En una reflexión sobre el episodio poselecciones que vivimos, entender los comportamientos de los votantes es tan complejo como entender la historia de Colombia. Debido a nuestra cultura de la telenovela, siempre buscamos el bueno y el malo en cualquier situación que se nos presenta, pero no nos damos cuenta de que, incluso, nosotros somos muchas veces el bueno y el malo.
Muchos se preguntan cómo un candidato como el bumangués Rodolfo Hernández se encuentra en la contienda electoral para la segunda vuelta, si en los últimos meses de campaña no demostró gran conocimiento de políticas públicas, economía o de Colombia en general (hasta hace pocas semanas el candidato se enteró de que Vichada es un departamento de Colombia y que su capital es Puerto Carreño). Sin embargo, su desparpajo, irreverencia verbal y acento de región lo ha posicionado como el favorito de buena parte del electorado.
Además, Hernández ha calado profundo porque desde el comienzo su consigna ha sido la lucha contra la corrupción, aunque él mismo esté envuelto en un lío judicial por corrupción. Todo es paradójico en estas elecciones, pues la corrupción ha sido el caballito de batalla de todos los candidatos, y no es para menos, si de algo está cansado el país es de que lo roben, pero también deberíamos estar cansados de que nos roben la dignidad.
Personaje como este candidato son la perfecta representación del patrón que entre más bonificación y regalos de navidad entrega, más fidelidad consigue de sus empleados. Pero, pensemos bien esta relación: no se trata solo de la generosidad del jefe con mucha plata que no es capaz de robarme porque tal vez, lo que está robando es algo más valioso, como la libertad de pensar, de querer avanzar o de un día estar en desacuerdo.
Esa necesidad de mantener el servilismo a quien nos proporciona lo que por derecho corresponde, una remuneración digna en contraprestación de un servicio que uno se ha esforzado por cumplir, hacer bien y en la medida de lo posible disfrutar haciéndolo.
Pero no, en Colombia nos acostumbramos a hacerle venia a cualquiera que con una propina de más pretende comprar la dignidad del empleado o de quien le presta un servicio.
Esa generosidad tan convenientemente demostrada no es más que la limosna de un ser que, más allá de agradecer de corazón, quiere mantener al empleado arrastrándose detrás de sus pies para que, en cualquier momento en el que se le requiera y sin quejarse, acuda al generoso patrón. El peor retrato de un mafioso comprándole la fidelidad a su vasallo y el retrato que desafortunadamente estamos viendo después de esta primera vuelta.
Rodolfo Hernández es la representación de ese patrón cercano a la gente que ahora se pretende posesionar como el jefe de todos los colombianos, entregando migajas para que sigamos siendo los vasallos de toda la vida y ellos los llenos de plata, pero muy generosos, de siempre.