Los medios nacionales e internacionales titularon como de “izquierda” la victoria presidencial de Gustavo Petro, e hicieron énfasis en que era “la primera” que lograba esa tendencia política en Colombia. Y ese apelativo estuvo relacionado con su opuesto, la derecha encarnada en Álvaro Uribe, aunque también con el pasado guerrillero del elegido.
Y estuvo antecedido por los rótulos que el uribismo le colgó en su contra como los consabidos “castrochavista”, “expropiador” u otros relacionados con regímenes que tradicionalmente han sido catalogados como “izquierdistas” en Latinoamérica. Pero como para calificar con acierto la naturaleza de izquierda de un gobierno son necesarias las comprobaciones que demuestren que efectivamente se dirige por un rumbo diferente al dominado por la derecha, hay que mirar críticamente los pasos que se están dando en ese sentido.
Una vez se dieron los resultados que dieron el triunfo al Pacto Histórico el balance inicial era de incertidumbre sobre lo que viene, es decir sobre el destino del país. Porque esa perplejidad estaba anunciada en gran parte desde la campaña, cuando el sentimiento generalizado por un verdadero cambio se confrontaba con los métodos que el petrismo empleó para hacerse con un caudal de votos que le permitiera llegar al poder.
En realidad, en las maneras de hacer política para constituir el pacto de Petro no existió una diferenciación con las que desde antaño emplea la tradición politiquera para ganar. Quedó la sensación de que se privilegió el ‘todo vale’ sobre los principios programáticos, y estos se centraron en atraer a millones de votantes indignados mediante promesas y ocurrencias sacadas de la manga para la galería, sin precisar las verdaderas causas de las calamidades que asolan a Colombia por décadas ni, por lo tanto, los análisis serios sobre las posibilidades de las transformaciones requeridas.
Las continuidades que se anunciaban eran palpables y se hicieron visibles con los llamados ‘petrovideos’ en donde el protagonista fue Roy Barreras, ese uribista, vargasllerista, santista y ahora petrista que se constituyó en el componedor de todos los atajos y todas las marrullerías de siempre.
Una de las funciones que le encomendó Petro, además de muchas otras, todas dentro de la tradición politiquera, fue sin duda el coqueteo a uno de los exponentes del clientelismo, el jefe del Partido Liberal, César Gaviria, para que entrara al Pacto Histórico; y estuvo a punto de lograrlo, misión que fracasó cuando ante la premura para escoger su fórmula vicepresidencial, que estaba reservada para alguien de la cuerda de Gaviria, Petro finalmente tuvo que entregársela a Francia Márquez quien por derecho adquirido la merecía.
Y esa pretensión quedó sepultada cuando la candidata afrodescendiente atacó con dureza a César Gaviria por ser “de los mismos”, reclamando además que las alianzas eran con la gente y no con dirigentes neoliberales, y recalcando que estos personajes eran los que habían llevado al país a su postración actual (https://www.eltiempo.com/elecciones-2022/candidatos/francia-marquez-que-fue-lo-que-hablo-de-cesar-gaviria-660519). A lo que Roy Barreras se opuso con vehemencia, para seguir insistiendo en que el jefe liberal entrara al Pacto Histórico, con el silencio cómplice del aspirante de esa colectividad.
César Gaviria, que hace cuatro años se había decidido por la mermelada de Duque y que antes de la actual elección presidencial había fracasado en su componenda con Petro para lo mismo, se fue con Federico Gutiérrez esperanzado en una victoria por el lado duquista.
Pero como este decadente legado gobiernista, encarnado en Federico Gutiérrez, quedó sepultado por dieciséis millones de votos que en la primera vuelta se inclinaron por algún cambio -los de Petro, los de Rodolfo Hernández y los de Sergio Fajardo-, y como la política es dinámica -como dicen los oportunistas de todas las tendencias- hoy tenemos a Gaviria montado en la buseta de la victoria petrista, con grandes posibilidades de que la maneje con Alejandro Gaviria y Rudolf Hommes, brillantes exministros del neoliberalismo.
Y si a esto le agregamos que Petro hubiera designado a Roy como presidente del Congreso para garantizar que su experimentada maquinación le garantizara ‘gobernabilidad’ con los mismos con las mismas, el escenario que se cierne en este país va pasando de la incertidumbre a la certeza de que a cada paso que da Petro más nos acercamos al convencimiento de que esto va por muy mal camino, el del retorno ya mal pisoteado.
Y las últimas noticias lo confirman: los partidos de la U y Conservador, que también hicieron parte del pacto de gobierno de Duque, están montados en un viaje que ya se conoce, que no tiene las sorpresas que generarían un cambio y que comprueban que la repartija del poder es la que se impone. Porque conociendo a quienes concretan los acuerdos, para gobernar exigen puestos, prebendas y contratos, además de plataformas económicas para lograrlos. Las consabidas prácticas que se enquistaron en el sistema de gobierno desde hace más de medio siglo para consolidar la corrupción seguirán campantes y no existen señales de que tengan corrección.
Pero a estos hechos, que presagian continuidad y no cambio, se agregan otros anteriores más desapercibidos, que presagiaban la clara dirección actual de las intenciones del presidente electo: su voto en el Senado para que Colombia entrara a la OCDE, su anuncio al sometimiento de la confiscatoria disciplina fiscal del FMI y su alineamiento con el partido demócrata de Estados Unidos, configuran el marco internacional de las nefastas continuidades que han imperado en Colombia, que han sido la causa de la pérdida de soberanía y de la crisis en el aparato productivo del campo y la ciudad.
Por eso se entiende que, aunque en campaña Petro se unió al anunció de la renegociación de los TLC, que habían prometido los otros tres candidatos principales de la contienda electoral, después de haber sido elegido no ha hablado en ningún escenario de esa imperiosa necesidad. Las inmediatas conversaciones que mantuvo una vez fue elegido, primero con el secretario de Estado de EE. UU., Antony Blinken, y después con el presidente Joe Biden, en las que se tocaron aspectos para el desarrollo diplomático entre los dos países, no mencionaron el principal origen de los males del país, la concreción de las políticas de ‘libre comercio’ que impuso el Consenso de Washington, en 1989, ni tampoco los diez años del TLC con el país del norte, que han sido desastrosos por el desbalance comercial originado, la pérdida de la soberanía alimentaria y la desindustrialización que han generado desempleo y expulsión de millones de trabajadores al exterior.
El estallido social del año pasado fue el resultado de la aplicación constante de las políticas neoliberales que inició César Gaviria en 1990, las que continuó Iván Duque sumiso a las ‘recomendaciones’ de la OCDE y el FMI y que su ministro Carrasquilla intentó imponer. Hoy, la garantía de la contención del “volcán social” en manos de Petro, que anunció Alejandro Gaviria cuando se adhirió a la campaña del Pacto Histórico, todo indica que se intentará concretar con las mismas fórmulas y similares agentes del continuismo que conocemos desde hace años. Por eso, la pregunta que algunos nos hacemos hasta ahora, sin ninguna luz que nos lleve a omitirla, es la pertinente: ¿Es en verdad Gustavo Petro un presidente electo de izquierda?