Si hay algo que jamás ningún ser humano puede perder bajo ninguna circunstancia es la dignidad. Permitirlo es caer en el abismo de la ignominia, soportar la vergüenza sin inmutarse de quien nos señala y vivir con el agobio del descrédito que nos rotula ante nuestros semejantes como seres insignificantes.
Los adjetivos oprobiosos, injuriosos y humillantes con los que colombianos calificamos al presidente Iván Duque vienen desde todas las tribunas. Desde los púlpitos, desde la academia, desde las columnas de opinión nacionales e internacionales, desde la prensa hablada y escrita, entre otras. Ahora con el modernismo de las redes sociales, las burlas han transcendido fronteras y el agravio y la ofensa surgen desde otras latitudes, desde otros países que ven con estupor la falta de coraje y la pobreza de espíritu de un gobernante que le ha faltado arrestos para desligarse y repudiar la malsana influencia de un mentor ávido de sangre y de poder.
En una reciente entrevista con Patricia Janiot, de la cadena Univisión de los Estados Unidos, cuando la presentadora le preguntó qué opinaba de que su propio mentor se refiriera a él como un títere, la respuesta de Duque fue decirle que lo respetara. Pero me pregunto cómo puede respetarse a una persona que durante tres años ha recibido los más injuriosos epítetos sin que se haya sonrojado una sola vez. ¿De qué material está hecho este hombre? Por supuesto no de ningún roble, sino de una substancia gelatinosa y temblorosa. No heredó el arrojo y la valentía de su padre quien fue el primero que nos advirtió a los colombianos que el gusano de Álvaro Uribe Vélez se estaba convirtiendo en serpiente venenosa.
Cómo podría calificarse a un jefe de gobierno que luciendo una gorra militar en una parada castrense vocifera a los soldados: ¡Ajua! O viste una chaqueta de policía y se dirige a un CAI, a darles su mano y a felicitar a los policías que han asesinado colombianos.
Termino mi comentario haciendo mías las palabras con las que Hernando Gómez Buendía remató una de sus columnas en El Espectador: Estas son las consecuencias de haber elegido presidente a un imbécil. Tengo más adjetivos, pero la prudencia me refrena.
