No en vano desde hace muchos años, centenares de columnas, comentarios y análisis en medios nacionales y extranjeros aluden, eso sí muy respetuosamente, a las políticas económicas de nuestros sucesivos gobiernos, comparándolas con un régimen feudal. El de Iván Duque no fue la excepción. Colombia sigue ejerciendo esa política feudal bajo el dominio de un monarca tirano tras bambalinas. ¿Podremos torcerle el camino a esta realidad para transitar por fin hacia la modernidad?
Sus vasallos o esclavos trabajadores, sometidos al arbitrio de un señor feudal y un monarca tirano, permanecemos en una situación tal que la construcción de todo tipo de mentiras o falacias, solo nos conduce a reaccionar ante el miedo difundido en los diversos canales de comunicación disponibles. Miedo al vecino; miedo al extranjero, miedo a estar en la calle, miedo a perder el empleo; miedo a la protesta social; miedo a la pobreza, a la enfermedad. La lista es interminable. Pero ante la gente que decidió enfrentar esos miedos, la táctica del momento cambia un poco: ahora es el terror y la arbitrariedad. Es una historia persistente en estos últimos 20 años.
El inepto aprendiz de gobernante ha demostrado con lujo de detalles que ser un fanático y furibundo seguidor de su monarca no le alcanzó siquiera para continuar el destino marcado por su mentor durante estos cuatro años de mandato.
El amiguismo, las deudas de apoyo a las campañas corruptas para llegar al poder nacional y regional, junto con las alianzas con personajes de mente corta y pobrísima formación académica obtenida en ciertas entidades privadas, también furibundamente rendidas al poder, han sacado a la luz lo que será nuestro destino en varias décadas. Más de lo mismo, o tal vez empeoremos si se impone otro personaje como el actual Presidente. Al parecer, esta situación no está ni siquiera en manos de los electores, sino de la voluntad del que muchos aún se empeñan en otorgarle todo el poder para ejercer su voluntad a sangre y fuego. Eso cuesta mantener la denominada “confianza inversionista”. ¡Qué paradoja!
Ni qué decir del equipo asesor del gobierno en materia económica o política exterior. Parecen perros guardianes de afilados dientes, dispuestos a acabar a verdaderas dentelladas con su propia gente, pero manteniendo una fachada democrática en el exterior, con tan mediocres personajes como Francisco Santos o la ex Claudia Blum y la nueva Canciller, Marta Lucía Ramírez. Un ramillete deplorable que es el hazmerreír en otras naciones.
Duque no acierta una. Por ejemplo, las reformas tributarias, denominadas con tontísimos eufemismos, propuestas por el exministro Carrasquilla dieron al traste con la frágil economía colombiana, al punto de generar un déficit fiscal histórico según expertos, que solo a los ingeniosos funcionarios se les ocurrió cubrir mediante la vía más expedita: gravar a las clases medias y a los más pobres en plena crisis económica y social causada por la pandemia. No solo Iván Duque tuvo que enfrentar el reto de la COVID-19 en el mundo, claro está; pero sí ha demostrado ser uno de los más incompetentes. Nada más basta comprobarlo, guardadas las proporciones, con cifras de vacunación de naciones como Panamá o República Dominicana.
La reforma de 2019, por su parte, fue uno de los golpes más contundentes, que nos condujo a un nivel de endeudamiento absurdo con el propósito de cubrir viejas deudas y déficits del sector financiero, situación ampliamente documentada y difundida.
No obstante, nuevamente los expertos académicos solo salen a relucir cuando el daño está hecho. Su participación como consultores para los equipos asesores del gobierno es nula. Sordo a estas voces, el incapaz gobierno solo ve en ellos enemigos políticos, adversarios de su partido o malquerientes de su déspota reyezuelo. Así pues, la terquedad de Duque nos conduce ahora a pagar una deuda más costosa, pues es innegable que deberá recurrir a ella.
Un miedo más que los medios tradicionales quisieron vendernos como una de las consecuencias de haber tumbado la “necesaria” reforma tributaria, así como la tenían planeada o, peor aún, como consecuencia del paro, los bloqueos y demás. El insistente reclamo y las súplicas o amenazas de los medios al comité del paro rayan en el infantilismo: “ellos son los culpables de esta grave crisis”. ¿Y qué responsabilidad le cabe entonces a un gobierno que nunca tomó las riendas y se compone en todos sus frentes con equipos de inexpertos amiguitos y apoyadores políticos? ¿Es esa la responsabilidad y la ética de los tradicionales medios de comunicación para informar? Vergüenza nacional.
Entre una marejada de dudas e incertidumbres queda preguntarnos, por ahora, ¿de dónde sacará el dinero este gobierno para cumplir todas las promesas que va haciendo irresponsablemente para los jóvenes a medida que se agrava la crisis?, ¿cómo conformará su equipo económico para discutir y plantear la nueva reforma tributaria?, ¿quiénes se sentarán a discutir y replantear el texto de la reforma a la salud de los colombianos?, ¿serán las multinacionales, que esperan ávidamente su tajada en el negocio de la salud?, ¿lo harán a puerta cerrada para hacer la zancadilla de siempre a la gente común, que termina por pagar los platos rotos de su amiguismo y corrupción?, ¿seguirá amenazando con gobernar tras bambalinas el señor Álvaro Uribe Vélez y sus fanáticos seguidores con la complicidad de los gremios y empresarios, apoyados por grupos oscuros que sostienen a los venales funcionarios regionales y nacionales?, ¿o son los representantes de estos sectores los que se sentarán a discutir las sucesivas reformas que “necesita” el país? Si es así, apague y vámonos.
Posdata. Es impresionante el cinismo que ostenta Iván Duque ante un país que se le derrumba en la cara. Muchos de los que protestan en la calle no tienen miedo a perderlo todo, pues tampoco tienen nada o, contradictoriamente, otros tantos obtienen ganancias en el río del conflicto armado, ese sí de baja intensidad, al que se suman las bandas de narcotraficantes que invadieron a Colombia, gracias a su debilidad.