Un papá sabio, un hermano asesinado, la familia del ministro German Umaña

Un papá sabio, un hermano asesinado, la familia del ministro German Umaña

Eduardo Umaña Luna el patriarca, fundó con Camilo Torres sociología en la Nacional, Eduardo fue abaleado por paras, un legado que el ministro no olvida

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mayo 14, 2023
Un papá sabio, un hermano asesinado, la familia del ministro German Umaña

A Eduardo Umaña Mendoza lo velaron, en enero de 1998, en la plazotela del Che Guevara, más de trescientos alumnos de la Universidad Nacional velaban el cuerpo de uno de sus profesores más queridos, Eduardo Umaña Mendoza asesinado por la extrema derecha colombiana. El momento más emotivo de esa fría mañana fue cuando su papá, el sociólogo Eduardo Umaña Luna, pionero de los estudios de la violencia en Colombia con los dos tomos que hizo junto al obispo Germán Guzmán y Orlando Fals Borda, creador de la facultad de sociología de la Universidad Nacional. Con su habitual vehemencia Umaña Luna denunció al verdadero culpable de su muerte: él mismo. Con la voz entrecortada dijo que él era el culpable de que lo asesinaran por haberle enseñado valores como la justicia social, la equidad, algo tan contrario a la ley que se impartía en Colombia.

Cuando Umaña Luna murió en el 2008, a los 85 años, nos sorprendimos al saber que había sido el hijo de nadie en una época –los años 40, cuando él fue un joven- en que los que iban a la universidad eran sólo hijos de élite. En una esquela publicada en el Tiempo, Luis Fernando Paez, su biógrafo, afirmó que Umaña podría haber sido lo que se conocía hasta hace muy poco como un gamín, condenado a dormir en andenes. Y eso que su papá era un hombre poderoso, una familia acomodada, con influencia en el Congreso. Pero Umaña Luna fue un paria y ese contacto por la calle que lo haría profundizar en las desigualdades de un país como este, dominado por un puñado de familias. Pero desde pequeño se rebeló y por eso dice esto en sus memorias: “No era propiamente un gamín... no sé cuál sería mi posición social ante el mundo desde un punto de vista sociológico. Yo tenía todo, pero no tenía nada. No tenía padre, pero era el hijo de un hombre notable que terminó dominando el Senado. Tenía casa, pero no tenía casa. Tenía familia sin tener familia. Para mí hubiera sido mejor ser un gamín de los comunes y corrientes, que no poseen nada y que, por esa misma circunstancia, tienen una definición ante la vida. Mi vida era la indefinición total, la indecisión, la ambigüedad”.

En 1998 lo conocí. Fue a un congreso de Historia en la Universidad Industrial de Santander. Umaña Luna develaba una gracia, una potencia en la voz, un conocimiento enciclopédico sobre la obra de Norbert Elias. Uno podía sabe porque Umaña Luna era venerado en la Nacional, una verdadera leyenda. Un hombre que empezó en la radio de la mano de su primer jefe el poeta piedrcelista Eduardo Carranza. Ahí conoció a los monstruos de la poesía como Luis Vidales, Rafael Maya y León de Greiff, con fuertes convicciones de izquierda. Sin embargo su gran obra fue al lado de sus amigos íntimos, Fals Borda y si, Camilo Torres, el cura guerrillero, con quienes fundarían la faculta de sociología de la Nacional.

Cuando lo conocía habían pasado apenas unos meses de su tragedia más terrible, aún tenía abierta la herida de haber perdido a su hijo a manos de los paramilitares.

Cuatro meses antes de que lo mataran, en enero de 1998, Eduardo Umaña Mendoza había denunciado a la Brigada XX del Ejército, a un puñado de funcionarios de Ecopetrol y de la misma Fiscalía porque había descubierto sus intenciones de aniquilarlo. Nadie movió un dedo para ayudarlo. Y ocurrió lo inevitable.

A pesar de venir de una de las familias más tradicionales de Bogotá, el profesor Umaña tuvo la convicción de que su misión estaba al lado de los desprotegidos y su obligación denunciar a los poderosos. Umaña Luna intentó en vano saber la verdad sobre el asesinato de su hijo hasta su muerte en el 2008. Todas las investigaciones llegaron a un callejón sin salida.

El abogado Eduardo Umaña Mendoza jugó con fuego. Él fue el primero en medírsele a defender, contra viento y marea, las familias de los desaparecidos del Palacio de Justicia. Incluso la tesis que desarrolló fue osada y le costó las primeras amenazas.

Mientras la mayoría de juristas afirmaban que la muerte de 94 personas dentro del edificio entre los que se contaban los once miembros de la Corte Suprema de Justicia incinerados por las llamas del incendio, habían sido víctimas del M-19, Umaña Mendoza tuvo la valentía de afirmar que buena parte de la responsabilidad del genocidio recaía en el plan del Ejército para retomar el Palacio.

Incluso pudo demostrar que buena parte de los desaparecidos fueron llevados antes al Museo del Florero, en una de las esquinas de la Plaza de Bolívar, donde fueron sacados a cuarteles para ser torturados y luego asesinados.

Uno de los enemigos que enconó fue el Coronel Alfonso Plazas Vegas, el mismo que afirmó ante la opinión pública que lo que estaba realizando el ejército era “hacer patria” y luego no dudó en gritar con el arma alzada “aquí defendiendo la democracia maestra”. Plazas Vega fue uno de los arquitectos de la sangrienta toma. Umaña encontró suficientes pruebas como para llevarlo a juicio.

Los enemigos de Umaña se iban acumulando hasta ser tan grandes como una tropa. Una de las soluciones que encontró el abogado fue transformar su casa en una oficina en el barrio Nicolás de Federman donde atendía a sus clientes. Y también para denunciar. Buscaba protegerse evitando movilizarse por la ciudad. Pero no bastó.

Denunció, por ejemplo, las conexiones que tenían los hombres de las Autodefensas Unidas de Colombia en el Ejército nacional, así como los nexos del DAS con miembros de la mafia y el crimen.

La Fiscalía también estuvo entre sus investigaciones. Es que el sistema que tenía el ente para juzgar, eso de los jueces sin rostro, creado para protegerlos de las garras de Pablo Escobar, servía para cometer infamias. Una de ellas fue judicializar en pleno al sindicato de Ecopetrol, doce personas acusado de pertenecer a la estructura del ELN.

El cerco se iba estrechando hasta hacerse intolerable. El 18 de abril de 1998 dos hombres y una mujer entraron a su oficina haciéndose pasar por periodistas. Cuando su secretaria, María Ángela Pinzón, se dio cuenta de que estaban siendo timados, las tres personas, que pertenecían a la estructura criminal de la Terraza, la banda criminal dirigida por Don Berna, el temible jefe paramilitar, ataron a la mujer. Luego entraron a la oficina de Umaña y le pegaron tres tiros a quema ropa. El abogado murió al acto.

Sus familiares, encabezados por su papá, el profesor Umaña Luna y por su hermano Germán, se pusieron en la tarea de recolectar información que necesariamente incluía a militares y agentes del DAS que estuvieron en la oficina de Umaña días antes de su asesinato.

 

El trabajo de Germán Umaña, el actual ministro de Industria y Comercio de Petro para que el crimen de su hermano Eduardo no quedara impune, fue arduo. En el 2014 radicaron ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos en Washington el caso con el fin de que se convirtiera en un crimen de lesa humanidad para que no claudicara jamás. Esto, en el 2022, se cumplió por fin.

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