Un vacío en las tablas, un legado para siempre

Un vacío en las tablas, un legado para siempre

En tiempos donde el arte tiene entrada directa a la casa de los ciudadanos, se recuerda al maestro que hizo del teatro, más que un acto ocasional, un sistema de vida

Por: Yeimi Díaz Mogollón
abril 24, 2020
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Un vacío en las tablas, un legado para siempre
Foto: @eldelteatro

En un cartel se lee Soldados, al fondo, la foto de lo que pareciera una persona, no se distingue si es hombre o mujer, esperando con angustia y concentración el momento de levantarse para correr, parece empuñar un arma en sus manos. El blanco y negro de la imagen no deja ver con claridad su uniforme, pero ese gran nombre nos saca de dudas.

Se visualiza también la frase “estreno de la obra teatral”, algo intrigante para los cachacos que con elegantes trajes caminaban en la década de los 60 por las calles bogotanas, quienes luego decidieron obedecer al llamado de aquella comunicación en el lugar, fecha y hora señalados, no sin antes alistar los 10 pesos que, según se indicaba, debían pagar para su ingreso.

Era el jueves 30 de junio de 1966, el evento inaugural de la Casa de la Cultura ubicada en pleno centro de Bogotá, por la carrera 13, donde actualmente funciona un taller de mecánic  pero que en ese entonces abría sus puertas para recibir a decenas de espectadores que decidieron unirse a la nueva forma de entretenimiento en la ciudad: el teatro.

La masacre de las bananeras fue la historia que se trasladó a las tablas para estrenar este escenario cultural, con información que cinco años atrás había sido recopilada por el periodista y escritor colombiano Álvaro Cepeda Samudio, en las 192 páginas de su libro La casa grande. Puntualmente, el primer capítulo de ese relato fue la inspiración de la obra teatral Soldados que se promocionaba en aquel cartel; el dramaturgo Carlos José Reyes fue el encargado de hacer la adaptación de la historia ocurrida en diciembre de 1928.

Días después de ese triste suceso que dejó eco en la historia social y política de Colombia, habría nacido en Bogotá el hombre que, años más adelante, acompañaría a Carlos José Reyes en la aventura artística más grande del siglo XX. Él era Santiago García, un amante del arte, poeta, escritor, director y dramaturgo, recordado con gran amor y admiración por su compañera de vida, Patricia Ariza, como “el quijote del teatro colombiano”, y por algunos de sus colegas como “la brújula del artista”, así lo define Julio Correal, el director de la Asociación Colombiana de Actores.

El maestro Santiago con el impresionante humor que lo caracterizaba, una capacidad propia del artista para poder reírse aun en las situaciones más difíciles, lideró no solo la obra presentada aquel 30 de junio, sino también la fundación de la primera sala teatral en el país: la Casa de la Cultura, actualmente el teatro La Candelaria, la cual dirigió hasta el pasado 23 de marzo, cuando su luz se apagó en el escenario de este mundo, con plena satisfacción por haber despertado la vena artística de muchas personas que, a partir de los años 70, comenzaron a abrir espacios culturales en varias regiones de Colombia.

La proliferación teatral fue muy importante desde entonces, la necesidad de conformar grupos para promover la dramaturgia nacional se hizo evidente y la unión de esfuerzos y talentos fue una constante en el sector. Alrededor de la fuente de esa antigua casa ubicada en la Candelaria, en el centro de Bogotá, se reunían a diario los artistas para crear y ensayar las obras que daban cuenta de la realidad sociopolítica del país. Era una familia unida por los lazos del arte: la música, la pintura, el baile y la actuación que confluían en un solo lugar, bajo el cuidado del maestro García, el vecino del barrio y el amigo entrañable.

Con su partida a vísperas del Día Mundial del Teatro, el maestro García dejó un vacío muy grande en la cultura del país, pero también un inmenso legado para el movimiento teatral del mundo entero. Ni con el paso de los años se podrá olvidar su aporte, será siempre reconocido por implementar la metodología de creación colectiva y por su apasionada búsqueda de público, un público valioso que, como enfatiza Patricia, con total seguridad y aprecio, dejo de ser una masa inerte que compra una boleta y se va, a ser una red de apasionados por el arte.

Se le recuerda también porque nunca renunció a sus principios artísticos, fue siempre un hombre comprometido que, como afirma Julio Correal, metió el dedo en la llaga para hablar de nuestra sociedad. Aunque este actor colombiano de cine y televisión no tuvo una relación estrecha con Santiago, compartió escenario y conocimiento con algunos de sus discípulos en las fascinantes aulas de clase a las que asistió durante su formación artística, es el caso de Alfonso Ortiz y Hugo Afanador, quienes siempre tuvieron el nombre del maestro García dentro de los pilares de la historia del teatro colombiano.

“Todos los que nos dedicamos al teatro tenemos de alguna manera un vínculo con Santiago. Él marcó la forma de hacer creación en el país, se ha convertido en un faro, en el norte que orienta a muchos de los creadores. Si uno quiere enrutarse como artista y tiene un compromiso con la vida y la realidad, la brújula que lo debe orientar se llama Santiago García”, dice Correal con total seguridad, al reflexionar sobre los caminos que atraviesa la humanidad y la existencia de unas personas que, como él, se dedican a crear ilusiones para alimentar el espíritu de las personas.

Y es que en estos tiempos, el aislamiento al que se enfrenta la sociedad aumenta la necesidad de buscar diversas opciones de entretenimiento para que cuerpo y mente estén sintonizados en armonía, apartando los miedos y construyendo una nueva forma de pensar y ver el mundo. Los hogares están hambrientos de información, de arte, de cultura; se respira un ambiente de creación, innovación y entrega que, de seguro, seguirá promoviendo las artes en el país y permitirá tejer infinitas redes como siempre lo hizo Santiago García y su grupo teatral, con esmero, pasión y una vida entera.

Se trata de continuar con el trabajo y los compromisos que se adquirieron hace más de 50 años, cuando García comenzó a cultivar la tierra del teatro, de donde hoy se recogen magníficos frutos. El arte dramático en Bogotá se ha fortalecido, la alegría de rostros pintados y trajes coloridos seguirán impregnando las calles bogotanas, por ahora las pantallas de los equipos tecnológicos; cada vez que escuchemos el sonar de las tablas y las estruendosas voces de actrices y actores del mundo entero, traeremos a la mente el legado del maestro García, recordaremos que fue artífice de esta expresión artística, activista, pensador y luchador por la paz de Colombia.

El 27 de marzo quedará marcado con lápiz rojo en el calendario, como el día en que se homenajeó la labor del primer colombiano nombrado embajador mundial del teatro, un reconocimiento internacional enorme al hombre que inspiró y privilegió el significado de ser artista, como un ejercicio único de la libertad humana. Los ojos de Santiago se han cerrado para siempre, dejando una marca indeleble en el corazón de quienes lo conocieron y una huella imborrable en su público, la ciudad y el país entero, donde se recordará por haber hecho del  teatro, más que un acto ocasional, un sistema de vida.

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