Mark Rothko dejó en claro que no le interesaba aquel tipo de arte que inicia con el dibujo y la perspectiva. La fuerza vital de una pintura —afirmó— se origina en el color. Schopenhauer lo anticipaba con su tratado Sobre la Visión y los Colores. El filósofo alemán escribió allí: “un par de colores opuestos tiene los elementos y la posibilidad plena de todos los demás. El color es infinito.”
Rothko también reaccionó contra la manía cada vez más extendida de buscarle un discurso intelectual a las obras de arte. Ningún comentario puede explicar su obra, para él lo fundamental está en las profundas emociones que se despiertan con el intercambio entre obra y espectador. Es a través de esta catarsis emocional que experimentan artistas y espectadores que aparece la función sanadora del arte. Cuando se destruyen lo figurativo y la ilusión que inventó Brunelleschi, no puede aparecer otra cosa que aquello que unifica todo lo existente: el amor.
Según Rothko “el arte es una anécdota del espíritu”, y este tipo de arte espiritualizado es el que nos ayuda a superar la profunda crisis que la humanidad está viviendo desde hace varios siglos, donde no existe una aceptación de lo diverso y los individuos se afirman en un orden social inmoral recurriendo al egoísmo y no a la bondad. “El arte es amor —nos recuerda Robert Musil— porque el único medio con que contamos para embellecer una cosa o una criatura es amarla”.