El pasado 7 de agosto en Colombia llegó al poder un pueblo por primera vez y en el ambiente se respiraba un aire diferente. Hubo brillo y resplandor en las calles. Para quienes somos progresistas adultos mayores fue un día con un dulce sabor, no tanto en la boca como en el corazón y en los ideales de un viejo sueño. Fue un día en que las horas se nos escapan como el agua entre los dedos, con prisa y resbalosos, dejando muchas emociones desbordadas.
En la radio y en la tv, en los pueblos y veredas se escucharon cánticos de alegría y victoria; y los alrededores de la plaza de Bolívar en Bogotá, empezaron a congestionarse de ávidos progresistas de a pie. La música, la cultura, el tráfico, la agitación de las personas en su ir y venir por las calles y parques aledaños como fantasmas felices y perdidos. Es el tiempo para vivir sabroso, compartir alegría, serenidad y paz.
Fue el día en que los influenciadores de las emociones hacen su agosto en las redes; tiempo de muchos para reír y llorar y volver a reír. Fue el día de la posesión del presidente Gustavo Petro, quien ya empezó a cargar sobre sus espaldas la presión implacable de un pueblo esperanzado en el cambio, y mucho más en esta época, cuando el país atraviesa por una crisis económica sin precedentes en la historia.
Este 7 de agosto por excelencia se vivió una fiesta popular única después de dos siglos, hermosamente incómoda para muchos de la rancia oligarquía. Sólo basta mirar el drama y la aflicción que estos esbozan en las redes sociales.
Este 7 de agosto, todo pareció perfectamente imperfecto y aparentemente fue como si una epidemia de alegría y nostalgia atacara de repente a toda la población. En muchos quizás anhelando que hoy pasará en un abrir y cerrar de ojos para ver y sentir el sabor del cambio en acción.
Yo, en efecto, ahora en el exterior, preferí estar solo, encerrado en casa escuchando y viendo embelesado la ceremonia de posesión, como si fuera el único día del único mes de cualquier otro planeta.
Es el tiempo de la reflexión: damos lo que tenemos adentro, hablamos y escribimos lo que pensamos y reaccionamos ante esta especial situación, según el dictamen de nuestro corazón unido a nuestro temperamento e ideales políticos.
Ojalá podamos vivirlo hoy, haciendo consciencia por los que nada tienen, por los que carecen hasta de lo más necesario para subsistir.
Quizás los uribistas me lleguen a censurar, pero, tal vez, un buen vivir sin corrupción y resignación para ellos, puede ser el mejor de mis deseos.