Leí, con asombro en este mismo portal, la carta que uno de los comandantes de las Farc, el tal Joaquín Gómez, le dirigió a una de sus víctimas: al hombre que sufrió lo indecible doce años en un cautiverio infame y arbitrario por parte de la guerrilla, al hombre que estuvo al borde de la muerte en esas manos sanguinarias, el hombre que fue amarrado con cadenas y al que seguramente lo llenaron de humillaciones y vejámenes. Ante las torpes palabras del guerrillero no pude evitar estremecerme de rabia y fastidio.
Luis Mendieta fue rescatado en junio de 2010, no liberado por un acuerdo humanitario. Tal vez eso es lo que le duele tanto al subversivo y lo haga destilar odio en una comunicación en la que se burla de la presencia del general entre las víctimas que hoy buscan justamente alguna reivindicación legal, moral o económica.
En su sarcástico escrito Gómez compara la prisión en Estados Unidos de Ricardo Palmera con la de Luis Herlindo Mendieta. A la primera la califica de “perversidad” y a la segunda de “necesidad” y asegura además que si alguien tiene que indemnizarlo será el Estado Colombiano.
Triste este testimonio de parte de uno de los altos dirigentes de las Farc porque revela que algunos de ellos están muy lejos de la reconciliación que se requeriría para lograr la paz. Mientras en La Habana el vocero de la guerrilla Iván Márquez se acercó con todo respeto y seriedad a ofrecerle disculpas a la señora Turbay por haber masacrado a toda su familia, en las montañas de Colombia Gómez rumia rencor y destila odio.
¿Cuál será la verdadera cara de la guerrilla frente a las víctimas? ¿La de Márquez, que sin dejar de justificar su lucha de medio siglo, reconoce errores y ofrece disculpas a sus víctimas? ¿O, la de Joaquín que se recrea en su papel de victimario, de torturador y se burla del dolor que ha causado? No se sabe, pero la carta de Gómez le da alas a la oposición radical que espera cualquier error para acabar con el proceso de paz.
No es fácil leer esta comunicación desde las montañas de Colombia sin sentir náuseas. Casi tanto como las que me dieron al ver a Popeye pedir protección a su salida de la cárcel. El uno y el otro han matado sin consideraciónbajo las leyes que les son propias, las del poder de las armas, las de la intimidación.
Me dirán, tal vez con alguna razón, que una cosa es la lucha subversiva y otra la de las mafias como la creada por el cartel de Medellín. Puede ser, sobre todo si aceptamos que es el fin el que justifica los medios. Pero una vez saldadas la cuentas con la sociedad, Popeye y Gómez son iguales, un par de hombres identificados por su pasado de crímenes, masacres y narcotráfico.
Podría llegar a darse la hipotética situación de un Joaquín Gómez ascendido por obra y gracia del perdón y la reconciliación a una curul en el Congreso o a formar parte de un gobierno en el posconflicto. No sería la primera vez y ese trago amargo ya lo estamos aceptando. Pero esa expresión suya, fascista, de burlarse de su víctima lo seguirá por siempre mucho más que sus propios crímenes.
Esperemos, por el bien de Colombia y de la paz, que Joaquín Gómez no represente el pensamiento mayoritario de las Farc. Confiemos que en La Habana se consiga una reconciliación de fondo, verdadera, humanitaria y no apenas la firma de una boleta de libertad que le permita a seres como este señor salir a pavonearse orgullosos de sus actos criminales. Siento un escalofrío de miedo y rabia si acaso esto llegara a ocurrir porque entonces estaríamos frente a una burla más del comandante Joaquín Gómez.
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