Para muchas personas no apoyar a Petro, el candidato de la Colombia Humana, significa ser uribista o fajardista. Bajo ese espectro político, que me parece bastante falso e ignorante, nadie lo puede cuestionar, ni mucho menos decir que no es el nombre más adecuado para gobernar el país. Está tan polarizado el asunto electoral que más de uno prefiere callarse, para así evitar a todos los que, como ménades siguiendo a Dionisio, lo ven como su gran salvador. Por lo que a mí respecta, no es más que un politiquero profesional, al que la grosería y el populismo han elevado a semidiós de un rebaño carente de ideas. Sinceramente, muy pocos consiguen ver, en medio de su delirio, al gran mentiroso que es, porque han sido hipnotizado por un discurso que lo limpia de culpas culpando únicamente a los demás.
Efectivamente, su sarta de mentiras, que no es más que un bálsamo para tontos, tiene a más de uno viéndolo como presidente. Por eso consigue, en medio de la pandemia, que la gente piense en marchas para terminar de acabar a Duque y al uribismo; cuestione, muchas veces con la violencia verbal, a todo aquel que no lo apoye en las redes sociales; se manifieste como sea para decir que el país necesita un cambio, claro está, sin preguntarse primero si no la están adiestrando para darle poder a un engaña bobos. En fin, tiene tan ensayado el guion, cuya película algunos conocemos, que a estas alturas del paseo se hace difícil cuestionarlo sin que se reciba un madrazo. Los que han lo grado colocarlo contra la pared, nunca reciben de él respuestas: simplemente su discurso politiquero.
Por eso acusa de paramilitar a Uribe, pero no se responsabiliza de lo que pasó en el capitolio (siempre ha dicho que cuando el M-19 mató a los magistrados se encontraba preso, por lo tanto no se lo puede responsabilizar de un crimen que no cometió, lo que no lo exime, según mi humilde opinión, de todo lo realizado por dicho movimiento guerrillero). Igualmente, cuando le preguntan por la bolsa de billetes, un descubrimiento de la senadora Paloma Valencia, se hace el loco y manifiesta que todo es el resultado de una conspiración. Si un periodista como Antonio Caballero dice que no es su candidato presidencial, acude a una animadversión contra su persona enquistada supuestamente en el desprecio de algunos comunicadores. Siempre tiene el discurso para hacerse la víctima, pero sin dejar de ver en los otros a los grandes culpables de nuestra debacle nacional. Su gran problema está en que se muestra como un ser impoluto ante la opinión pública, cuando desde hace rato se conocen todos sus pecados.
Si se comprendiera que solamente lo mueven intereses personales, aspiraciones ególatras que lo alejaron del Polo Alternativo y que hoy lo llevan a buscar alianzas con partidos que ni si quieran lo toleran, no sería tan popular como afirman las recientes encuestas. Dice el filósofo español José Ramón Ayllón que “más que la verdad, el demagogo dice lo que el público quiere oír”. No se equivoca, tiene toda la razón: los tipos como Petro pueden empantanarlo todo, pero siempre tienen a su favor el gran circo que desea escuchar su canto de sirena. Lo cierto es que cuenta con un gran electorado, el que sale a marchar, por lo que puede llegar a ser el reemplazo de Iván el terrible, el peor presidente que se ha tenido en décadas. Solo se le pide, si es que es elegido, que soporte el coletazo de la ola cuando sus mentiras lo hagan vulnerable.
