Quiero darle el perdón por sus crímenes al señor Álvaro Uribe Vélez; en verdad estoy cansado de sufrir y de cuestionarlo incansablemente, de denigrarlo como bien se lo merece. Su inocencia tiene la validez de la existencia del unicornio, pero, aun así, es preferible para este desangrado país que se dedicara a malcriar a los nietos; a montar sus caballos y a tomar tinto mientras lo hace, porque eso sanaría las heridas profundas de una sociedad enferma por los desmanes de la guerrilla durante 60 años.
¿Merece ser perdonado? Sí señores, como las Farc. Y allí radica el asunto, el arreglo, así nos sepa a hiel, tiene que ser bilateral. No sólo merecen impunidad los crímenes de la insurgencia, los del estadista también, porque los millones de muertos del conflicto no resucitan, ni el dolor de sus familiares se acaba por arte de magia. Ni se les saca de la ruina en que quedaron unos y otros. Pero lo perfecto es enemigo de lo bueno —un axioma del ejercicio médico— y tenemos que tragarnos los sapos de lado y lado, pensando en el futuro nacional, no en el de los amigos únicamente.
Hay que aceptar que él tiene la posibilidad inigualable de ahorrarle al país más derramamientos de sangre, los que hoy alienta decididamente, entre todos sus seguidores y los grupos armados que ha dirigido —ideológicamente hablando—, hoy empecinados en asesinar a todos los que parezcan Farc, a los que se han acogido al proceso de paz, a los líderes sindicales y sociales.
Si le garantizamos un trato equivalente al de Timochenko y los otros dirigentes, sin cárcel, estoy seguro de que su acción de buena fe, en un acto de contrición verdadero, logre que desarmemos nuestros corazones. Y se haga un pacto histórico con todas las corrientes políticas, incluidos el Centro Democrático, los conservadores, los liberales y todos los partidos de gobierno y opositores.
Es que aliarse con los amigos, perdonarse con los compadres es muy fácil. Lo digno de encomio, de enaltecerse, es la reconciliación con los enemigos, como se hizo en Ruanda, como se hizo en Suráfrica, como se pactó en Corea el armisticio. Como se hace entre palestinos y judíos, como se hizo entre los irlandeses, o entre los etarras y gobierno español.
Si no se hace el acuerdo, el hombre seguirá pataleando y llevándose por delante todo lo que se ha alcanzado. Así que como en la medicina es preferible un tuerto que un ciego, un cojo que un parapléjico, el señor Álvaro Uribe Vélez merece una oportunidad, para pasar a la historia no necesariamente como el peor bandido del siglo como quisiéramos muchos de sus opositores ideológicos.