No hay término que describa a mejor Colombia y a Latinoamérica que Trogloditas. Dice la RAE, entre sus múltiples significados, que troglodita es quien habita en las cavernas, o una persona bárbara y cruel, y no estamos para nada lejos de ahí.
De regreso de mis vacaciones, viniendo en un vuelo internacional, me tocó en la fila de adelante una familia mexicana cuyos miembros (papá, mamá e hijo adolescente) hablaban con mucha ilusión sobre conocer Colombia. La señora, antes de cerrarse la puerta del avión, le comentaba a alguien desde su celular -muy entusiasmada- que iban a conocer el país que los acogería los próximos años por el trabajo de su esposo. Nos miramos con mi familia como diciendo: ¡ay Dios!, pero inmediatamente pensé que debían tener buenas referencias y que, en últimas, eran de los nuestros; es decir, conocían el caos, el desorden, la rumba, la indisciplina, las calles rotas, la corrupción, la amabilidad, la calidez… todo eso que nos identifica a los latinoamericanos.
Mientras a los mexicanos los ilusionaba su llegada al país, a mi me hacía feliz volver a dormir en mi cama, estar en la comodidad de mi casa y volver a hacer radio, a mi trabajo. Pero, en honor a la verdad, regresar al caos, el desorden, la indisciplina, las calles rotas, la corrupción, no es lo que más me emociona. Estoy cansada y aterrada de ver cómo uno se acostumbra a vivir entre la mediocridad. Rica la rumba, maravillosas la amabilidad y la calidez, pero esa es solo una parte del deber ser.
Rica la rumba, maravillosas la amabilidad y la calidez,
pero esa es solo una parte del deber ser
Los trenes, los buses, las atracciones, todo es puntual. Los andenes, las calzadas, las vías no tienen un solo hueco, y si lo hay por alguna razón, está demarcado y no dura más tiempo que la obra. El tráfico es otro punto. Al peatón le paran como diez metros antes; aquí hay casi que ponerse frente a frente con los carros para poder pasar. Aquí la vía la tienen los carros y se los mandan encima, bien sea porque usted va a pie o porque puso la direccional y no lo quieren dejar pasar. Uno, como latinoamericano, se queda parado para que pase el carro… y el carro, para su sorpresa, no se mueve hasta que usted no pase. Yo creo que ahí, además de nuestra fisionomía, nos reconocen. Y qué decir del respeto en la fila, con el turno del otro, con la vida misma.
La semana pasada mi columna “Vieja la cédula” (https://www.las2orillas.co/vieja-la-cedula/), se refería a cómo los viejitos en esos países desarrollados tienen la oportunidad de trabajar, de sentirse útiles, de no gastar todo su tiempo pensando en las tristezas que trae hacerse viejo. Un lector me dijo por Twitter: “Pensé que iba a referirse al sistema pensional y de seguridad social en Estados Unidos. No es más que una bagatela a la que le parece pintoresco ver a un anciano trabajando en los supermercados porque si no trabajan sencillamente NO comen”. Inmediatamente pensé: Y es que aquí ¿sí comen todos? Y es que aquí ¿el sistema pensional es una maravilla? ¿Todos están pensionados y comiendo? Allá por lo menos tienen la oportunidad de trabajar, en las horas que puedan y con lo que su humanidad les permita. No es el ideal, pero también ganan en no entristecerse sintiéndose inútiles… sencillamente en vivir con dignidad.
La condición humana es una sola en cualquier punto del globo que usted señale. Pero las normas que rigen esos puntos, corresponden a gobiernos y a colectividades que decidieron montar estructuras económicas, políticas, sociales y morales bajo cuyas normas se movieran sus ciudadanos… y claramente la fortuna de los países desarrollados no la tuvimos nosotros. ¿Que tienen defectos? Claro, porque viene de seres humanos igual de defectuosos, pero hay lineamientos que de verdad buscan cumplir y hacen cumplir desde los mismos gobiernos. Esa es la gran diferencia.
¿Que deben robar? Seguramente. Pero no como acá que se lo llevan todo y terminamos pagando.
¡Hasta el próximo miércoles!