Una cartagenera a la orilla del río

Una cartagenera a la orilla del río

Luego de quedar embarazada, Petrona partió a Tamalameque. Aunque hoy todos los que la conocen creen que es originaria de ahí, ella no olvida sus orígenes

Por: WLADIMIR PINO SANJUR
mayo 07, 2019
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Una cartagenera a la orilla del río
Foto: Pixabay

Su nombre real es Petrona del Carmen Sanjur Pérez. Nació el 26 de febrero de 1957 en Cartagena de Indias. Es hija de Belisa Pérez Luna y Abdiel Sanjur Durán. La línea de sangre materna es de la Villa de San Benito Abad en el departamento de Sucre y la paterna es de inmigrantes españoles que llegaron a Panamá y de ahí una parte de la familia se radicó en el corralito de piedra. Ella se formó como maestra en la Normal Piloto de Bolívar, donde fue cautivada por la verborrea desbordante de un joven poeta que había llegado a estudiar a Cartagena proveniente del municipio de Tamalameque. Entre discursos y poemas se dejó embaucar por las promesas de amor de este hombre de la orilla del río.

Hacia 1975 descubrió que se encontraba embarazada, por lo que se casó a escondidas en la aristocrática Iglesia de Santo Domingo del centro histórico de Cartagena. Desde entonces cambió las playas y las calles coloniales de Cartagena por las polvorientas calles de Tamalameque, donde la esperaba un viejo caserón de palma en la calle central de este pueblo olvidado a la orilla del gran río de la Magdalena. Fue difícil adaptarse a la vida rural de Tamalameque, un pueblo que para entonces se comunicaba con el mundo a través del río, el tren y un ramal destapado que interconectaba a la poca usada troncal del Caribe. En esta provincia no había luz eléctrica y para colmo de males, como buen pueblo a la orilla del Magdalena, luego de las seis de la tarde llegaba el zancudo como una plaga que se encarnizaba contra su piel foránea causándole laceraciones. Sin embargo, con el pasar de los meses ya estaba adaptada al sabor del agua del pozo, al mentolín que hacía más afables las noches calurosas del pueblo y a encerrarse en un toldo que la cubría del mosquito para dormir.

Pronto comenzó a laborar como mesera en la fonda que funcionaba en la casa de habitación donde vivía con su suegra, sus cuñadas y unos sobrinos de su esposo. En esta fonda se preparaban comidas diversas de los pueblos de la depresión momposina. La mujer cartagenera embarazada de su primer hijo atendía comensales en la canícula de Tamalameque, sirviendo pescado en viuda, bagre en salsa, mojarra frita, ponche, galapaga, pato yuyo, entre muchos más animales de monte propios de la culinaria tamalamequera. Uno de esos tantos días, Tamalameque estaba de ambiente festivo, sonaban voladores y una banda de viento tocaba en la esquina de los peceros, mientras una multitud saludaba al político vallenato que visitaba Tamalameque. Al medio día estaba la comitiva departamental en el rancho de Bonifacia Ávila degustando una viuda de bocachico cuando al senador Pepe Castro le llamó la atención que en aquel viejo caserón de techo de palma y paredes de barro hubiera un diploma enmarcado. En el diploma decía: “La Normal Piloto de Bolívar otorga a Petrona Sanjur Pérez el título de maestra”. Entonces preguntó a la dueña de la fonda: “¿Doña Bony, ese diploma de quién es?”. La vieja Bonifacia sonriendo señaló a la mesera y respondió: “Es de ella, de mi yerna, tiene 5 meses de haberse casado con mi hijo y está desempleada”. El senador indagó por el nombre y otros datos los cuales fueron anotados en una agenda desgastada por uno de sus auxiliares.

Pasada una semana, el mensajero de Telecom llegó a la puerta de la fonda de la vieja Bony con un marconigrama en la mano, donde se comunicaba el nombramiento temporal a la joven Petrona, que para esos días había sacado la cédula y se identificaba con su nuevo nombre de casada: Petrona Sanjur De Pino.

Fue así como comenzó a laboral en la Escuela Madre Laura del municipio de Tamalameque, donde tiene más de 42 años de labores, enseñando los misterios de la lectura y la escritura a los niños y niñas. El tiempo ha transcurrido y hoy la seño Petrona es una tamalamequera más, perdió el acento golpiao que caracteriza a los habitantes del norte de Bolívar y tomó el dejao de los habitantes de la tierra de la Llorona. Además, es madre de 4 hijos: Wladimir y May Francisco (abogados), Yisela (instrumentadora quirúrgica) y Yaira Shakira (técnico en seguridad ocupacional). Aún vive con el poeta que la cautivó en aquellas tardes de lecturas de la doctrina marxista-leninista de los años 70. Ha sido docente de aula, apostolada carismática de la Iglesia San Miguel y primera dama del municipio en dos ocasiones.

Muchos de los que la conocen ignoran que esa mujer que utiliza las expresiones “Júa, Vacío, bachere”, entre otros dichos tamalamequeros, sea cartagenera y no haya nacido en las sabanas del Chingale. Solo sus hijos, quienes la oyen decir dichos propios de su tierra, conocen sus orígenes. Por ejemplo, ellos la escuchan decir, para referirse a la amargura de su espos:, “Está como el culo de la matildona, que se partió como un merengue" o "anda como Jesús en la calle de la amargura”.

En días festivos, de esos que permiten al alma gozar, ella pone música en su casa y baila salsa mientras realiza labores domésticas, siempre tarareando una vieja canción del Joe Arroyo, murmurando en voz alta “ese es el hijo mayor de Cartagena”. A sus hijos les alimenta el amor por Tamalameque, tierra que adora y de la cual se siente parte, pero siempre encuentra espacios para inculcarles la grandeza de Luis Carlos López, Rafael Núñez, Eduardo Lemeitre Román, Bartolomé Calvo y Juan José Nieto, entre muchos ilustres cartageneros. En su casa nunca falta en la mesa el mote de queso y el arroz de coco. Ah, y todos sus hijos se graduaron en universidades cartageneras como una forma de mantener un matrimonio indisoluble entre la cultura de la joya del caribe y la tierra de la Llorona.

 

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