Es inexplicable cómo hace la canciller vicepresidente para conciliar el sueño cuando tiene la peor ejecución de su cartera de la historia reciente de este país. Pocas veces los colombianos hemos tenido una representación internacional de tan bajo perfil y los que no pueden clasificarse de esa manera es porque pertenecen a esa clase privilegiada que le regalan embajadas por el dinero invertido en la campaña del presidente Duque o por otros favores recibidos por esta administración. Embajadores que no hablan ningún idioma diferente al español, ni siquiera inglés, que no saben escribir un comunicado, que tienen historias oscuras sobre sus fortunas. Pero eso sí fieles a la causa del presidente Duque y a su equipo. Es decir, clientelismo de la peor clase en la diplomacia que contribuye a esa mala imagen que Colombia aún tiene en algunos países.
Ajena a todos sus errores, la canciller no se baja del avión para visitas internacionales que no se entienden cuando el gobierno con el sol a las espaldas tiene una de las peores imágenes de los últimos añop. Además, acompañada como Duque, de delegaciones numerosas que tampoco resisten el menor análisis. Es una manera de pagarle por ejemplo a la procuradora su lealtad a este gobierno olvidando las demandas que su cargo tiene y que se niega a cumplir. Viajar, tanto para Duque como para Martha Lucia, se ha vuelto una forma de escapar de la dura realidad que han construido a costa de los recursos de los colombianos
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Viajar, tanto para Duque como para Martha Lucia, se ha vuelto una forma de escapar de la dura realidad que han construido a costa de los recursos de los colombianos
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Como si estas situaciones descritas no fueran suficientes para descalificar a la canciller vicepresidenta, ahora resulta que la ineficiencia de su ministerio es un verdadero desastre. No hay forma de explicarle a los 50 millones de colombianos que sacar o renovar un pasaporte se ha convertido en una tragedia personal y familiar para todo aquel que tenga o quiera viajar al extranjero. Pero lo más grave es que con cara de yo no fui, se atreva a decirle al país que se requieren meses para resolver las inmensas colas desde la madrugada de aquellos que demandan este servicio básico de cualquier Estado. Gente que improvisa formas para poder resistir horas de colas interminables sin ninguna seguridad de ser atendidas. Cambios en las formas de asignar citas que incumplen de inmediato. Mejor dicho, una muestra de la máxima incapacidad de realizar una operación tan sencilla.
Esta situación en vísperas de elecciones presidenciales es una gran lección para los electores colombianos. Ha quedado en evidencia el costo de elegir un presidente que no tiene el nivel mínimo para semejante responsabilidad y que no entiende el precio que pagarán los ciudadanos por nombramientos de funcionarios incapaces o que no asumen las responsabilidades que les corresponden.
En el caso de la canciller que lleva una vida en puestos públicos, lo anterior no aplica y lo que cabe entonces es que se le perdió el camino y la eficiencia dejó de ser una prioridad entre otras por una profunda insensibilidad social. En últimas solo una desconexión con sus obligaciones, una confusión de las prioridades de su trabajo o algo muy grave, simplemente sobradez porque ya se cree por encima del bien y del mal, pueden ser las explicaciones para este caos de su cartera.
La tolerancia de los colombianos es infinita frente a la incapacidad de los funcionarios públicos de este gobierno. Por ello es fundamental denunciar en todas formas esta absurda situación hasta que se logre que la canciller y su equipo tan inepto como ella encuentren rápidamente la forma de resolver esta situación. Mientras tanto denuncien los que sufren los efectos de semejante ineficiencia.
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