Desde la mirada inocente de un niño, distante de la toxicidad de una sociedad cada vez más intolerable y agresiva, Carmen, el clásico de Próspero Merimée, puesta en escena de la Compañía Nacional de Danza de España, es una visión moderna y transgresora de la violencia que se recrudece en un mundo que da la impresión se estuviera cayendo a pedazos.
Con una escenografía minimalista centrada en un entramado prismático que permite un laberíntico juego de imágenes a partir del cuerpo como hilo narrativo, y del cúmulo de emociones y movimientos de poderosa fuerza interpretativa, marcadas por la coreografía del sueco Johan Inger, y la dirección artística del español José Carlos Martínez, esta Carmen llana, atípica, atemporal, fluye en escena al libre albedrío que propone el músculo, la expresividad y la sensualidad de la danza, sin escabullirse del gran contexto de la obra original.
Recreada a partir de una simbología de atmósferas y metáforas, el montaje es elocuente en la definición alegórica que constituyen los cuadros más significativos del tránsito narrativo: desde la legendaria tabaquería, los suburbios de la antigua Ronda, las artes seductoras de don José, y los descalabros del amor y la pasión entre el torero de marras y la Carmen impetuosa, magnífica y rotunda, en esta oportunidad interpretada por una de las primeras figuras del catálogo dancístico en España: Sara Fernández López, dueña de voltaje y un lirismo corporal pocas veces visto en el alfabeto universal de la danza.
Al respecto ha dicho la protagonista:
“Lo más bello de este trabajo ha sido interiorizar en los movimientos que describen a este personaje, que aunque no fue creado para mí directamente, me parece muy interesante sentir y ver cómo un mismo rol puede ser interpretado de maneras tan diferentes y personales”.
El impulso transgresor es evidente en todos y cada uno de los personajes: la pureza de aquel niño, testigo silente de los acontecimientos, podría remitirse a un cuadro imborrable en la infancia de don José. A su vez, ese pequeño, depende del prisma con que se observe, podría ser un niño cualquiera, quizás el hijo de un migrante, de un exiliado y, por qué no, el niño que todavía nos habita y se resiste a perder su perplejidad ante las exaltaciones de la vida o los horrores del mundo.
Los gitanos a la vera de las tretas seductoras de las cigarreras, reinventados como okupas desperdigados de la debacle contemporánea. La violencia y el desarraigo traducido en nebulosas y penumbras proyectadas en los espejos: un espectro ambiguo que se va diluyendo en el transcurso de la obra. Y, el rojo sangre del vestuario, de enorme impacto visual en el sistema circulatorio de la obra.
Carmen, en finadas cuentas, es una oda en movimiento al amor y a la rebeldía, a las tentaciones contrarias, a los desafueros de la pasión llevada a extremos primigenios. Pero también una reflexión alrededor de la inocencia, de la vida en su crudeza, del egoísmo, la maldad y la venganza, y de esa violencia rampante, de inconcebibles formas, en la que continuamos atónitos y desamparados.
Carmen, con música de Georges Bizet y Rodion Shchedrin, de la Compañía Nacional de Danza de España, se estrenó en Madrid, en 2016, con elogiosas reseñas de la crítica especializada, que coincidió en calificarla como una obra maestra, y ese mismo año recibió el prestigioso galardón Benois de la Danse, que es como el Grammy de la disciplina dancística en Europa.
Es la primera vez que dicha compañía viene a Colombia, y es un privilegio para el público capitalino que su escenario sea el Teatro Colón de Bogotá, en temporada del 24 al 28 de abril, gracias al respaldo del Foco Cultura España Colombia, impulsado por Acción Cultural Española, el Ministerio de Cultura de Colombia y la Embajada de España en Colombia
La boletería para Carmen está disponible en la taquilla del Teatro Colón o a través de TuBoleta. Los precios oscilan entre $35.000 y $100.000