Todo lo perdí, lo perdí todo. Por ser auténtico perdí el mundo y el ego inmundo. Pero gané. Me voy difuminando… y no es trágico sino delicioso lo que siempre temí. No formo parte de esta farsa. Es decir, jamás me circunscribí a ningún partido, escuela o dirigencia. No pertenecí a ninguna cofradía oscura ni luminosa. Apagué todas las esperanzas para que brillara la fe en mi propia muerte.
Fui pobre, pero rico y obtuve la mayor libertad imaginable en esta obsesiva tierra que gira sin cesar: no tuve amos, no fui el peón ni la ficha ni el contacto ni el esclavo de nadie. Luego elegí una forma estética de eliminarme, una manera ascética de suicidio.
Dios mío, me has otorgado la gracia de un suicidio impune. Un suicidio original y grotesco. Dolor sin dolor en un arrebato de placer singular.
Me alimenté, viví y florecí gracias a los pajazos manuales y mentales. Luego seré consecuente. No le daré oportunidad a la mano bandida del hombre, al corazón fratricida y vil de la especie humana. Entiéndase aquí inhumana. Seré apoteósico y grandilocuente en el último show que antecede al festín de los gusanos.
La autoglorificación de un loco en el artificio circense de orgasmos estériles, incluso ridículos.
Masturbar el tedio y la nada, el ser y el no ser.
El facultativo certificará mi muerte al hallar el postrero vestigio de placer en mis ojos blanquecinos varados en la eterna ráfaga sulfúrica. Masturbarse como protesta silenciosa… Hasta la última gota, hasta que cese el escándalo de la postrera neurona en rebeldía ante la inminencia del vacío.
Masturbarse hasta el no límite, hasta la nada, hasta el infinito, hasta el amén y hasta el nirvana.