No es ninguna novedad encontrar niños desnutridos en la Guajira, así como en esta región del país es significativo el nivel de desnutrición, lo es en otras zonas de Colombia, especialmente en departamentos con gran población indígena y afro como Chocó, Cauca, Nariño, Caquetá, Putumayo, Amazonas, Guainía, entre otros. Las estadísticas de estos entes territoriales así lo demuestran. Y es que en este tema no solo se habla de desnutridos sino de malnutridos, que no son más que personas de apariencia normal pero con un alto grado de descompensación nutricional.
Que se diga que los niños de la Guajira son los únicos desnutridos porque medios de comunicación así lo transmiten, es otra mentira como decir que los colombianos somos los más felices del mundo, o que los gobiernos neoliberales priorizan la necesidad de las clases populares. Aunque en la información se percibe una intención amarillista; en el fondo, el objetivo es descabezar a cierto funcionario por orden de algún cacique político; pero también ha servido para que nuestro liviano pensamiento aterrice y reflexione acerca del tema.
No se puede decir que la causa de la desnutrición en el departamento de la Guajira es por ser en su mayoría una región desértica o porque en él viven comunidades indígenas; entonces qué diríamos del Chocó, una jurisdicción en medio de la selva pacífica, con cantidad de ríos y suelos bastante productivos, y sin embargo, hay más niños desnutridos que en otras zonas del país. Ni que hablar de la población nariñense, especialmente la dispersa en las áreas rurales. Lo anterior simplemente demuestra la ausencia de una verdadera política alimentaria, y por supuesto la ineptitud e inoperancia de los organismos encargados de regir esta línea de la inversión pública relacionada con la alimentación humana.
Las dificultades sociales y el bajo poder adquisitivo de la gran mayoría de las familias colombianas son la causa número uno de la desnutrición. Fuera de los núcleos familiares de la mal llamada clase media, casi todos los demás pasan grandes problemas al momento de proveerse de alimentos para su subsistencia. Perfectamente lo podemos comprobar en la marginalidad de las grandes urbes como Bogotá, Medellín, Cali, Bucaramanga, donde muchas familias prueban un bocado de comida pasando uno o dos días. Incluso se ha comprobado que para mitigar el hambre, algunas personas preparan sopas con cartón u otros materiales tóxicos.
Nada lejos de esta realidad, las comunidades rurales, quienes al no tener otra forma de alimentarse, optan por preparar comidas repetitivas, en su mayoría sobrecargadas de carbohidratos, desencadenantes de diversas enfermedades. Esta vez la focalización de la noticia está en la Guajira; mientras el paneo se corre al centro y sur del país, el gobierno nacional se come las uñas, porque es consciente que los resultados serán desoladores.
La desnutrición empieza desde los cerebros encargados de diseñar las políticas promocionales y preventivas para no llegar a la degeneración de la alimentación y nutrición. La miope política agraria de Colombia se ha convertido en un factor determinante al momento de refrendar el atraso alimentario y nutricional de los colombianos. La desnutrición no solo es un problema de los entes de salud, más bien estos cargan con una problemática propia de una equivocada e insistente planificación agropecuaria.
Los niños y jóvenes a diario seguirán muriendo por escasez de alimentos, pocas veces porque no los hay, pero la mayoría por no contar con el dinero suficiente para su adquisición. La desnutrición no se corrige con las olímpicas visitas de burócratas en las supuestas zonas de afectación sino con una reforma estructural agraria. Basta con comparar los índices de desnutrición de países como Uruguay, Argentina, Bolivia o Ecuador, prácticamente estamos en pañales frente a nuestros vecinos.
La solución a la desnutrición está en la producción agropecuaria y en la oportunidad que tenga la gente para proveerse de alimentos básicos, recomendados para un buen vivir. Las propuestas presidenciales deben planificarse a partir de la necesidad popular y no desde el empresariado. En este momento coyuntural donde expertos titiriteros se la juegan con sus mejores obras artísticas, es donde los electores mejor deben abrir los ojos y analizar qué candidato le conviene al país.
El gobierno de Juan Manuel Santos, casi es historia, dejando una población desnutrida como causa de las malas políticas no de él, sino de las determinaciones de la banca privada, que finalmente es la que ordena a cualquier presidente conservador imponer un plan de gobierno netamente beneficioso a sus intereses. Mientras tanto Colombia seguirá desnutrida y muerta de hambre, porque así es el mandato gubernamental de la élite nacional, hasta que algún rebelde ejecute otra realidad que acoja a los vulnerables.