Una cosa es el Centro y otra el Pantano. Libros se han escrito pontificando que el buen arte de la política consiste en atraer al centro y estigmatizar a los extremos. Esas son teorías del equilibrio que no siempre funcionan, porque los ejes en política se mueven, como se mueve el mundo.
En Chile el centro gobernó la transición de la dictadura a la democracia formal. Lo hizo con la Constitución de Pinochet y con las políticas económicas de los muchachos neoliberales. El milagro chileno, en buena parte copiado en Colombia, hizo agua y luego sangre en las marchas juveniles de 2019-2020. La Convención Constitucional, presidida por la indígena mapuche Elisa Loncón, promete retomar el camino de la democracia, de la equidad y de la inclusión. Pero la derecha se reagrupó para no perder los privilegios y el pasado 21 de noviembre alcanzó 27.9% de los votos, a favor del pinochetista José Antonio Kast. La izquierda la tiene difícil para remontar, con solo el 25.8% del Frente Amplio, encabeza de Gabriel Boric. El centro hizo agua y puede terminar, de nuevo, apoyando el legado de Pinochet en la segunda vuelta presidencial el próximo 19 de diciembre. O decidirse por el cambio histórico, en armonía con la Convención Constitucional.
En 1983 el centro hizo historia en Argentina. Con Alfonsín (Partido Radical), derrotó al peronismo e inició la transición a la democracia, pactando con el legado de la dictadura. La sociedad le cobró entonces al peronismo las veleidades de algunos de sus sectores con los “milicos”. Yo asistí extasiado a esas confrontaciones callejeras entre radicales y peronistas pero de la mano de Oscar Allende y mis amigos trotskistas. Desde entonces, desde 1983, el peronismo no perdía mayorías en el Senado, hasta este 14 de noviembre de 2021. Del centro, Partido Radical, ya no se habla en Argentina.
Algo similar se puede predicar del centro político en Brasil, en Perú, en Ecuador… No es que el Centro no exista, es que se hizo Pantano en muchos casos y en otros se agotó como fórmula para enmascarar las políticas neoliberales y el conservadurismo.
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No es que el Centro no exista, es que se hizo Pantano en muchos casos y en otros se agotó como fórmula para enmascarar las políticas neoliberales y el conservadurismo
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El eje de los dilemas políticos, a finales del siglo XX, seguía siendo la disputa entre socialismo y capitalismo, en los estertores de la Guerra Fría. Aún hoy, en Colombia y en algunos países del hemisferio, muchos despistados siguen pensando en términos de comunismo vs. libre mercado, terroristas vs. demócratas, ateos vs. cristianos y otras simplezas. La realidad es que los ejes de las disputas políticas se han trasladado, en pleno siglo XXI, a temas como neoliberalismo vs. regulación de los mercados; mantener privilegios vs. reconocer derechos (a las mujeres, comunidades étnicas, comunidad LGTBI, poblaciones con capacidades diferentes, minorías religiosas, migrantes, etcétera); consumismo vs. adaptación al cambio climático; nacionalismos vs. ecumenismo y diversidad cultural; militarismo vs. pacifismo, entre otras tensiones.
En la coyuntura actual en América Latina, además, las “nuevas” tensiones que no son nuevas sino ocultadas por los grandes conflictos del siglo XX, tienen que definirse en contextos de crecimiento sin precedentes de la deuda externa en todos los países, resurgimiento de la inflación y el desempleo, pauperización y pobreza, asociadas no solo al neoliberalismo sino a la pandemia del COVID-19.
La polarización a que asistimos, en el mundo y en América Latina, es buena y es creativa, sana, necesaria, mientras se mantenga en los marcos institucionales.
Los detentadores del poder y de los privilegios, con razón se han radicalizado: los Trump, Bolsonaro, Macri, Piñera, Uribe, Fujimori y un largo etcétera, tienen razón en defenderse ante el avance de nuevos sectores sociales y políticos emergentes. Sus propuestas consisten en profundizar el neoliberalismo así sea con nuevos ropajes, el autoritarismo y el orden, la exclusión, el patriarcalismo y el fundamentalismo religioso. En eso están sus cachorros: Javier Milei, el ultraliberal argentino que se proyectó con fuerza el 14 de noviembre; José Antonio Kast, el pinochetista que puede ganar las elecciones en Chile; la heredera Fujimori en el Perú; o Duque y su patriarca en Colombia.
En la otra orilla, enfrentado al fundamentalismo de la extrema derecha, han resurgido movimientos provenientes de las canteras de la izquierda y del centro que han sabido leer los nuevos términos de las disputas. Y claro, voceros de los jóvenes, indígenas, negros, mujeres, LGTBI, migrantes, etcétera. En Chile ese flanco se llama Frente Amplio, Partido Comunista y otros; en Argentina el peronismo progresista y la izquierda histórica que revivió el 14 de noviembre, incluyendo a los trotskistas que alcanzaron 6% de los votos. En Colombia ese espacio pretende llenarlo el Pacto Histórico.
El gran problema es que la franja del Centro, aunque ha perdido protagonismo, sigue siendo importante y dispersa: unos sectores se decantarán por los cambios históricos mientras otros conformarán el Pantano. Y desde el pantano pueden revivir a la extrema derecha, como ya ocurrió en Colombia con Sergio Fajardo en el 2018, cuando se fue a divisar ballenas.
Nota: para este artículo conversé de forma grata con Laura Visintini y con Jorge Gil, pero mis ideas no los compromete.