Hace unos días escribí una breve carta acerca de la preocupación de país que tenía, me referí a sentimientos como la rabia y la impotencia con la esperanza de liberarme de ellos y sobre todo, con la esperanza de un cambio. Debo confesar que a pesar de los ignorantes e hirientes comentarios a los que me enfrenté, como muchos de mis amigos y familiares que simpatizaban con mi manera de entender el país y la política, durante los previos días a la primera jornada electoral seguía teniendo fe en que íbamos a ser más quienes creíamos en un cambio sincero para nuestro amado país. Creí en el posible cambio hasta el último minuto de ese domingo gris, en que a Colombia se le escapó el último suspiro de esperanza.
Me parecía muy lejana la idea de una sociedad empedernida y egoísta, por eso me costó mucho trabajo hacerme a la idea de que, una vez más, íbamos a estar condicionados a las divisiones e irónicas brechas que tanto han caracterizado a las generaciones tardías y pasadas de moda, que nuevamente decidieron el futuro de este país. Con lágrimas en los ojos, entendí que efectivamente unos pesos de más priman sobre el bienestar general de una nación tan sufrida y tan merecedora de un nuevo rumbo, oxigenado de tanta violencia, delincuencia y sobretodo protegido de esa dirigente clase política de la que ya hemos tenido suficiente.
Sin embargo, pensar en abandonar esta tendencia social y política que tuvo un afortunado surgimiento hace poco más de un año y que con fuerza súper humana obtuvo más de 4 millones de votos sería una completa locura. Esta última elección electoral obtuvo el menor porcentaje de abstención en toda la historia reciente colombiana, y eso es prueba de solo una cosa; los ciudadanos estamos cansados de los mismos delincuentes de siempre, alejados de la ciudadanía y gobernando desde un trono que es tan solo un espejismo democrático, detrás del cual se oculta una dictadura que lleva décadas arruinando nuestro país y arruinándonos a nosotros.
Es un hecho que hay una nueva ola de ciudadanos sedientos por progreso, igualdad y educación, y ese es un avance gigantesco. Por otro lado, también es una muy buena noticia para esa brecha social a la cual se le avecinan tiempos de prosperidad, que vale aclarar no serán proporcionados por el siguiente gobernante de Colombia, pero sí por todos los ciudadanos de la nueva era que estamos convencidos que una nueva fórmula política es fundamental para afianzar un proceso de renovación.
Por eso hoy, a través de estas líneas, hago un llamado humilde pero desesperado a todo aquellos fajardistas y contradictores de la oligarquía y ofensiva derecha que no perdamos esa unión que por muy poco nos lleva a la segunda vuelta; no se sientan huérfanos y abandonados por Fajardo ni su fórmula, él está cumpliendo su palabra y sigue en pie con la idea de que la división es lo que menos necesitamos los colombianos. Aceptemos con dignidad que nuestros compatriotas todavía no merecen un líder como Sergio Fajardo o Claudia López, pero también entendamos que eso no quiere decir que en unos años ya podremos estar más preparados para recibir con optimismo esta oleada de prosperidad. Tampoco nos dividamos, ni Duque ni Petro merecen la atención de un grupo de votantes que tenemos claro lo que queremos, que somos transparentes y sobre todo, firmes en nuestra palabra.
Definitivamente debemos permanecer unidos, votando en señal de protesta y exigiendo el cambio que tanto deseamos; nos esperan cuatro años donde debemos trabajar para concientizar en paz y con respeto y exponer nuestros argumentos con la mayor claridad, para que poco a poco la Coalición Colombia sea más grande y llegue más fortalecida que nunca a las próximas elecciones presidenciales.