Un sujeto anacrónico

Un sujeto anacrónico

Desde que nací, hace 73 años, jamás he vivido en un país en paz. Para mi asombro, luego de seis décadas de vivir entre la violencia y la corrupción, algo cambia

Por: Francisco Javier Hernández
julio 21, 2022
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Un sujeto anacrónico
Fotos: Leonel Cordero/Canva

Un poco tarde, (después de los 55) accedí a este vasto universo de ojos, voces e ideas lejanas, del Internet. Lo hice a tientas, y con algo de prevención, debo decir. Acostumbrado a la realidad inmediata y tangible del día a día; nacido y criado entre gentes que para comunicarse daban gritos de un cerro a otro, o escribían largas cartas, la mitad de las cuales se iba en saludar y desear *que todos se encuentren muy bien de salud por allá, que es lo que más deseo* para, luego, *pasar a contarle lo siguiente* y luego hacer una larga pausa, en espera por viaje de ida del mensaje; sumado a la incertidumbre del sí llegaba o no.

Pero, además, una inocultable inquietud, pringada de esperanza por que hubiera respuesta, abría un obligado compás de espera. Cuando yo era joven, la velocidad “internéica” de la más rápida comunicación, tenía un extraño tartamudeo de síncopa y era muy avara en palabras: “Pronto en esa. Punto. Aliste mula fonda Teresita. Punto. Llevo encargo Valerio. Punto José. Punto” Era el telegrama, la estrella de la comunicación inmediata de entonces. Pero, en general, las letras viajaban empacadas en sobres que indicaban exactamente quién las enviaba, desde donde y sí era por “entrega inmediata” o la espera se resignaba a la parsimonia del tiempo sin afanes de antes. Se llamaba “correspondencia” y llegó a ser un arte, con gramática y protocolos muy propios. ¡¡¡Cartas!!!

Y llegó internet. Por cuestión de mi oficio en ese momento, quedé inmerso en un mundo algo extraño a mi esencia vivencial. Yo era un anacronismo, recién llegado a una tecnología también forastera, creada para épocas distintas, para gentes con mentalidades distantes del país que yo había vivido. El asunto es que yo soy habitante rezagado de otros tiempos. Sin preaviso, pasé de escribir cartas en papel, a poner mis ideas en letras ya hechas y en hojas que nunca se acaban, y que luego envío por ahí, sin rumbo ni destino conocido. Letras huérfanas. Ha sido drástico el cambio, pero no fue tan grave.

De hecho, enriqueció mi mundo intelectual y me enseñó nuevas y asombrosas cosas. De pronto, me encontré con una gran audiencia para endilgarles mis bobadas, con la ventaja adicional, de que, casi todos, ignoran en dónde habita el energúmeno que los bombardea con sus “luminosas ideas” llamadas quizque “Bobadas mías” Y, sí, aprendí, algo rudimentariamente, a usar su magia. Y escribo, casi, sobre todo. Sobre la gente y sus circunstancias. Me gusta.

Bueno, debo confesar que escribo porque busco toparme, así sea imaginariamente, con aquellos que, sin pensar como yo y sin vivir como yo, quizás sueñan los mismos sueños míos...un mejor país para todos los que habitamos ésta hermosa y lastimada tierra colombiana. Sin falsa modestia, yo me considero bueno pariendo letras. Así que uso las Redes, para mandar “bobadas”.  Hoy, por ejemplo, y para variar, no voy a hablar de paz.

Quiero hablar de la violencia que, en sus distintas expresiones y formas, ejercen los distintos victimarios de este país. He vivido cerca de ella toda mi vida En el Quindío, una hermosa postal de artesanía construida por Dios, en donde nací, los hombres aprendieron muy pronto a odiarse y de formas irracional, e igual aprendieron el amargo oficio de matarse entre ellos… por ideas políticas que ni entendían. Construyeron, en medio de su ignorancia, una rara gramática de violencia con múltiples expresiones de odio social anquilosante.

Desde que nací, hace 73 años, jamás he vivido en un país en paz. Pero, para mi asombro, luego de seis décadas de vivir entre la violencia y la corrupción; entre la desidia estúpida de aquellos apáticos irresponsables que no ejercen su derecho al voto como herramienta para cambiar las cosas que los maltratan; viendo la irresponsabilidad estúpida y cegata de aquellos privilegiados que llegan a posiciones de poder, y no lo usan para crear leyes justas, leyes humanistas que respeten al ciudadano y le permitan vivir dignamente; digo, para mi asombro, aún hoy, sólo hayo motivos para amar y admirar a una nación que ha navegado casi intacta entre las más ásperas tormentas y la más irracional de las violencias.

El párrafo anterior, naturalmente, y a propósito, intenta soslayar las lacras de la miseria en que está y navega una gran parte de nuestros compatriotas; paso por alto, el infame desplazamiento de seis millones de desesperados que aguantan penalidades, mientras recorren caminos sin esperanza, por las hermosas y ricas tierras de lo que aún nos queda de patria. Y es porque esta bobada mía, pretende ser canto a la esperanza, no al pesimismo.

Solo pretendo exponer, por millonésima, vez en vano, claro, a los autores cotidianos del maltrato violento a que nos someten unos pocos avivatos audaces, a la “gran mayoría silenciosa” que, sin capacidad intelectual o moral para ejercer los derechos elementales, soportamos el statu quo amargo e injusto. Aún guardo esperanza de que, algún día, tomemos conciencia del error histórico en que vivimos como nación, y cambiemos el rumbo. Porque, según yo lo entiendo, todavía somos un pueblo mejor de lo que admitimos.

Es posible que seamos malos como ciudadanos, pero somos muy buenos como supervivientes a nuestras propias fallas como seres humanos. Siendo gregarios por naturaleza y teniendo todo para ser felices, nos maltratamos absurdamente individuos y como colectivo. No aprendemos nada del dolor vivido. Dejamos de lado la compasión básica por el prójimo. Expoliamos al más débil, engañamos al más ingenuo u honesto. Abusamos del poder o de la indefensión del otro. Peleamos contra nuestro mañana como pueblo. Parece que nadie tuviera amor por el que viene detrás de su sangre o de su herencia. Matamos al hombre y maltratamos a natura. ¿¿¿Qué dejaremos a los hijos de los hijos???

Pero quiero decir que es posible que aún tengamos futuro. Aún me queda fe. Todavía miro con esperanza el mañana, pero tenemos que construirlo y debemos hacerlo juntos. Aún, es posible virar el rumbo, enmendar errores. Podemos construir una patria nueva… usando los escombros como materiales y el instinto de superviviencia básico que nos queda como nación. Tenemos tiempo de recular a tanta inconciencia. Existe con qué.

Tenemos las mejores tierras, dos mares bañan sueños ante nuestros ojos indiferentes, por los que otros países darían todo; ríos de todo tamaño riegan nuestra hermosa geografía; tenemos todos los climas posibles y necesarios: una gran riqueza biodiversa puebla cada rincón de patria: y unas gentes solidarias y amables forman romerías que surcan caminos y sueñan con el mañana mejor que merecemos. Esto, que parece el aviso para vender un paraíso, es cierto. Muy cierto. Aún hoy cuando todos a una, como en Fuenteovejuna, tratamos de acabar con todo. Y sí amigos, eso tenemos, un paraíso. Me consta, porque he soportado soles y lluvias a la intemperie, en todos sus climas. Porque he aguantado hambre en todos sus paisajes. Porque he visto el alma de sus gentes en distintos sitios… un alma esencialmente buena.

Por eso, con la autoridad que me dan tantos años de incesante búsqueda de un lugar para plantar mi huella y construir un nido para los míos: pregunto: ¿Qué es lo que queremos hacer con lo que aún nos queda de país, luego de los inmisericordes ataques de los violentos de toda laya y con todo tipo de violencias? Para nuestro mal, tenemos un raro inventario de predadores:

  • los idealistas venidos a menos de las guerrillas; acabando con todo en nombre del pueblo que aún dicen defender;
  • los vampiros económicos que “secan” las fuentes de la economía real comiéndose

la riqueza del país poco a poco; acaparándola en cuantas extranjeras y evadiendo los impuestos y su responsabilidad como miembros del todo nacional.

  • los corruptos económicos y corruptos políticos, que saquean a su antojo la riqueza pública y privada, despojando a los más pobres de su parte de país y de los medios de subsistencia que una tierra tan rica debería proveerles. Como resultado de tanto esquilmador voraz, en un país rico en exceso, algunas pocas mesas desbordan manjares y sobras, mientras que en la inmensa mayoría de las mesas familiares colombianas, falta una simple agua de panela. Malo. Trágico.
  • Lo bueno es que, a pesar de su persistencia, son formas de violencia erradicables… ¿es posible cambiar de la ira violenta a la pausa de la esperanza? Creo que sí.
  • ¿Lo haremos?  Sigamos con el inventario de males nacionales.

Porque hay otras formas de violencia contra el ciudadano: primero el más aberrante:

  • empresas de Servicios Públicos que, sin misericordia alguna, expolian el salario de los colombianos de menos ingresos, usando como herramienta recursos que son propiedad colectiva, pero que ellos enajenan y usufructúan como propios, “para servir” al pueblo; cobrando unos mal llamados “cargos fijos” que se supone son para mantenimiento de su infraestructura, y que, desde luego, son un rubro aparte de su ganancia natural como empresa… el producto vendido. La cereza del pastel de este apartado de la violencia que sufrimos los más pobres, es un artículo de la Ley de Servicios Públicos, que las empresas de servicios “acomodaron” muy graciosamente: cambiaron la definición de ACOMETIDA. Y para hacerle juego, cambiaron su ubicación. Hasta no hace mucho, ésta empezaba en el Contador del usuario… HOY EMPIEZA EN EL TUBO MADRE. Y para cualquier “arreglo” te mandan 6/7 obreros a mirar trabajar a sus compañeros… No es eficiencia, es MALICIA, pue te facturan el arreglo y los sueldos de los trabajadores. Absurdo.
  • funcionarios y empleados, (servidores) a todo nivel, en lo público y lo privado, que maltratan con desdén asqueroso al ciudadano de a pie, poniéndolo a oír música, publicidad o instrucciones, durante media hora, como si fueran quienes pagaran sus cuentas telefónicas.
  • funcionarios que NO funcionan robándose su sueldo, mientras que gestionan, a ritmo de meandro, los asuntos ciudadanos …faltando a su obligación y faltando al respeto debido a quien debe servir. Sin embargo, con todo y eso, creo que Colombia y todos nosotros, tenemos esperanza. Solo que debemos construirla entre todos. La violencia, en todas sus formas, es el enemigo a vencer. Por fortuna nuestra, el espíritu del bien que subyace en cada colombiano, será, el norte a buscar, para sacar a este hermoso país adelante.

Pd: El Partido Liberal está en deuda y ya es hora de saldarla. Debe de ser más proactivo en la búsqueda del bien común, en procura de más justicia social, de más respeto por los derechos esenciales del pueblo colombiano…en general. Debe volver por sus fueros. Cambiar de rumbo y de directivos.

Hasta la próxima y con respeto: Francisco Javier.

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