Se viene el segundo mes sin festivos, amado por unos y odiado por otros (los despechados y tacaños). Sin embargo, a diferencia de septiembres pasados, la celebración del “amor y la amistad” será suplente cual James.
El gobierno nacional no aguantó más la presión de los gremios y el clamor de la mayoría del pueblo y por fin anunció el fin de la eterna cuarentena obligatoria, ahora disfrazada con el rimbombante nombre “aislamiento selectivo con distanciamiento individual responsable” (hágame el favor de darle un nobel de literatura al autor, igual estos premios ahora se lo gana cualquiera).
Se ordenó la reapertura de la economía; los sectores más golpeados por la pandemia como el turismo, el transporte de pasajeros, los restaurantes y bares (con el chiste incluido de abrir sin vender alcohol, “chin-chin”), entre otros, esperan con ansias locas y grandes esperanzas que septiembre inicie ayer.
Los hoteles y destinos turísticos anuncian desde ya su disponibilidad con promociones increíbles (San Andrés a precios de Melgar), los aeropuertos, terminales de transporte, aerolíneas y flotas están que regalan medio pasaje con solo asomarse y los restaurantes y bares (los que sobrevivieron), cansados de solo poder vender domicilios, no esperan la hora de atender en sus instalaciones con happy hours de doce horas para volver a enamorar a los clientes
Ahora bien, septiembre será sin lugar a dudas el mes más importante del año, será el examen final de todos los colombianos en este difícil semestre llamado COVID-19; si no tenemos el debido autocuidado, si actuamos como si nada hubiese pasado, si las autoridades nacionales y locales bajan la guardia, seguramente habrá un rebrote en octubre o noviembre, tal como ha sucedido en otras latitudes y les daremos razones al gobierno para que vuelva a expedir decretos de 30 hojas con títulos rebuscados y a Duque en televisión todos los días; implementando de nuevo cuarentenas obligatorias.
No sé ustedes, pero yo sí quiero pasar diciembre con el resto de mi familia, de todos depende.