Alguien que se tropezó conmigo en un restaurante cualquiera en Brooklyn, un policía de la memoria, me exigió que lo recordase... ¿Cómo diablos voy a rememorar a alguien que pasó a ser un fantasma?
Nunca se regresa a la misma época, aunque se regrese al supuesto mismo lugar. Yo pertenecí a la época del rock, la marihuana, y el sexo comprado, creo que así se le llamaba, nunca me dieron recibo. Ahora, inexorablemente soy adicto al café, Viagra, y Vivaldi. Mi inspector de la memoria perteneció a una tribu diferente: vallenato, ron barato, y la cursilería e idiotez sempiterna de la dependencia emocional hacia la mujer, trasunto de feminicidio... Las aman tanto que las asesinan.
Impertérrito, me tocó observar el desajuste emocional y frustración estrepitosa de mi espontáneo gendarme; y su evidente esfuerzo por ocultar su displicencia cartagenera al corroborar mi incapacidad de evocar eventos que nunca existieron en mi memoria, pero sí en la de él. El cerebro es un órgano prodigioso: tergiversa, inventa, edulcora, magnifica, subvalora eventos molestosos que, fueron sepultados hace mucho tiempo para aliviar la insoportable conexión de una lacerante realidad e, ignorar las inconsistencias de este mundo de mierda en que nos encontramos inmerso.
Mi inquisidor de la memoria, cual Torquemada, me exigía retar la curva del tiempo que describe Ebbinghaus; a medida que el tiempo transcurre, mi incapacidad de recordar es mayor. Mis recuerdos tal vez no sean muy nítidos, e incluso algunos de ellos vayan difuminándose hasta desvanecerse. Hábilmente me diagnosticó Alzheimer's como último recurso para instigarme a comprobar lo contrario, y así, inducirme a desempolvar acontecimientos intrascendentales sepultados por tanta interferencia cotidiana que, se yuxtaponen en la memoria a largo plazo.
¿Cómo carajo le podemos exigir a un ser humano que renuncie a su evolución, que continúe en un marasmo de infantilización en la adultez; para satisfacer el fisgoneo incisivo de quienes se otorgan el derecho de ser parte de tu pasado, de quienes, aunque, fugazmente, asumen haberte conocido? Por eso me gusta tanto Nueva York, nadie, pero absolutamente nadie, le importa quién eres, nobody... gives a shit about who you are!
Y después de los setenta años de edad, en Zoo York, probablemente, ya goces de demencia senil. Así que, las probabilidades de que alguien esculque tu memoria son irrelevantes; ya que, parafraseando a Borges, nos hemos convertido en el olvido que seremos.