¿Una Bogotá para pocos o para todos?

¿Una Bogotá para pocos o para todos?

'La situación de la capital se traslada hacia el odio a Petro'

Por: Alejandro Sánchez
junio 22, 2015
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¿Una Bogotá para pocos o para todos?
Foto: tomada de semana.com

La seguridad y la movilidad en Bogotá aparecen como dos preocupaciones, con toda razón, decisivas. Pero el hecho que sean decisivas no quiere decir que sean las únicas. Para Petro fue más importante visibilizar, desde el Estado, que el problema central de Bogotá es la inmensa división desigual entre ricos y pobres; la segregación y grotesca exclusión clasista que estructura a la capital. Evidenciar que Bogotá ha estado históricamente en manos no solo de mafias, sino de empresarios privados que durante décadas se lucraron de recursos y escenarios que son de todos, que son públicos. Es decir, Bogotá ha sido históricamente una ciudad privatizada. Y elitista. Sin embargo, el foco de la discusión se traslada hacia el odio a Petro, y a su falta de criterio gerencial. ¿Por qué?

La seguridad y la movilidad responden al día a día y su urgencia. Ahora, ¿se puede reducir una ciudad a esas dos cosas? La inseguridad desborda las atribuciones de la alcaldía, y obedece de forma estructural a los problemas del sistema de justicia. La crisis de la movilidad podría leerse por su parte desde la compulsión de la gente a comprar carro.  Porque, ¿no es acaso la infinidad de carros que hay en Bogotá la que causa el trancón interminable? La gente quiere que no haya trancón, pero quiere tener dos carros. En lo referente a la seguridad, como dice Petro, hay que esperar al 1 de enero para conocer una imagen ponderada de la situación real. Ese día, por lo menos en los medios de comunicación, por arte de magia Bogotá será otra. El pánico creado en torno a la inseguridad pulula en los noticieros de la mañana y el mediodía: parecería que en Bogotá no se puede siquiera salir a la calle –a pesar que los índices de homicidio han disminuido significativamente-. La situación de Bogotá hoy, dicen muchos, es catastrófica.

Para mí lo catastrófico es todo el proceso que desembocó en lo que tenemos hoy. Un proceso, por supuesto, iniciado un siglo atrás por los gerentes que muchos quieren hoy ver de regreso a la alcaldía. Pero ¿luego los gerentes no son para las empresas? ¿Y no han sido gerentes de suntuosas familias bogotanas, los que convirtieron durante todo un siglo a esta ciudad en lo que es hoy? Bogotá como una empresa lucrativa para unos pocos: ¿no eso lo que ha sido Bogotá durante más de un siglo? ¿Y no viene de ahí su postración?

Bogotá como fuente de lucro, entonces, y como fuente de discriminación porque, ¿a quién se le ocurrió que Bogotá podía ser para todos? Carlos Rincón, destacado intelectual -que ni es gerente ni quiere ser alcalde- ha mostrado en detalle los cimientos clasistas y elitistas sobre los que Bogotá construyó su auto-imagen como presunta Atenas de Suramérica. Al autoerigirse como Atenas, Bogotá no solo ocultaba su persistente realidad de aldea (y no de metrópolis): “Con ‘la Atenas de Suramérica’ estamos ante un caso inusualmente complejo de auto-monumentalización que debía proveer el aura legitimadora para ejercer el poder desde el estado autoritario en Colombia, e imponer una forma de sociedad que excluyó la expresión democrática de puntos de vista en conflictivo”. Una sociedad presuntamente muy culta, muy bien hablada, pero absolutamente jerárquica, barricada contra la experiencia de cambio político democrático.

Las razones por las cuales esa auto-consagración como Atenas solo sucedió en Bogotá -y no en otra parte del continente-, permiten entender parte de los prejuicios en los que se incuba el odio hacia Petro: la Atenas de Suramérica terminó siendo gobernada por un plebeyo. Un indigno, indeseable y, para colmo, exguerrillero.  Y eso es imperdonable. Ahora, ¿qué Bogotá quiere la gente que tanto odia a Petro? ¿La ciudad donde la pobreza y la segregación no son un asunto de debate público? ¿La Bogotá para los constructores, de edificios multiplicados exponencialmente en cada cuadra? ¿La Atenas del altiplano donde se cobran arriendos haciéndonos creer que vivimos en Nueva York?; ¿la Bogotá como un inmenso parqueadero? ¿La de grandes clanes empresariales usurpando los servicios públicos, lo que es de todos? ¿La del temor a la densificación urbana por la mezcla de estratos sociales? o ¿la Bogotá-metrópolis-sin metro y repleta de transmilenios saturados?

La Bogotá para pocos ha sido la realidad durante más de un siglo. Y las élites bogotanas, mezquinas como ninguna, encontraron en el egoísmo exacerbado de las clases medias y medias altas, la caja de resonancia perfecta para preservar sus privilegios. La mezcla de mentalidades empresariales y prejuicios de exclusión cultural entre estratos, explica entonces el escándalo que causó la eliminación del contraflujo por la carrera Séptima, que privilegió durante años a los residentes del norte; el día sin carro -ah, qué afrenta-; la aprobación del Plan de Ordenamiento Territorial; un POT que por fin tuvo en cuenta al medio ambiente, y no a los mercaderes; la prohibición de la crueldad hacia los animales que divierten en las plazas a algunos atenienses andinos. O el proponer que la política de vivienda para las víctimas no se ubicara en los barrios periféricos, enervó el reiterado hábito de segregación de muchos de los habitantes de la Atenas. Al final del día, el escándalo es que los humildes por fin tengan lugar en la ciudad.

La Bogotá para todos es entonces solo una posibilidad. Que quiérase o no, cobró forma real durante la administración de Petro. Para bien y para mal. Con errores y aciertos. El problema para el votante de izquierda es caer en la impaciencia o, peor aún, en el desencanto. La forma en que, desilusionados, sectores de la izquierda se han ensañado visceralmente contra Petro es capítulo aparte -pero igual parte de esta historia. El dilema es que enfrentar más de un siglo de vigencia del proyecto de la Atenas requiere más que cuatro años. Necesita, precisamente, la paciente construcción de un proceso democrático a largo plazo. Requiere construir hegemonía, constituir un proyecto lo más democrático posible, como precisamente lo ha intentado Petro. Y acaso ¿no se trata de eso la política? ¿O seguiremos, impacientes, pensando ciudades sólo para los conductores de carro, y para los empresarios?

Por eso cuando el antiguo gerente de Bogotá, que hoy quiere recuperar su ansiado trabajo, dice que su obsesión será la seguridad; o cuando dice que “criminalidad impide turismo e inversiones que podrían generar empleos bien remunerados”, cabe recordar las palabras de Aimé Césaire: “Oigo la tempestad. Me hablan de progreso, de «realizaciones», de enfermedades curadas, de niveles de vida por encima de ellos mismos. Yo, yo hablo de sociedades vaciadas de ellas mismas, de culturas pisoteadas, de instituciones minadas, de tierras confiscadas, de religiones asesinadas, de magnificencias artísticas aniquiladas, de extraordinarias posibilidades suprimidas. Me refutan con hechos, estadísticas, kilómetros de carreteras, de canales, de vías férreas”.

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