En su esfuerzo por argumentar por qué los colombianos debemos votar por los actores políticos tradicionales, se escuchan frases como “vamos a luchar contra la corrupción politica”, “vamos a defender la democracia colombiana”, “vamos a trasformar la politica en favor de los necesitados” entre otras frases de cajón que solo sirven de slogan publicitario y esconden las verdaderas intenciones de estos actores: seguir desangrando el presupuesto nacional y con eso condenando a la pobreza a los colombianos.
Porque de eso han vivido y no es cierto que de un momento para otro alguien pueda renunciar a lo que ha sido, cuando se ha nacido en cuna de oro, se ha crecido en Gringolandia o en Europa financiado con el presupuesto nacional es imposible salir a buscar trabajo o a someterse a los ridículos sueldos de los profesionales en Colombia.
La primera mentira es que la democracia y la libertad colombianas están en peligro y que hay que votar para salvarla.
Quien se crea el cuento de que Colombia es la democracia más antigua de América y que este país ha respetados las libertades, lo hace porque no ha leído de las dictaduras y el régimen criminal de los partidos Liberal y Conservador en los siglos XIX y XX, de sus macabras luchas contra los sectores políticos distintos a ellos, de sus alianzas con ejércitos legales e ilegales como los “chulavitas” y los “pájaros” del conservatismo de los años cincuenta, del B2 turbayista, de los paramilitares uribistas, creados para asesinar a los que cuestionan su mandato, como a la Unión Patriótica-UP.
Si eso es propio de una democracia, cierre y vámonos a buscar otro tipo de gobierno.
Que esto no es una democracia hablan las paupérrimas condiciones sociales y económicas de la mayoría de la población afrocolombiana, indígena y campesina de Colombia.
Los indígenas, sobrevivientes de cataclismo de la invasión sangrienta de los españoles, del exterminio colonial y republicano, despojados de sus tierras y amenazadas sus vidas y culturas milenarias, hasta hoy cuando asesinan sin pudor a sus líderes.
Y los afrocolombianos descendientes de la más atroz injusticia que fuera la esclavitud de sus ancestros africanos y luego la exclusión permanente, la negación histórica de su aporte a la nacionalidad colombiana.
Y los campesinos, esa mezcla de mestizos pobres que le apostaron a construir unas economías rurales han sido perseguidos, asesinados y desplazados para dejar sus tierras a familias de terratenientes que hasta ahora hablan de sus millones de hectáreas sembradas de caña, banano, ganadería, palma aceitera y de sangre, como si el dolor de los campesinos fuera solo un valor menos que el pasto que pisan sus vacas.
Si eso es propio de una democracia y de la libertad, entonces cierre y vámonos a buscar otro tipo de gobierno.
La segunda idea es que van a acabar con la corrupción política. Si estos actores, hijos y parientes de políticos tradicionales de la elite colombiana, representantes de conglomerados mercantiles, industriales y de terratenientes, todos ellos asociados a las mafias de la mariguana y actualmente de la cocaína, se deciden acabar con la corrupción deberían empezar por devolver a la nación muchos de los capitales que sus familias usufructúan, pues sus grandes riquezas se deben en buena medida a la corrupción política de las cuales sus padres y familiares han sido beneficiarios.
La corrupción política no es un problema nuevo, de hecho, la sociedad colombiana no ha conocido un gobierno diferente que el de la compra de votos y el tráfico de influencias familiares y comerciales en la política.
De hecho, si observamos detenidamente el sistema de gobierno de nuestra elite es la corrupción, el clientelismo, el caciquismo.
Su poder radica en corromper todos los niveles del gobierno de manera que redes clientelistas no solo tramitan votos, sino que representan la opereta de gobierno cuando de eso no hay nada o si hay es para favorecer los intereses comerciales de la misma elite.
La élite nacional paga su poder en dinero contante, puestos públicos y proyectos. Si políticos de la derecha y el llamado Centro hicieran desaparecer la corrupción política tendrían que aceptar su propia desaparición porque ellos dependen de la corrupción.
Si eso es propio de una democracia y así es la libertad que hay que defender, entonces cierre y vámonos a buscar otro tipo de gobierno.
Por último, se refieren a luchar contra la pobreza y los necesitados, cuando no hablan de las víctimas.
Los pobres colombianos son el producto de una economía de mercado que favorece a los ricos propietarios y empobrece cada vez más a los pobres, para decirlo de otra manera, la riqueza de la elite colombiana se hizo a costa de la pobreza de la mayoría de la población colombiana; por ejemplo, la élite valluna se generó en gran medida del monocultivo de la caña que ha desplazado a los antiguos campesinos del norte y sur, oriente y occidente del valle geográfico por donde corre el río Cauca y en el que hoy solo puede verse caña.
¿A dónde se fueron esos campesinos que no cultivaban caña, sino sorgo, maíz, y café? Búsquelos en las zonas periféricas de Cali, entre los pobres de Cali. Busque allí también los desplazados de Buenaventura por la violencia generada por la explotación del puerto; busque también los de Tumaco por los desplazamientos de la palma aceitera y de la coca.
Entonces habrá que peguntarles a estos políticos de las élites: ¿ustedes van a devolverle a los colombianos parte de sus fortunas y beneficios para que los pobres de Colombia sean menos pobres? Si eso es propio de una democracia y así es la libertad, entonces cierre y vámonos a buscar otro tipo de gobierno.
Lo que está pasando y no se quiere reconocer es que esa élite le falló a los colombianos, se enriqueció empobreciendo a la mayoría y ahora no tiene cómo argumentar su derecho a gobernar el país.
Con gobiernos tan corruptos como el actual, con presidentes tan ignorantes e inútiles como el que gobierna actualmente, con funcionarios que no conocen el país que gobiernan y que se asocian con sus amigos para robar el presupuesto nacional, esta élite quedó desprestigiada, mostró su inutilidad, su enorme incapacidad para crear un país respetable en la comunidad de naciones y peor aún, dignificar el nombre de los colombianos.
Si eso es propio de una democracia y así es la libertad, entonces cierre y vámonos a buscar otro tipo de gobierno.
JRD. Cali. 2022