias de poder y, hasta, por herencia familiar o simbólica.

En este reducido y poderoso grupúsculo están, como dignos ejemplares, los Arismendi, los Joséobdulio, las Vickis, los Vargas, los Néstores, los Sánchozcristo, los Yamits, los Pardorrueda, los Gustavogómez, las Darcis, las Gurisati, los Lloreda, los Santos, los Luíscarlos Vélez, los Fernandolondoños, los Daríorrestrepo, los Edulfos, los Felipe Zuleta, las María Isabel Rueda, los hijos de…los hermanosprimos de… los amigos de… Y todos sus “servidores”. Tartufos, bufones, alcahuetas todos. Y de “inteligencia superior”.

Los ciudadanos del común, les hemos soportado por décadas sus despropósitos. Tanto los que han estudiado la carrera de Comunicación y Periodismo como los que no aunque fungen de comunicadores/periodistas, han llevado a esta profesión a su peor descrédito por las siguientes razones:

Su básica racionalidad binaria no da sino para poner los hecho en términos de izquierdistas y derechistas, pobres y ricos (siempre en favor de los segundos, sus patrones), desorden y orden, malos y buenos, no productividad y productividad, enemigos y amigos.

Les importa nada la historia del país, su propio pasado como individuos, su procedencia, las condiciones socioculturales de su propia gente. Carecen de consciencia histórica. Desconocen los problemas estructurales; se extasían con la superficialidad y lo coyuntural

No investigan. Son cortoplacistas. Creen que Colombia es como el Parque de la 93 y los límites quedan en Chía, los grandes temas de sus agendas son los que pueden manipular para su favor o los que cada día registran.

Hacen de los medios comerciales, desde los que transmiten, presentan o escriben, trincheras, megáfonos, panfletos ideológicos defensores de la derecha colombiana, sus intereses económicos y politiqueros oclusores y exclusores.

En su agenda informativa no están los problemas gravísimos de la gente empobrecida, los campesinos, los indígenas, los afrodescendientes, salvo para hacer con ellos show o acentuar las estigmatizaciones. La diferencia solo existe para el morbo y el amarillismo. Invisibilizan y destruyen las ciudadanías; violan los derechos humanos.

Van obcecadamente en búsqueda de popularidad y visibilidad en la pantalla para llegar como asesores de cualquier político de turno, volverse opinadores, dictar cátedra universitaria, ganarse en Premio Simón Bolívar para “consolidarse” como los mesías del periodismo, los cuidadores de la verdad, la justicia y la ética. Aman la fama.

Creen que la última instancia de su vida personal y profesional es llegar a la W, RCN, Caracol, El Tiempo, Citytv, Semana, Blue Radio, El Espectador y sus similares o ir a servir a los mismos patrones en CNN, NTN24, Univisión, SER y similares, pero no alcanzan a darse cuenta que son víctimas de la explotación, del arribismo y de la negación de su propia condición de humanos.

Acentúan la persecución ideológica sobre quienes no forman parte de sus círculos. No alcanzan a comprender cómo su odio, sectarismo y futilidad son alimento para los alzados en armas de todos los bandos, para la guerra y “las soluciones armadas”, en las que los ciudadanos no creemos.

En lo que dicen y escriben esconden un radicalismo insolente y una violencia simbólica destructora del país y de la poca “democracia”. Fabrican noticias por encargo.

Culpan a las opciones distintas de la derecha (Liberales, Cambio Radical, Centro Democrático, Conservadores, La U, el PIN…) de los problemas del país, pero no alcanzan a divisar que por más de 200 años esa derecha, a la que sirven, ha estado al frente del poder profundizando la pobreza y la segregación.

Les interesa, en lo fundamental, ponerse al servicio de la derecha local (bipartidismo) y de las derechas de América Latina, para desacreditar y sembrar odio a diario en contra de las opciones distintas como las de Bolivia, Brasil, Ecuador y Venezuela, ignorando los hechos locales y la violencia en las regiones y en las comunidades porque no les representa encargo, lucro, publicidad ni rating.

Lamen en exceso la mano de sus patrones y compinches que les dan de comer. El exceso los lleva a convertirse en los lameculos del régimen de turno, vendiendo así la dignidad y la ética de la profesión.

Su agenda informativa no da para hacer investigación in situ; esperan que alguien les diga qué informar. Veneran el centralismo capitalino así el resto del país arda (Buenaventura, Chocó, Guajira, Magdalena Medio, las fronteras, el Catatumbo, Tumaco…); más allá de sus fronteras mentales y geográficas para ellos no justifica trasladar el mismos arsenal que trasladan a donde les ordenan sus patrones, incluso fuera del país. Los desplazamientos al lugar de los hechos son para ir de picnic y shopping.

Maltratan cotidianamente al ciudadano con la mediocridad informativa, el prejuzgamiento a priori y las condenas que formulan sin tener argumentos. Se victimizan a la sombra y mal uso de la libertad de expresión y el amparo especial que poseen.

A esta hermosa profesión la han corrompido tan bajo sus protagonistas que el común de la gente –que no come entero- los llama periodistas prepago, mercenarios del periodismo, terroristas/sicarios del micrófono, mandaderos, campaneros, títeres del sistemas, lacayos del establecimiento, lacras serviles, guacamayas, H.P. (Honorables Periodistas) y muchos de los que cité antes, de los cuales, estos personajes, hacen gala.

Y, ¿Qué hacer frente a esta crisis del periodismo colombiano, frente a esta dictadura mediática, frente a los monopolios de la información? Tres cosas son posibles: 1) apagar sus emisoras, no leer sus periódicos ni ver sus canales; o de hacerlo, solo para entender que lo que informan no es la realidad, no es la verdad; 2) pensar, proponer y divulgar opciones de comunicación alternativa como lo propone el periódico El Turbión (http://elturbion.com/?p=8898)  que, ojalá, por la fuerza de los hechos como mejor argumento, conduzcan más adelante a que se forje una Ley de Medios para Colombia; y, 3) exhortar a las Facultades de Comunicación y Periodismo a repensarse.

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