En la edición digital del periódico El Espectador apareció el martes pasado un titular que a la letra decía “No dejar tarea, la fórmula del éxito de la educación en Finlandia”. Caramba, pensé al leerlo, yo con veintitantos años trabajando como docente y no se me había ocurrido que la solución a los problemas de desmotivación, aprendizaje limitado y desidia de mis alumnos estaba ahí, “a la vuelta de la esquina”, como quien dice.
Todos sabemos –o deberíamos saber –que un título llamativo es requisito indispensable para inducir a la lectura y, supongo, esa era la idea que tenía en la cabeza quien elaboró el titular. Emocionado por la inteligente solución que me encontraría en el artículo, hice clic dispuesto a encontrar la respuesta a mis problemas con la didáctica. El artículo en cuestión se refiere a un documental que el celebrado Michael Moore realizó, tratando de descubrir las razones del éxito educativo de ese país del norte europeo.
Mi emoción se esfumó nada más al comenzar a leer. “Una jornada escolar corta y enseñar artes algunos de los secretos”, “no hay escuelas privadas y todas tienen la misma calidad”, y “(la calidad) se basa en hacer felices a los alumnos” son algunas de las recetas que el redactor cita, resumiendo el documental.
El excelente documental, en efecto, habla de las bondades del sistema educativo finlandés. Para evidenciar el contraste con el sistema norteamericano, Moore recurre a testimonios de funcionarios, docentes y alumnos de ese país. Algunas de sus frases son contundentes: “(los alumnos) tienen muchas cosas que hacer después de clase: estar juntos, estar con su familia, haciendo deportes, tocando música, leyendo…”, “tratamos de enseñarles cualquier cosa que pueda ayudar al cerebro a funcionar mejor”, “olviden los exámenes estandarizados, los exámenes nacionales”. En el fondo, Moore trata de decirnos que la escuela y la sociedad son reflejo la una de la otra, que mientras la preocupación de la sociedad sea mejorar la producción y aumentar el consumo, la escuela no dejará de ser más que aquel lugar aburrido en el que el único momento agradable es el recreo.
El sistema educativo finlandés es distinto al colombiano porque son sociedades diferentes. Aquí, la escuela está para “desencartarse” por un rato de los hijos mientras los padres tratan de encontrar el sustento; aquí, los fines de la educación formal pasan tanto por enseñar "cosas prácticas” como por doblegar las voluntades; con honrosas excepciones, la escuela colombiana se centra en “embutir conocimiento” en los cerebros vacíos de los niños, al mismo tiempo, a cincuenta de ellos, sentados en un aula de clase; aquí, a diferencia de allá, no toda la educación es pública y la calidad es desigual (como la sociedad, pues).
Ninguna referencia aparece en el artículo sobre los problemas de fondo: el porcentaje del PIB dedicado a la educación, el respeto por la profesión docente, la formación exigente de los mejores para dedicar su vida a tan gratificante y dura tarea, la conciencia social sobre el papel fundamental de la formación de nuestros niños para garantizar un mejor país en el futuro ni sobre la necesidad de jugársela toda por mejorar las condiciones de la familia como primer formador, o las diferencias entre la sociedad colombiana y la finlandesa. No. Parece ignorarse la complejidad del acto educativo. Todo se limita a recetas, como dejar de poner tareas.
Imposible dejar de lado la ironía. ¿Qué tal que a la ministra se le ocurra leer nada más el titular, pensé, y decida llevar a la práctica esta solución para nuestros niños? La idea no es tan descabellada (otras simplezas se le han ocurrido). ¡Líbrenos Dios!
