El Martes Santo del 25 de abril, fue para monseñor Luis José Rueda Aparicio el que ha llamado su “día inolvidable”. A pocas horas de la mañana recibió del nuncio apostólico monseñor Luis Mariano Montemayor la llamada en que le anunciaba que el papa Francisco le pedía aceptar la misión de ser el arzobispo de Bogotá.
Que es también Primado de Colombia, el primero entre los obispos del país, primus inter pares. En una posesión inusual, a puerta cerrada en la catedral de Bogotá y con todos los protocolos sanitarios, sucedió al cardenal Rubén Salazar Gómez, e iniciará una labor pastoral marcada por la pandemia y los nuevos tiempos del fin del coronavirus.
Bogotá es la síntesis de Colombia, de sus dificultades, pero también de los logros, de las luchas, de los procesos en todos los órdenes y también de la fe, dice monseñor Rueda.
En la arquidiócesis de 293 parroquias empezará una misión en medio de las dificultades de la pandemia, fiel a su cultura sacerdotal de la acción preferencial por los pobres con la que llegará a los barrios y a las localidades “en bicicleta, en moto o en lo que sea”, porque ya no podrá usar el caballo en el que recorrió la Bota Caucana mientras fue el arzobispo de Popayán.
A sus 58 años, antes de Popayán fue obispo de Montelíbano, nombrado por el papa Benedicto XVI en el 2012. Recibió la Ordenación Episcopal en la Catedral de San Gil, la ciudad en donde nació, el décimo de los once hijos de Luis Emilio y Socorrito, como le decía a su mamá ya fallecida. De ella recuerda que cuando le contó que el papa lo había nombrado obispo le contestó: “¿Usted obispo? Yo creí que los obispos eran todos de familias ricas”.
La familia no era rica. En su adolescencia trabajó con su papá y los cuatro hermanos hombres en la construcción, vendió el periódico José Antonio de Sepas, participó en los programas deportivos de la Emisora Armonías de San Gil, y siendo bachiller metalúrgico ingresó a Cementos Hércules como operante en el laboratorio hasta que decidió hacerse sacerdote. A los 20 años ingresó al seminario.
Monseñor Rueda recibe, en Roma, el palio arzobispal de manos del papa Francisco
A los estudios de Teología en el Seminario Arquidiocesano de Bucaramanga siguieron los de Teología Moral en Roma. Monseñor Jesús Pimiento lo nombró párroco de Barichara en el 2003, y de allí siguió el servicio apostólico en su departamento hasta ser ordenado obispo y seis años después recibir el 29 de junio de 2018, en Roma, de manos del papa Francisco el Palio Arzobispal, distintivo de los arzobispos.
A Francisco lo ha visto cinco veces en su vida. Y se complace en contar la anécdota del papa herido en Cartagena cuando le dijo “Santo Padre, usted está sellando con sangre su visita a Colombia” y él le contestó en medio de la risa “Sí, me dieron el premio Blas de Lezo”. Pocos dudan que su línea apostólica sea totalmente francisquista, como la opción preferencial por los pobres hecha en Medellín después del Concilio Vaticano II y ratificada diez años después en Puebla. Por eso no es de extrañar su admiración por Juan XXIII, el papa del aggiornamento, el Papa Bueno.
Su acción pastoral, de puertas para afuera, lo ha llevado siempre a los campos y los montes de Colombia, como a su buen amigo el nuncio Montemayor que ha ido a los territorios de Cauca, Chocó, Catatumbo, Arauca para acercarse al país. Como el nuncio, monseñor Rueda destaca la acción episcopal en las regiones, en los territorios donde hay otras Colombias, con otras situaciones, que “requieren que el evangelio vaya con los pies de descalzos a ofrecer la esperanza y la vida”, dijo en reciente entrevista.
Su acción pastoral lo ha llevado siempre por los campos y los montes de Colombia
En el Cauca vio de cerca al Pacífico convulsionado por la violencia, el narcotráfico, la guerrilla, el ELN al que la Iglesia ha acompañado en los frustrados diálogos de paz según el espíritu de la reconciliación. En Bogotá el foco estará en las dificultades sociales en las que se entrelazan 15.000 habitantes de la calle, desplazados de Venezuela, la llegada de afros, desempleados en busca de oportunidades, familias destechadas. Fiel a su estilo pastoral, monseñor asumirá la tarea de la mano de los laicos, los grupos apostólicos, párrocos, vicarios parroquiales en una labor de acompañamiento “para caminar juntos” en medio de la pandemia que está mandando un mensaje de fraternidad y ayudando a ponen en su lugar valores como la economía y la fama.
Al Palacio Cardenalicio llega con la misma prudencia y moderación, alejado de los extremos, del cardenal Salazar Gómez, en una ceremonia de posesión que el covid-19 limitó a la televisión.