Mientras el vecino país de Venezuela se agita en medio de inestabilidades políticas, en Colombia asistimos a un momento de incertidumbre respecto a los diversos esfuerzos de negociación del conflicto político armado y de la superación de las violencias. Lo que se percibe al momento es que hay varias expectativas sin mayor concreción mientras los territorios sufren situaciones humanitarias muy complicadas y desgastantes.
Partamos de recordar que son múltiples las iniciativas generadas en lo que va corrido del período del actual gobierno respecto a la política de Paz Total: priorizar el cumplimiento de los Acuerdos con las FARC EP, adelantar las mesas de negociación con el ELN y desarrollar ceses al fuego parciales, instalar mesas socio jurídicas en Medellín, Quibdó y Buenaventura, con su respectivo monitoreo de avances parciales, promover proceso de favorabilidad para el sometimiento a la justicia con grupos al margen de la ley que han manifestado voluntad de diálogo, poner en marcha la ejecución del Plan Nacional de Desarrollo con un sentido de acciones de diálogos regionales de paz, potenciar una agenda diplomática de paz con la comunidad internacional, reconocer iniciativas dispersas de participación de la sociedad civil y explorar respuestas a la demanda de una política urbana de paz. Todas esas puertas y ventanas de gestión abiertas, crecen la expectativa de concretar soluciones, pero en la medida en que los resultados no se ven, múltiples alarmas de la sociedad colombiana se prenden y se comienza a demandar claridades públicas mínimas.
Observo que la principal razón de las esperanzas en las formulaciones de la Paz Total radica en que, históricamente, el resultado de las paces parciales negociadas con los actores armados ha estado afectado por la lógica del reciclaje fragmentado de los conflictos y las confrontaciones; ante un balance que visibiliza la persistencia de nuevas fuerzas combatientes a pesar de los esfuerzos de negociación, es entendible que se plantee una alternativa global para cerrar los caminos a la violencia buscando integralidad y convergencia; sin embargo, la eficacia de esas acciones requiere componer una estrategia más precisa y mantener unos canales consistentes entre múltiples actores de la sociedad y una institucionalidad plural. El problema es que no se percibe que esto se esté logrando en las prácticas.
En tres enclaves del país, Pacífico, Sur y Catatumbo, la situación se traduce en confinamientos, desplazamientos, amenazas y asesinatos de líderes y firmantes de acuerdos
Hoy crece la confrontación por extensos territorios donde el Estado no ejerce suficiente presencia y no brinda garantías ciudadanas de vida, no mejora la situación socio económica de importantes sectores que subsisten al conflicto en medio de problemas de seguridad alimentaria y pobreza extrema, hay copamiento de zonas étnicas y de protección ambiental como espacios de acción de grupos armados, dedicados a la explotación de la minería y al negocio de siembra, procesamiento y exportación de cocaína y marihuana; estos asuntos producen una gran conflagración humanitaria en unos tres enclaves de país, en el Pacífico, al Sur y en el Catatumbo, situación que se traduce en confinamientos, desplazamientos, amenazas y asesinatos de líderes y firmantes de acuerdos, incorporación de niños, niñas y jóvenes a los grupos armados, generando dolores que nos implican éticamente a buscar salidas que a su vez sean creativas, realistas y aplicables. Seamos precisos en el llamado para gobierno y actores en armas: la guerra hace crecer el hambre y la carestía, la injusticia y la pobreza, la inseguridad y el sufrimiento en campos y ciudades; no podemos dejar que esos murmullos se vuelvan el coro de nuestras pesadillas.
Si queremos avanzar como país toca cambiar la idea agresiva de habitar los territorios como lugares de colonización por parte de los diferentes actores armados, afirmar el sentido de Casa Común y asumir la conciencia de que somos simplemente ocupantes de paso que debemos dejar mejor los entornos que nos han entregado al cuidado. La única forma de hacer la paz y la reconciliación es afirmando, sin tantas pretensiones y egos, la comunidad biodiversa, intercultural, de regiones que podemos ser, saliéndonos de los esquemas rígidos de amigo – enemigo que han empujado los dramas del conflicto. El país necesita respuestas concretas en el plano humanitario y de reparación social en el corto plazo desde los territorios, a la vez que se abren espacios plurales de participación para co-crear una visión estratégica de vida compartida de largo plazo, involucrando las nuevas generaciones e incluyendo a todas las poblaciones y territorios en gestar alternativas de reconciliación. La paz es, sin duda, lo que hacemos ya para que haya futuro, no la podemos dejar de lado, para seguir por la desgracia de las violencias.