Los migrantes ilegales llegan a otras naciones en busca del bienestar y de las oportunidades de las que carecen en sus propios países, situación sui géneris que padecen la mayoría de los estados hispanoamericanos. Lo hacen por motivos económicos, buscando un mejor nivel de vida, mejores condiciones de trabajo y remuneración, o en casos más críticos, el acceso a un empleo, anhelos que son inherentes a la condición humana.
Hoy en día, 280 millones de personas son migrantes por todo el mundo, en búsqueda de mejores condiciones de vida, sumando los 34 millones de refugiados que huyen de la guerra y 40 millones de desplazados internos que han tenido que enfrentar situaciones extremas dentro de su propio país, obligando a la Unión Europea a revisar sus políticas migratorias para construir una fuerte política de asilo que permita la relocalización de los solicitantes dentro de la Unión Europea, su reasentamiento y una política de migración legal, mientras los Estados Unidos construyen muros indignos para contener el flujo de migrantes centroamericanos. El tráfico de migrantes en América es cada día más angustioso desde el Río Grande en México hasta el sur del continente.
Los chilenos han tenido una larga trayectoria como migrantes y es fácil cuantificar el número de chilenos en el mundo. Estados Unidos, Canadá, Unión Europea y Australia, por nombrar solo algunos, y en cada uno de estos países han sido bien recibidos. Salieron de Chile huyendo de la dictadura y de las precarias condiciones de vida. Han encontrado las comodidades y oportunidades que no tuvieron en su país. Se han acoplado a diversas sociedades en las que han descollado gracias a la generosidad con que fueron recibidos.
Ninguno de estos países los ha tratado como delincuentes por el solo hecho de ser ilegales. Ninguno de estos países los ha estigmatizado por su origen y procedencia. Ninguno de estos países ha contratado vuelos diarios con aerolíneas comerciales para expulsarlos, como tampoco he visto en ninguno de estos países que se lleven a cabo manifestaciones de protesta rechazando la presencia de chilenos en su territorio.
El viernes pasado algunos ciudadanos se acercaron a un campamento improvisado de migrantes, quemaron sus pertenencias y también agredieron a varias personas. De igual manera, en la Plaza de Brasil de la ciudad de Iquique, varios chilenos xenófobos envueltos en su bandera incendiaron un campamento de migrantes venezolanos y colombianos donde había niños, en una demostración de vandalismo incomprensible. Las autoridades migratorias chilenas han abierto un gran puerta a la xenofobia que podría desencadenar en mayores tragedias. Muchos genocidios se han consumado ante la mirada indiferente de las autoridades.