Costantin Brancusi nació pobre y genio el 19 de febrero en Hobiţa, Rumania en 1876. De una familia campesina, desde muy joven trabajó y aprendió a leer solo. La suerte la encontró cuando de una caja de naranjas el niño construyó un violín y en ese reto encontró así su primer mecenas que lo ayudó a estudiar arte en Rumania y en París.
Hoy lo consideran el fundador de la escultura moderna porque simplificó las formas y conceptualizó la relación entre figura y espacio, mientras también lo proponía Picasso en pintura o la Bauhause en arquitectura en Alemania para 1913.
Llegó a París en 1916 como un extranjero, pero se convirtió en una habitante de Francia. Tanto así que de la donación de su taller al Museo de Arte Moderno su obra hoy precede en la plaza del Centro Pompidou. Tal y como fueron sus decisiones al entregar su mundo en 1956, un año antes de su muerte y que el arquitecto Renzo Piano realizó y entregó en 1997 un cubo de cristal que respeta todas las indicaciones de sus talleres que cuenta con 139 esculturas, 87 pedestales, 41 dibujos, 1.600 fotografías y todas las herramientas con las que el artista trabajó. Fue también músico y fotógrafo amigo del escultor Rodin, del pintor Modigliani y del músico Erik Satie.
El taller fue lo más importante en su vida. Acumuló muchos trabajos porque le interesaba ver cómo las réplicas de sus formas simplificadas en óvalos y la superficie en los distintos materiales que se relacionaban entre sí. Y que Brancusi agrupaba en el mismo lugar.
En la propuesta arquitectónica de Renzo Piano se reproduce esa atmósfera enrarecida, llena de misterio solitario que busca mostrar un conjunto unitario de sus obras como lo son: la columna infinita que es considerada su obra maestra, los pájaros y las cabezas que renuncian a la retórica figurativa del siglo XIX para entrar a triunfar sin modelos en la abstracción expresionista del siglo XX para buscar el sentido de lo atemporal.