Cuesta trabajo imaginarse todo en Colombia desde antes de la violencia. Un estado imposible de recordar por cuanto nunca lo hemos vivido. Sin necesidad de recurrir a las explicaciones de la historia precolombina (tan escasas) y mucho menos a la dominación española y luego la guerra fratricida que nos inventamos.
Soñar con un país normal. Bueno, más o menos normal. Exactamente, normalito. Es decir, un país donde no se mate tanto la gente. Porque vamos a seguir matándonos unos a otros. Eso suele suceder cada vez que dos o más humanos se juntan y conviven. Hasta que a uno de los dos se le da por volverse insociable y el otro le saca la piedra. Ahí comienza todo.
Entonces la muerte que es tan normal entre los humanos, resulta ahora que su ausencia bárbara y en forma de barbarie, será la mejor condición para pensar que vamos a vivir en un país normalito. De esos que tanto abundan ahora en este planeta de los simios, a pesar de Isis y otras hierbas asesinas.
Aspirar a ser un país normal es todo un derecho social que ha costado mucha sangre, muchas vidas y muchas lágrimas. ¿Suele ser una lección de la vida misma que para llegar a la tranquilidad hay que pasar por el valle de la zozobra?
Menuda prueba la que nos asignaron en esta cárcel de la galaxia. Si queremos ser un país normal debemos exorcizar todos los miedos contenidos y enfrentarnos cara a cara con nuestros enemigos, para mirarlos a los ojos y dejar de temer cada vez que demos la espalda o apaguemos la luz.
Nunca antes habíamos aprendido a vivir en tranquilidad. Ni en las urbes gloriosas ni en los campos lejanos donde ni siquiera canta la pigüa o el yacabó. Para nosotros lo anormal de la violencia con sus códigos de guerra, sus acciones sangrientas y sus símbolos de desesperanza; eran un desayuno obligado en toda mesa de este territorio de impuros.
¿Entonces por qué algunos se resisten a concebir un espacio de tranquilidad en lo que llamamos un país normal?
Es mucho más fácil pelear por lo que se tiene que dar la brega
por algo que aún no hemos agarrado del todo.
De eso está hecho el tira y afloje de los partidarios del Sí o del No frente a lo
absurdo de la pregunta
Es mucho más fácil pelear por lo que se tiene que dar la brega por algo que aún no hemos agarrado del todo. De eso está hecho el tira y afloje de los partidarios del Sí o del No frente a lo absurdo de la pregunta. En el futuro lejano se burlarán de nosotros los descendientes del país normal que estamos construyendo con tanto esfuerzo. Preferimos hacer el oso ahora que entregarles más vergüenzas a la humanidad que tan descarrilada anda en estos días de angustias globales y amenazas fundamentalistas.
Un parte de tranquilidad. Un país normal viene bien a esta parte de la América Mestiza y sangrante. Lo que significa la Paz, con su carga de tedio y aburrimiento. Creo que vale más que la trepidante guerra que nos ensordeció el alma y no negó la sonrisa en medio de la lluvia de balas. En estas comarcas del olvido ya nos estamos acostumbrando de nuevo al silencio de los fusiles. A la ausencia del miedo en los intestinos. Dejar atrás la noche ligera que volaba sobre vientos macabros. La certeza del sol por las mañanas sin contar nuevos muertos. Eso es un poco de lo que los discursos hablan de un país normal.
Claro que nos va a costar bastante. Primero la lucha contra la insensatez, los egos y las mezquindades de grupos sociales y políticos que con razón y sin ella, también tienen su parte en la guerra. Desde acá, desde la comarca del olvido; se sienten las diferencias que el país mediático impone. El vaivén de las encuestas y las entrevistas; el ruido de las redes sociales y los opinadores de oficio que tanto saben herir con las palabras.
El discurso del país normal y de la tranquilidad en el aire apenas es un viento lejano que según los pronósticos del clima social, viene lentamente avanzando en hombros de una muchedumbre ansiosa por dormir con sus propios sueños.
Coda: parte de lo que puede ser un país normal, sería que los ríos de estas tierras de impuros se siembren de peces y no vuelvan a ser el cementerio de tantos muertos que naufragaron en el mar del olvido.