Una apuesta enorme
Opinión

Una apuesta enorme

La preocupación del presidente Petro es la continuidad de sus políticas más allá de su mandato, basada en la decisión de ejecutarlas radicalizando su presidencia

Por:
mayo 14, 2024
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Tiene razón el presidente Gustavo Petro cuando dice que quienes salieron a marchar en contra de su gobierno y sus políticas el 21 de abril son menos que los 11.291.987 votos de quienes le dieron la presidencia. Pero también tienen razón quienes dicen que los 711.575 votos de diferencia que obtuvo en la segunda vuelta frente al insólito ingeniero Hernández, (6,3 % de su votación), lo obligaban a ajustar sus propuestas de campaña para convencer a quienes no votaron por él, cosa que no sucedió y se refleja en la muy regular aceptación de su gestión por la opinión pública según las encuestas. Los 10.580.412 votos del ingeniero Hernández, curiosa suma de votos contra el uribismo y contra el Pacto Histórico, reunieron una vasta gama de intereses encontrados, mar agitada y temerosa que el presidente debió haber manejado con mayor prudencia si quería una aceptación nacional de sus programas.

 Pero en lo que respecta al mundo político la situación ha sido aún más dramática. En la elección parlamentaria de 2022 hubo 16.990.304 votos válidos, de los cuales solo el 17 % correspondió a Pacto Histórico. Fueron 2.880.254 votos que le dieron 20 senadores y 27 representantes, con lo cual formó la principal fuerza en el Congreso. Solo que las que venían detrás no estaban tan lejos: el Partido Conservador con 2.238.678, el Liberal con 2.112.528, el Verde con 1.958.369 y el Centro Democrático con 1.958.369. Un poco más atrás Cambio Radical con 1.609.173 y la U con 1.506.567. Es decir, seis partidos políticos de tamaños similares, de la extrema derecha al centro izquierda, que en conjunto formaron una mayoría derrotada en las elecciones presidenciales, pero con el control absoluto del Congreso.

O sea, según las cifras electorales el primer presidente de izquierda democrática no contaba con un apoyo abrumador de la población y su partido era una minoría política en el Congreso, dos factores que debieron haber condicionado su trabajo desde un principio porque eran determinantes para tener éxito. No ha sido así a pesar de un inicio prometedor que no duró mucho. Más bien, los esperados tropiezos nacidos de esa frágil situación, lo han llevado al radicalizar sus propuestas, intensificando el mensaje inicial de su campaña y poniendo en evidencia que no cuenta con el apoyo de buena parte de la opinión pública (según las encuestas, no las marchas) ni con mayorías en el Congreso.


No hay fenómeno más anacrónico en política que medir el éxito o fracaso de un gobierno por las marchas callejeras, cuando se sabe que las nuevas plazas públicas, son las redes sociales


De paso, no hay fenómeno más anacrónico en política que medir el éxito o fracaso de un gobierno por las marchas callejeras, por numerosas que sean, cuando se sabe desde hace tiempos que las nuevas plazas públicas, con su entusiasmo auténtico y su eterna manipulación, son las redes sociales. Esos desfiles y manifestaciones solo han servido para probar lo que ya se sabía, que el gobierno tiene por sus apoyos populares y su poder una gran capacidad de unidad y de movilización, y que quienes no están de acuerdo con él forman una masa anónima, sin dueños visibles, que se parece mucho al sancocho electoral que propulsó al ingeniero Hernández a la segunda vuelta y que en un descuido puede terminar apoyando a alguien por el estilo que surja de la nada.

El verdadero problema es que en Colombia ni el éxito clamoroso ni el fracaso de un gobierno que vaya por la mitad de su mandato tienen efectos políticos, porque no existe una elección nacional de mitad de mandato que los registren. El Gobierno en Colombia tiene la camisa de fuerza de un Congreso inmutable durante sus cuatro años de mandato, lo cual significa que no hay una evaluación electoral de su gestión que pueda impulsar sus reformas si los electores consideran que necesita más apoyo para sacarlas adelante o acabarlas de sepultar en caso contrario. Esa es la fuente de la polarización nacional, la razón por la cual las discusiones políticas son eternas y la base para la absurda especulación de que el presidente buscando el apoyo parlamentario que hoy no tiene quiera tratar de conseguirlo buscando su reelección, a ver si la segunda vez le va mejor.

El presidente Gustavo Petro ha dicho en todos los tonos que entregará el poder en el 2026 y no hay razón para no creerle, entre otras cosas porque ni el andamiaje institucional ni la situación política se lo permitirían. Curiosamente ese temor se concentra en los líderes de derecha y nace del hecho de que el expresidente Álvaro Uribe pudo hacerlo, idea que les pareció estupenda entonces. La preocupación central del presidente Gustavo Petro es la continuidad de sus políticas más allá de su mandato basada en la decisión de ejecutarlas a través de la radicalización de su presidencia. Es una apuesta enorme y riesgosa para los dos años que le restan, así que hay que reconocer que tiene serias razones para estar preocupado.

De este autor: Ni en el Congreso, ni en la calle

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