“Los espejos se emplean para verse la cara, el arte para verse el alma”.
Así lo dijo George Bernard Shaw, el escritor, dramaturgo, crítico y periodista irlandés, considerado el autor teatral más significativo de la literatura británica.
Y yo lo creo.
Lo comprobé nuevamente hace unos días cuando tuve la oportunidad de experimentar con una obra de arte interactiva instalada en una calle céntrica en la ciudad de Washington en el Distrito de Columbia.
Su fin: conscientizar a los ciudadanos sobre el acoso en las calles de la capital de los Estados Unidos.
Titulada como “El Pasillo” o “The Walkway” en inglés, la obra consta de un pasadizo o túnel con pisos color rosa intenso. En sus paredes se exponen caras de ciudadanos que se intercalan unas con otras y que se diferencian por su raza, género, estilos y vivencias. Vivencias escritas que cuentan su percepción sobre el acoso callejero.
Tanto lo rostros como los escritos reflejan el sentir y alma de cualquiera. Cualquiera que viva en una metrópoli.
Para algunos el acoso son simples acotaciones pasajeras que no hacen bien ni mal.
Pero también están quienes juzgan el acoso como eso.
Una intromisión al espacio individual
Algunos describen el acoso como simples acotaciones pasajeras o frases sin sentido que no hacen bien ni mal. Muchos consideran que los saludos en las calles alegran la vida y son expresiones naturales que hacen parte del atractivo urbano de nuestras ciudades modernas.
Pero también están aquellos que juzgan el acoso como eso. Una intromisión al espacio individual y propio. Un abuso de confianza, una violación al derecho de la existencia personal.
En la mitad del túnel, que alcanza una longitud de 32 pies, hay un parlante escondido del que salen las voces de varias personas y el ruido de la ciudad. Quienes hablan, también describen lo que han sentido con respecto al acoso.
La estructura, ubicada en una zona transitada de la capital hace parte de una campaña realizada por el gobierno local para disminuir los accidentes de tránsito que según reportes, podrían ser causados también por transeúntes o ciclistas que se distraen a causa del acoso en las calles.
La idea de Zarela Mosquera, la diseñadora de la obra, es generar conversación sobre el tema.
Por eso dentro de los mensajes que reciben quienes visitan la instalación se incluyen anuncios que instan a compartir a través de las redes sociales algo sobre la obra y el acoso callejero.
Aunque la edificación no alcanza a transmitir sensaciones, si genera curiosidad e interés. Realza un tema que por común y repetitivo no ha desarrollado aún la importancia que se merece.
El acoso callejero existe y despierta toda serie de reacciones.
Reacciones que dependen mucho del estado del alma tanto de quien lo infringe como del que lo sufre. Lo dicho, el arte sirve también para verse el alma.
@Silviadan